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Columna
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Ciego y con pistola

Mi colega Ferran Belda, ex director el diario Levante y actual comisario en el rotativo Diari de Girona -donde tanto pasmo ha suscitado- entre otros altos cargos gerenciales en su empresa, ha emprendido una obstinada campaña de leves y menos leves insidias contra este columnista -que es un servidor- acerca de las cuales celebraría constatar que han servido, cuanto menos, para amenizar a sus fieles lectores, toda vez que hayan conseguido despejar las adivinanzas y abstrusidad de sus textos. Estas broncas son la vidilla del oficio y yo mismo he celebrado con deportividad sus envites reiterados, fruto, imagino, de una pulsión freudiana que mi antagonista debe conservar en su armario, pero que yo no logro descifrar.

Nada he objetado -ni lo haré hasta ahora- a su obstinada manía de inscribirme entre los mascarones de proa del partido gobernante. Más de 40 años de periodismo ejercido con y sin compromisos políticos -¿dónde estabas tú, Ferran?- me han aleccionado sobre las inconveniencias de la independencia de criterio, y ninguna más opresiva que la que te exige escribir a piñón fijo tanto en función de los clisés predemocráticos como de los que impone de mil maneras el poder establecido. Ya se sabe, ir a tu aire es estar al viento de todas las bofetadas. Pero es el único riesgo mal pagado que vale la pena, como el orgullo y cosas así.

Yo comprendo que mi inquisidor, Ferran, está obnubilado en su cruzada contra la hegemonía y maneras del gobierno zaplanista. En buena parte -que no en toda- le ha echado del Levante. Eso es un trauma. Sabe que le puedo comprender mejor que nadie. Los socialistas, valencianos o no, cuando dominaron los medios de comunicación, me obsequiaron con la misma cicuta, con la agravante de que me consideraban de los suyos, aunque para entonces era ya poco o nada proclive a sus consignas, tanto cuando estuve al frente del Diario de Valencia como de Noticias al Día, que eso sí fue persecución. Ya había recibido demasiadas directrices del ministro Arias Salgado y sus epígonos. Más de lo mismo era una broma muy pesada, aunque ellos, tan jóvenes y estúpidos, no tuvieran otra escuela.

Por mor de estos antecedentes ligeramente comunes jamás se me hubiera ocurrido darme por aludido y responder a las requisitorias del desasosegado columnista que gloso. Y no lo hubiera hecho si mi inquisidor no cede a la tentación del equívoco y me asocia al presunto colaborador de ETA Pepe Rei. Hasta aquí ha llegado la impunidad del columnista que se cree inmune y blindado porque goza de una columna artillada contra el pobre mortal que disiente de su línea y no maldice cada mañana a Eduardo Zaplana. Es, digo de este fulano colega, como un ciego con una pistola y solo contra todos. Pues no. La osadía tiene un límite y, puestos a evocar el terrorismo, he de señalarle como un perito en la materia, lo que -todo hay que decirlo- resulta insólito dadas sus afiladas aptitudes polémicas y literarias. Pero le ofusca el reconcomio, ha perdido la percepción de la realidad y es un peligro público, atenuado únicamente por la conmiseración que suscita. Dispara contra todo lo que se mueve y no es de su banda, lo que a menudo se convierte en un bumerán, como esta imputación que me hace de terrorista. Pero él no lo es. Le sobra miedo personal y le falta mucha finura.

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