_
_
_
_
_
Tribuna:DESPUÉS DEL 11 DE SEPTIEMBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuando se instala la duda

Los atentados han terminado con la década nacida con la caída del comunismo en la que muchos pensaban que todos los problemas se solucionaban únicamente abriendo los mercados.

Tres meses después de los atentando del 11 de septiembre, el hecho más visible es la victoria de las fuerzas americanas sobre los talibanes y sobre Al Qaeda. El conjunto de Afganistán está bajo control americano. Los americanos, heridos, sorprendidos, humillados, recobran la conciencia de su hegemonía y no es fácil, en Nueva York y fuera de Nueva York, criticar la guerra. Bush y Giuliani son héroes apoyados por todo un pueblo.

De manera menos visible, esta guerra ha aportado grandes ventajas a Estados Unidos, en particular un acercamiento real a Rusia, deseado por Putin y que asegura una defensa fuerte de los países aliados contra nuevos desordenes. En fin, Irán ha sentido durante la crisis la posibilidad de abrirse a Occidente sin capitular. El balance militar de esta guerra es claramente positivo para Estados Unidos.

Se puede considerar como verosímiles nuevos atentados contra objetivos simbólicos en Occidente

Lo que limita materialmente esta victoria es la huida de Bin Laden y del mulá Omar. El primero, sobre todo, apoyado por una red internacional, se acordará probablemente de nosotros lanzando un nuevo ataque contra el mundo occidental. El vídeo que recientemente ha grabado puede ser considerado como una prueba de que la red que Bin Laden dirige está dividida, y que cada acción tiene su propia organización, y por lo tanto, su fracaso no entraña el de la red entera. Así pues, se puede considerar como verosímiles nuevos atentados contra objetivos simbólicos en Occidente.

Por ello, Estados Unidos no puede librarse de la sensación de su fragilidad. Ésta es la consecuencia más duradera de estos atentados. Los americanos han sido las víctimas y al mismo tiempo tienen una responsabilidad importante en el orden mundial que explica, al menos en parte, las crisis actuales. Esta ambivalencia con respecto a ellos mismos no deja de aumentar. Hoy es todavía su espíritu cívico el que domina sus reacciones. Pero es imposible que no reflexionen sobre la gran pregunta que Bush planteó: ¿por qué no nos quieren? En este tema, los europeos podrían desempeñar un papel, porque su tipo de sociedad es muy diferente de la de Estados Unidos, y han apoyado a Arafat mientras que los americanos apoyan a Sharon. ¿No pueden los europeos hacer que los adversarios sean más conscientes los unos de los otros, y de sus auténticos objetivos y de sus maneras de actuar? Pero los europeos, cuyo silencio les ha humillado durante estos tres meses, ¿tienen la capacidad y la voluntad de actuar sobre los grandes problemas internacionales?

Es necesario por lo menos que todos los intelectuales responsables hagan todo lo que puedan para evitar que se llegue a un 'choque de culturas', del que estamos felizmente todavía bastante lejos, a pesar de las hipótesis de S. Huntington, ya que no es el islam, sino una o varias fuerzas políticas, las que se han movilizado, mientras que la mayor parte del mundo musulmán sigue en calma, y del lado occidental, los ataques contra el islam son mucho más débiles que su denuncia de Bin Laden. La victoria militar americana no puede restablecer una paz que cada uno de nosotros siente hoy amenazada. Y cada uno de nosotros puede, más fácilmente, combinar su condena de los atentados con su crítica al capitalismo desenfrenado que se hace llamar globalización. Existen bastantes espíritus críticos y especialistas competentes en Estados Unidos como para que los dirigentes de este país comiencen a comprender que el mundo no es como una inmensa hacienda desde cuyo centro envía órdenes a todas partes, incluso a las más aisladas. En cambio, existe también una fuerte tentación en un país todavía hegemónico de pensar que un bombardeo lanzado por sus B-52 puede resolver de forma duradera los problemas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Lo que hace que dure la importancia del 11 de septiembre es que representa el primer día en el que América, sólida, valiente y eficaz, ha comenzado, sin embargo, a dudar de sí misma y de su rechazo testarudo a comprender a los otros. No es en absoluto contradictorio condenar el terrorismo e inquietarse por unas amenazas que no están directamente ligadas a la globalización, sino que nacen de un integrismo en el que convergen todas las tentativas fallidas de integración de una gran parte del mundo islámico al desarrollo mundial. Encontramos aquí el problema más clásico de la sociología: ¿qué relación hay entre las creencias religiosas y la vida económica o política? No se debe reducir la religión a la defensa de intereses económicos o políticos ni considerarla completamente ajena a su contexto histórico concreto. Lo que hace grave la crisis reciente, a la que probablemente seguirá otra, es que Bin Laden ha conseguido la alianza del occidentalizado antioccidental que él es y los de los talibanes encerrados en la ideología fruto de las madrazas y del aislamiento de las tierras altas de Asia central. De esta manera, fundamentalismo religioso y objetivos políticos se mezclan sin llegar a confundirse del todo. Lo que representa para el mundo occidental una amenaza mayor son las grandes poblaciones excluidas de la modernización y las élites políticas y económicas frustradas por ser rechazadas.

Si la fecha del 11 de septiembre es importante no es porque ha abierto una crisis que se acaba de cerrar con la derrota de los talibanes, sino porque pone fin a la larga década nacida con la caída del muro de Berlín y que ha estado dominada por la locura pretenciosa de aquellos que creían solucionar todos los problemas económicos y sociales simplemente abriendo los mercados. Pero ahora que este periodo ha terminado, no hay que esperar una sabia vuelta a la razón, sino más bien la multiplicación de las calamidades y de las catástrofes.

Alain Touraine es sociólogo francés, director del Instituto de Estudios Superiores de París.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_