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Columna
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A toda vela

Dicen que, el otro día, al anochecer, iba maese Zaplana alumbrándose con un cirio, por el vestíbulo del Palau. Qué, maese, ¿buscando un sucesor?, le preguntó un transeúnte impertinente. Qué va, respondió maese Zaplana, buscando una salida. Pues si que es una ocurrencia, le replicó el desvergonzado, amparándose en las sombras. Y es que, curiosamente, cuando Iberdrola y demás meten el piñón tercermundista, a los políticos les da por hacer filosofía. Se ve que les destila sustancia gris, y entre el lío de las protestas y los dividendos de las eléctricas, no hay color. Y así, maese Zaplana es un cínico, aunque no se exhiba en un tonel ni dé la cara al público. Yo no envié la red de suministros de Iberdrola a luchar contra los elementos, se excusa. Mientras, Rato, que no le hizo ascos a Gescartera, tampoco se los hace a las centrales del sector. Ambos, con manto de púrpura y sandalias de bronce, permanecen altivos e impasibles, haciendo silogismos y reverencias al suntuoso megawatio, aunque ya no andan en especulación metafísica ni en ideario político: los han suplantado por intereses individuales. Pero si Zaplana es un cínico, Rato es un estoico: observa y abstente. Y esa máxima lo lleva a reflexionar: qué pasa, por unos apagones de nada, que ni perjudican la vida del común, ni la actividad empresarial. Algo más peripatético, Rajoy se resiste a una subida de tarifas; Zaplana se muestra rendido y sumiso a Iberdrola; y Rato le da palmaditas a Endesa y a Unión Fenosa, a cambio de algún calambrazo y otras prebendas. En definitiva, todos están pringados en una privatización muy cara y con licencia para la práctica del monopolio. Qué empacho.

Si los cortes de energía continúan así, el espíritu de la Navidad se va a disolver en las tinieblas, y los magos de Oriente terminarán en la Casa Blanca, con maese Zaplana: unos, denunciando a Bush por hacerles un cristo colateral, a pajes y camellos; y el otro, por lo de las clementinas vetadas. Y qué números de prestidigitación: apagón que viene, disfraz de patriota constitucional que se cascan o tijeretazo a la Carta Magna, para ajustársela a su medida. España hiede a cirio y a posguerra. España puede perder el decoro y la modernidad, de cara a una Europa, que va a presidir, de aquí a unos días. Una España, una, según el nostálgico grito de Aznar -y aún se lleva dos, para el redondeo- crispada, intolerante, rancia y con mala uva. Y una Generalitat Valenciana metida en el sarao de las cajas, para magreárselas a sus anchas, en tanto larga el lastre de los faroles: revisión a la baja del crecimiento económico, crisis al canto, endeudamiento que estrangula, y el petardazo final de Terra Mítica.

A ver si el 2002 tiene las tragaderas suficientes, para engullirse toda esta basura. Las previsiones son turbias, y los del PP hacen agua, y cada cual va con el chantaje del colega en la carótida. Las eléctricas y los chanchullos que de un tiempo a esta parte, no cesan de escandalizar, están dejando el país en puros cueros. Ya el sabio lo advirtió: dadles la mayoría absoluta y se tomarán la dictadura. La mayoría absoluta siempre para en el cepo o a la fosa. Empieza el año, con la presidencia española de la UE, y entra a apagón limpio y a toda vela, con olor a cera, como una penitencia.

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