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Columna
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Una rampa de lanzamiento

En el tema de Europa, Bélgica ha estado siempre en el pelotón de cabeza. Por eso sus presidencias de la Unión han sido siempre ambiciosas en sus propósitos y logradas en sus resultados. La última, que se cerrará mañana en Laeken, ha correspondido a esa tradición de voluntarismo europeo. La pasada cumbre de Niza puso de relieve la ausencia de liderazgo europeo y nos dejó en herencia una agenda apocada y regresiva. La sacudida del 11 de septiembre y la generalización de la crisis económica, en el marco de la mundialización, han subrayado sus insuficiencias devolviendo a la Europa política su papel de protagonista principal. Por lo que la respuesta a las grandes cuestiones pendientes en la construcción europea aparece, de pronto, como la primera condición de nuestra supervivencia. De aquí que haya que felicitarse por el inventario de carencias comunitarias con que comienza la Declaración de Laeken. Luego, recurriendo a la modalidad del cuestionamiento genérico, pero concreto, la Declaración intenta diseñar el marco y los contenidos de una reforma en profundidad de la Unión Europea. ¿Qué tareas y qué responsabilidades deben confiársele, cuáles a los Estados miembros y cuáles son los niveles más eficaces de su ejercicio en cada caso? ¿Cómo puede aumentarse la legitimidad democrática de las instituciones? ¿Debe hacerse de la Comisión el órgano central del Ejecutivo o reducirla a una función de secretariado de coordinación? ¿Puede y debe reforzarse el poder legislativo haciendo del Parlamento y del Consejo sus dos grandes componentes o deben dejarse las cosas cómo están? ¿Qué cabe hacer para que existan verdaderos partidos políticos europeos? ¿Hay que establecer una circunscripción electoral europea para la elección de al menos una parte de los miembros del Parlamento Europeo, hay que proceder a la elección directa del presidente de la Comisión y/o del Consejo, o se debe privilegiar un sistema mayoritario en el seno del Parlamento? Para que funcione una Unión de 30 Estados miembros, ¿hay que generalizar el voto por mayoría cualificada, hay que acelerar el procedimiento de codecisión del Parlamento Europeo, cabe conservar las Presidencias semestrales, así como las estructuras y funcionamiento de los Consejos, europeo y generales? ¿Los parlamentos nacionales deben constituir un tercer pilar legislativo junto al Consejo y al Parlamento Europeo, o ejercer una acción de control del Consejo para aquellos ámbitos para los que el Parlamento Europeo no sea aún competente?

La Declaración concede atención especial a la simplificación de los tratados, tema recurrente, aludido ya en Niza, y fundamental para salir de la inextricable selva normativa e institucional en que se ha convertido la construcción europea. ¿Cabe reducir los cuatro Tratados actuales a un tratado base y a uno o varios de ejecución y que deben comprender uno y otros? Este completo elenco de preguntas tiene sus respuestas dentro, y cuando lleguen a la Convención inducirán una contestación coincidente con sus núcleos asertivos implícitos. De aquí la resistencia de diversos Estados a dar campo libre a la Convención. Porque ésa debe ser la gran aportación de Laeken, la de dotarnos de una plataforma de debate en la que los Gobiernos a través del Consejo, los ciudadanos a través del Parlamento Europeo y los parlamentos nacionales, con la experiencia ejecutiva de la Comisión y la perspectiva de las comunidades regionales, puedan formular respuestas operativas a ese conjunto de preguntas, transmitiéndolas a la Conferencia Intergubernamental, pero lanzándolas antes al espacio público europeo. Sabemos del mercadeo que ha existido durante las últimas semanas, ofreciendo a los Estados más reticentes sedes para las agencias técnicas europeas que van a establecerse en los próximos meses a la par que puestos en el Presidium. En cualquier caso y, más o menos aguada, la Convención saldrá adelante y con ella se dispondrá de una rampa de lanzamiento para la Europa política. Absolutamente necesaria si queremos acompañar al euro en sus primeros años de vida y evitar que la moneda única europea tenga el dramático destino de las monedas únicas de Bélgica y Bosnia: ser referente financiero común de comunidades dividas y antagonizadas.

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