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Reportaje:

La ruta obrera

La Fundación Lenbur difunde la vida de las familias trabajadoras de los años 50 en Legazpi

No hay lavadora, ni vitrocerámica, ni televisión, sino una tabla de lavar con jabón de trozo, una cocina económica de carbón y una radio. Y es que es la reproducción de una vivienda de los años cincuenta, a través de la cual el visitante viaja en el tiempo para conocer el modo de vida de las familias obreras de aquella época. Podría estar ubicada en cualquiera de las localidades donde dejó huella el proceso de industrialización, pero está en Legazpi, donde la Fundación Lenbur ha organizado una ruta por quince lugares relacionados con la vida de los cientos de trabajadores que acudieron a este municipio llamados por la gran fábrica siderometalúrgica de Patricio Echeverría, que llegó a tener 3.400 empleados a finales de los setenta.

La ruta pasa por delante de Azpiko-Etxea, que fue primero una ferrería y más tarde una fábrica papelera creada por la familia de Patricio Echeverría, así como por la casa donde vivió una buena parte de su vida el industrial legazpiarra. Recorre también el exterior de las instalaciones fabriles del empresario, de donde salen las famosas herramientas marca Bellota, y de los barrios, la pensión, la hospedería, el economato, el dispensario y los colegios abiertos a partir del importante crecimiento de población que se dio en Legazpi. En cada uno de estos puntos, el visitante recibe una explicación, pero sin entrar en los edificios.

Donde sí puede entrar es en la citada vivienda obrera, en el aula y en la capilla, recreados tal y como eran en los años cincuenta para dar a conocer el ámbito familiar, educativo y religioso de aquella época. Estos tres espacios, a los que se puede acceder sin necesidad de realizar el resto de la ruta, cuentan con medios audiovisuales que ayudan al visitante a involucrarse en la vida cotidiana de aquel tiempo.

Así, la voz de Milagros Garati nos recibe en su casa, en el barrio de San Inazio. Allí nos explica que llegó a Legazpi con su marido y su primer hijo en 1947. Su esposo, claro, se puso a trabajar para Patricio Echeverría, que le alquilaba, como al resto de obreros, la vivienda. Un piso que, con cocina, comedor, cuarto de aseo con ducha y tres habitaciones, terminó quedándose pequeño, porque al primer hijo se sumaron otras dos criaturas y a la familia, dos pupilos que ayudaban a engrosar la economía doméstica.

A poca distancia de la casa está el que fuera Colegio del Buen Pastor -hoy Ikastola Haztegi-, donde se puede visitar la réplica de una de las aulas donde estudiaban los hijos varones de los obreros de la empresa. Una pizarra doble esconde la posibilidad que tenía el profesor para sorprender a sus alumnos pasando en unos segundos de la clase de impecable caligrafía a un examen de, por ejemplo, aritmética. Con el retrato de Franco y el crucifijo colgados de la pared, los curiosos pueden descubrir en el interior de los pupitres de madera las normas de urbanidad de la época. O, si lo prefieren, practicar la escritura con pluma.

Pegada al colegio está la capilla, donde los estudiantes del Buen Pastor, centro dirigido por los hermanos de La Salle, acudían cada día a rezar. Fue también uno de los principales puntos de encuentro de los vecinos de Legazpi, pues en aquellos años la Iglesia católica organizaba gran parte de la vida social.

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Un visitante practica la escritura con pluma en la réplica de un aula de los años 50 en Legazpi.
Un visitante practica la escritura con pluma en la réplica de un aula de los años 50 en Legazpi.JESÚS URIARTE

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