Un condón para el mejor
EMPEZARÉ AL ESTILO de Sofía, la de Las chicas de Oro, un poco mi referente intelectual: Nueva York, 1999. Yo y mi cónyuge entramos en un restaurante fino del Soho. Allí espera nuestra agente, Raquel de la Concha. Yo me siento segura, no sólo por mi desodorante, sino por mi blusa de flores rojas y mis labios de rojo japonés. Después de saludarla (mua mua), veo en sus ojos la desaprobación. Me dice que los labios rojos son anacrónicos; las blusas de colores, obsoletas, y que en la era del minimalismo vas con todo ese colorinchi y te pueden tomar por hispana. 'Lo que soy: hispana-nopuertorriqueña', pienso. Miro a mi alrededor y veo que la modernez neoyorquina va de negro. Como los niños arrepentidos, miro al plato sintiéndome una apestosa obsoleta.
Mi agente tenía razón: si hace dos años iba uno en Nueva York a los sitios de moda, se encontraba con que desde camareros hasta clientes vestían como las chicas de las galerías de arte: de negro y con la cara descolorida. Bastante uniformados, opino. Pero claro, eso pienso yo, que soy una hortera y una resentida social. Lo que no sabía es que en vez de obsoleta, era una precursora. Ya lo dice mi amiga Bicoca del Fresno: 'La historia es cíclica'. Bicoca se refiere a que ella no tira ni un zapato porque lo que hoy no se lleva, mañana hará furor. A la parroquia de Serrano, Bicoca sólo dona la ropa interior usada y los calcetines con tomate. Es muy mezquina. Pero quitando esos entrañables pecadillos de clase, encuentro que Bicoca coincide con Harold Bloom, que ya vaticinó que toda esa pamplina de lo políticamente correcto quedaría, igual que las modas, como la suciedad que el mar arroja cuando baja la marea. Y a mí me da el barrunto de que esto de lo políticamente correcto se está pasando. Me refiero a que la sinceridad, siempre reñida con la corrección política, vuelve a considerarse razonable. Han sido años en los que uno no podía escuchar a un actor sin morirse de aburrimiento: no bebían más que agua, no querían estar más que con sus hijos, estaban arrepentidos de los excesos pasados, practicaban alguna disciplina espiritual, apostaban por la vida sana. Por Dios santo, un poquito de exceso. Anda que no ha ganado Nicole Kidman desde que se ha separado y se soltó la faja. Tiene cara de pelirroja perversa. Cuando Letterman le preguntó qué problemas provocaban los hombres bajitos, soltó la siguiente guinda: 'Que los tienes que aupar para que beban de la fuente'. Un poco de maldad tras la separación, es lo mínimo. La admiro más aún después de haber escuchado el Something stupid que canta con Robbie Williams. Disco que, por cierto, me dijo mi amigo Rodríguez Rivero (por su cultural columna/viva la sidra el Gaitero) que se había comprado. 'Manolo', le dije, 'desde que te has ido al ABC, te estás haciendo un moderno'. Por cierto, abundando en dicho tema, si se diera el caso, un suponer, de que Tom y Pe abrazaran el matrimonio, ¿qué religión elegirían?, porque yo a él le veo cienciólogo que te cagas, y a Pe, superbudista. Cómo arreglan dicho conflicto confesional. Encontrarán la manera. Como la ha encontrado Fefé, o sea, Fernández Tapia, de que le den la nulidad después de tener tres hijos. Si hay algo que me fascina de los ricos es que nunca consuman el matrimonio. Eso confirma la tradición católica de que es posible tener hijos sin perder el virgo. Los demás, en cambio, lo perdemos a la mínima. En la piscina de Moratalaz se decía que había chicas que se habían quedado embarazadas porque había semen flotante. Qué bonitas son las religiones. Un amigo me dijo el otro día: 'No hay que demonizar el islam'. Estoy contando la de veces que he oído esa frase en los últimos tiempos. Me salen 155.455 (voy a comprar ese número en la lotería).
Pero mi musa actual, la menos correcta, es Drew Barrymore. Aparte de espléndida en una película que pronto llegará: Los chicos de mi vida, se toma a guasa su pasado de niña díscola. Apareció en el programa humorístico Saturday Live, y acompañada por un coro disfrazado de botella de vodka, cantó un enloquecido rap: 'Todo se lo bebió / todo se lo fumó / la señorita Barrymore'. Su desparpajo no es cosa de ahora. Cuando era niña, en el mismo show, los guionistas feroces le pusieron en su boca inocente la siguiente frase referida al marciano ET: 'Lo confieso, tuve que matar a ese pequeño gilipollas'. A su sonrisa malévola le faltaban las paletas delanteras. La admiro.
Admiro también a los ancianos que aparecen en el maravilloso documental de Jaime Camino Los niños de Rusia. Ellos son anteriores a los eufemismos de la corrección política. Algunos salieron curados de espanto de los eufemismos de la Rusia stalinista. Llaman al pan pan y al vino vino. Mantuvieron un castellano envidiable después de toda una vida fuera de España. Dicen 'España'. Son de una izquierda que no se sentía en la obligación todavía de decir 'el Estado', o eso de 'compañeras y compañeros' o 'diputadas y diputados'. Me entra cansancio lingüístico cada vez que oigo a las políticas/os. Qué época más cursi. Todos con los mismos tics, sean de derechas o izquierdas. Pues no te digo que los jóvenes catalanes del PP piden que se subvencionen los condones. Toda África muriéndose de sida, y nosotros subvencionando el condón a la juventud. Encima de que son jóvenes, les subvencionamos el polvo. Por Dios, un poquito de rencor generacional.
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