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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Juventud, divino tesoro

El miércoles 19 de diciembre fui al teatro Fabià Puigserver a ver el estreno de Suzuki I i II. El autor del texto, Alexéi Chipenko, es un ruso de 40 años pasado por la escuela de fútbol de Kiev (donde se forman los jugadores del Dinamo), actor, cantante y guitarrista de un grupo de rock urderground, cuya primera obra, El observador, es apadrinada por Anatoli Vassiliev y montada, en 1987, por un discípulo suyo, Borís Iukhananov. Desde 1992 residen en Berlín, donde dos años más tarde Thomas Ostermeier, 'el director joven de moda en Europa', como escribe nuestro crítico teatral Pablo Ley, le estrena Suzuki en la Baracke del Deutsches Theater. En el Fabià Puigserver (flamante nueva sede del Teatre Lliure), el texto de Chipenko, traducido por Ramon Farrés, ha sido adaptado y dirigido por Àlex Rigola, un joven (nacido, como Ostermeier, a finales de los sesenta) de reconocido talento que cuenta con sus incondicionales, con 'ese público joven educado en una estética -cómic, cine, música- distinta a la de sus padres', como escribe Pablo Ley en su crítica del espectáculo (EL PAÍS, 21 de diciembre), que lleva por título Un teatro generosamente joven.

Brontosaurio o no, lo cierto es que me lo pasé de lo lindo viendo 'Suzuki', la última producción del Lliure

Antes de empezar la función, mi vecina de butaca, María Martínez, la mujer de Pep Montanyès, el director del Lliure, me dijo que no me iba a gustar. Está visto que después de contar en estas páginas que Kean me enseñó a beber whisky y la Bernhardt a jugar con su pierna de madera, que mi papá me llevó a ver a Marguerite Moreno en una de sus últimas interpretaciones de de La loca de Chaillot, y de hincharme de hablar de mis maestros y amigos Jean Vilar, Jean Louis Barrault, Jean Vitez, Giorgio Strehler, Tadeusz Kantor (todos muertos), la gente debe de considerarme como una especie de brontosaurio teatral. 'Toute théorie suppose una autobiographie cacchée', escribe el gran Paul Valéry, y mi teoría teatral reposa en la autobiografía (más o menos inventada, como todas las autobiografías) de un tipo que descubrió el teatro a los nueve años, en la Comédie Française, con el Britanicus de Jean Marais; de un tipo que podría ser el padre de Chipenko, de Ostermeier y de Rigola, y cuya autobiografía no sólo no se oculta, sino que se exhiben descaradamente semana tras semana, rezumando pedantería y plagada de citas en francés, aunque sólo sea por aquello de que 'le plus court chemin vers autrui passe par soi-même', como decía el maestro de Malagar.

Brontosaurio o no, lo cierto es que me lo pasé de lo lindo viendo la última producción del Lliure, contrariamente a lo que me había dicho María. Y es que, en el caso de ser esa especie de brontosaurio, huelga decir que también he sido un brontosaurio joven, que he leído montones de tebeos y de cómics cuando empezaron a llamarlos así, que he frecuentado dos veces por semana los cines de mi infancia y adolescencia barcelonesa, los cines de mi barrio (el Adriano y el Murillo, que ya no existen, y muchos otros que también han desparecido), en donde 'echaban' Los tambores de Fu-Manchú, El ladrón de Bagdad, ¡Qué bello es vivir! y Las manos de Orlac. Un brontosaurio joven que lo era cuando nació el rock, cuando Jerry Lee cantaba Great balls of fire y Simon & Garfunkel se llamaban todavía Tom & Jerry; un joven brontosaurio campeón (Costa Brava, 1955) de grand écart y de twist (con la variante del salto desde el armario ropero).

Sí, me lo pasé pipa viendo Suzuki, que como texto 'no es quizá una gran obra', como escribe Pablo Ley, 'aunque tiene la virtud de darle al director que la monte la libertad de crear haciendo volar la imaginación escénica'. Y Rigola tiene imaginación escénica para dar y regalar. Pero también he de confesarles que echando mano de mi portentosa memoria de brontosaurio adolescente, joven y no tan joven, doy con un montón de espectáculos en los que la imaginación escénica del director está al servicio de la imaginación literaria y escénica, de la calidad indiscutible de la obra y de su autor sin necesidad de forzar los motores. Decía uno de mis maestros: 'Quand el faut brûler les planches pour qu'une pièce passe, c'est que'elle a du vide à cacher'.

De ese montón de espectáculos quisiera mencionar uno solo, porque está estrechamente relacionado con el Lliure, con el teatro Fabià Puigserver y con el principal intérprete de Suzuki, el actor Eduard Fernández. Me refiero a Roberto Zucco, la obra de Bernard-Marie Koltès, un autor joven, que murió joven, estrenada por el Lliure en 1993, en el Palau de l'Agricultura, que acabaría convirtiéndose en el teatro Fabià Puigserver, dirigida por un director joven, Lluís Pasqual, de 42 años, e interpretada por un joven actor, Eduard Fernández (Roberto Zucco).

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No sé si Roberto Zucco era, en 1993, un espectáculo más joven que Suzuki en este año, pero me atrevería a decir que sí. Tal vez porque Roberto Zucco, como me decía mi amigo François Regnault, tiene dos 'lecturas': una trágica, en clave shakespeare-camusiana, y otra cómica, en clave de comedia romántica negra, negrísima, en la que una mezcla de Jean Valjan -Koltès adoraba Los miserables-, de Dantés (Dumas) y de Rodolfo (Eugène Sue), el justiciero Roberto Zucco, se monta una road-movie acorde con las perversiones que definen la justicia moderna (1993): asesinar al padre, a la madre, a un policía y a un niño (hoy habría que añadir un moro). Una comedia negrísima que, gracias a la imaginación escénica de Koltès y de Pasqual, y al talento de Eduard Fernández, entre otros notables intérpretes, me hacía sentirme, en 1993, mucho más joven que hac unos días, viendo Suzuki en el teatro Fabià Puigserver. Tal vez porque entonces la imaginación escénica de Koltès, de Pasqual, de Hugo-Dumas-Sue, sumada al talento de Fernández/Zucco, no precisaba recurrir a The Full Monty y a Tarantino. Moraleja: tot esperant Pasqual?, como sugiere Jacinto Antón. Pasqual sabe que tiene abiertas las puertas del Lliure, pero antes o después, bueno sería que a Àlex Rigola le ofreciesen una obra menos vacía para hacer volar su imaginación escénica.

P. S. El brontosaurio recomienda: El judío de Malta, de Marlowe. Texto alemán de Elfriede Jelinek. Dirección de Peter Zadek. Con Gert Voss (el judío Barrabás). Burgtheater, Viena. Auslöschung/Extinción, de Thomas Bernhard. Espectáculo en polaco subtitulado en francés. Dirección de Krystian Lupa (Teatr Dramatyczny de Varsovia). Odéon-Thâtre de l'Europe, París. Del 22 de enero al 2 de febrero 2002.

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