Las vidas de una vida
Diarista, crítico de poesía, antólogo contumaz, animador de tertulias y director de revistas literarias, José Luis García Martín (1950) es primigeniamente un poeta. Este polígrafo deslenguado que habla 'contra esto y aquello', y que ha ido cosechando animadversiones y despachando amigos con la concienzuda minuciosidad de los asténicos, es un escritor exhibicionista sólo en apariencia, pues su impudicia afecta sobre todo a los demás, conocidos, corresponsales y cercanos. En su nuevo libro de poemas, de una intensidad inédita hasta aquí, zarandea lo ajeno y lo propio hasta que todo resulta indiscernible y suyo. Sirvan para ejemplificarlo las citas de cabecera sobre el poeta como ventrílocuo (Urbano González Serrano), voz de la humanidad entera (Friedrich W. Hegel), alguien que sólo se muestra cuando habla de otros (Juan Valera) y que llora dolores imaginarios al tiempo que silencia los reales (Amiel); o la de Keats glosada al cierre, sobre el poeta como ser carente de identidad. En su conjunto, todas ellas son ideaciones que actúan como programa para poetas y como tópico remediavagos para críticos, y que se resumen en el carácter fingido del arte y en el polimorfismo psíquico del escritor, creador de poetas más que de poemas, como el Antonio Machado de los apócrifos o el Pessoa de los heterónimos.
AL DOBLAR LA ESQUINA
José Luis García Martín DVD. Barcelona, 2001 96 páginas. 1.300 pesetas
Desde antiguo ha defendido el autor una poesía alejada del trascendentalismo de los poetas chamanes, del galimatías y de la beatería mística, y a veces mistificadora, en tanto que hombre instalado en la mediocritas al lado de un abismo. En los arrabales de la madurez, cuando empieza a 'resignarse a la costumbre / de ir perdiendo todas las costumbres', concurren en él dos tendencias que en la juventud suelen divergir: la de no tener biografía, como Miró, y la de ser uno mismo, como Amiel. 'A los cincuenta años hay que ser como todo el mundo y no parecerse a nadie', anotó el 21 de mayo de 2000 en la última entrega de su diario. Así, este libro personaliza lecturas e iconos de su tiempo, de Borges a Marina Tsvetáieva o a Anna Ajmátova, en una summa vitae configurada en un arte acumulativo con numerosas letanías y enumeraciones, de cuya previsibilidad lo salvan las alteraciones de la regularidad rítmica.
El libro no constituye un sistema cerrado, pues son muchas y no siempre complementarias las vidas de esta vida. Los poemas han sido compuestos en la precariedad del instante, con cierto automatismo que no desborda los cauces de la razón. En unos el fervor sensual se impone a la incertidumbre (La oración del ateo, de unamuniano título); en otros, los más inquietantes y hermosos, la anécdota queda anegada en la niebla de la extrañeza existencial, que anuncia la presencia de una enigmática invitada al otro lado de la puerta.
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