Los tres milagros de Javier Otxoa
El corredor del Kelme ha superado un accidente de tráfico, dos meses en coma y otros dos de recuperación para volver a vivir
La vida para Javier Ochoa es una sucesión de milagros. Fue un milagro que sobreviviera al accidente sufrido junto a su hermano Ricardo, que falleció casi en el acto, el 15 de febrero, cuando se entrenaban en una autovía de Málaga. Un coche se cruzó en el camino de los ciclistas provocando un choque de una violencia enorme que segó la vida de Ricardo Otxoa y causó lesiones gravísimas a Javier, hospitalizado en estado de coma. Un milagro fue que casi dos meses después volviera del coma, cuando los médicos casi habían recomendado a su familia ahorrarse el sufrimiento de prolongar artificialmente su existencia sin futuro.
Y un milagro fue que en apenas otros dos meses Javier Otxoa regresara a su domicilio, en Bilbao, tras haber estado ingresado primero en el hospital de Cruces, en Barakaldo (Vizcaya), y después en el Aita Meni, de Mondragón (Guipúzcoa), especializado en la recuperación de las lesiones cerebrales.
Los tres milagros de Javier Otxoa, que se añadían a la dificultad de digerir la muerte de su hermano gemelo, suponían para el ciclista del Kelme la obligación de partir de cero: casi de aprender a hablar, a caminar, a pensar. Logopedas, fisioterapeutas y psicólogos se conjuraron para devolver a la vida cotidiana a un muchacho de 28 años que se había quedado en 45 kilos y que ahora pesa 84 y ha vuelto a montar en bicicleta, aunque nadie augura su posible retorno a la competición.
Los tres milagros le han llevado a la tercera fase, en su casa, pero acudiendo semanalmente a las tareas de recuperación. Javier Otxoa manifiesta un andar mecanico que no oculta una cierta cojera, que, sin embargo, se disimula mejor encima de la bicicleta. A poco de llegar a casa, de recobrar el apetito que le ha hecho 'echar tripita', según cuentan sus familiares, ya se animó a montar en bicicleta. Lo hacía en el garaje, ante el nerviosismo de su novia, Beli. Un par de vueltas por aquel lugar cerrado le hacían recordar los buenos tiempos perdidos.
Después, el circuito de Getxo le nombró este año director de carrera y Otxoa volvió a sentir el gusanillo de la bicicleta. Como lo había sentido cuando se desplazó a varias carreras en su tierra en las que le costaba asumir que Ricardo ya no estaba presente. Al principio, incluso le animaba y aseguraba haberle visto bien, poniendo en marcha ese mecanismo de negar la evidencia cuando la realidad se vuelve amarga.
Otxoa se reencontró con el Kelme, que le ha renovado un año su contrato, al término de la Vuelta a España, en la cena del equipo. Consumidos ya los milagros, Otxoa volvía a su medio natural, como el lunes pasado, cuando posó encima de la bicicleta para demostrar que su recuperación va por buen camino.
Los médicos que le atienden, sobre todo desde un punto de vista psicológico, van mucho más despacio. Su milagro particular es procurar que recupere la autonomía para la vida civil mientras se restañan las heridas fisicas que aún se manifiestan en su cuerpo.
'Su primera ilusión, desde que llegó a casa, era comer. Salir a los restaurantes y disfrutar de aquello que la estricta dieta del ciclista le impedía', recuerda su hermano Andoni. 'Así que ha ido cogiendo kilos y le tomamos el pelo con eso', añade.
Su novia dejó su trabajo en Málaga y se ha instalado en Bilbao, donde ha encontrado empleo, para estar cerca de Javier
Aquel ciclista que logró una victoria enorme en el Tour, en Hautacam, de pronto se veía aprendiendo a hablar. Una traqueotomía y los importantes daños cerebrales sufridos le devolvían al estado de la primera infancia. Nunca perdió el habla, nunca perdió la memoria ni dejó de saber escribir, por ejemplo, pero todo requería un periodo de aprendizaje para ratificar esas funciones vitales.
Javier Otxoa ha tenido que aprender a andar, prácticamente, por las lesiones fìsicas padecidas. Sufrió una rotura de tibia y peroné, lo que dificulta sus movimientos, salvo encima del sillín de la bicicleta, donde el movimiento vertical no repercute en el callo de la tibia, que le molesta al andar.
Su regreso a la vida cotidiana ha pasado de lo familiar a lo público en menos tiempo de lo esperado. Sus presencias en las carreras, en la cena del Kelme, ante los medios de comunicación, en una conferencia de prensa organizada por la Asociación de la Prensa Deportiva de Biz-kaia, en San Mamés, en el partido Athletic-Rayo Vallecano, han ido haciendo olvidar aquella fatídica tarde de febrero en Málaga cuando su vida cambió en un segundo de desolación, en el que tuvo trabajo extra su ángel de la guarda.
Vuelto a nacer, peleado con el coma en una lucha titánica en la que encontró la ayuda de su juventud y su fortaleza de deportista, y obligado a superar el trauma emocional de la muerte de su hermano Ricardo, Javier Otxoa se ha empeñado en volver a vivir, en ser quien fue o lo más parecido a ello. Su familia, su novia, los médicos y su bicicleta se han convertido en los escuderos de un triple milagro.
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