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Columna
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Patriotas

Enrique Gil Calvo

La víspera del día de la Constitución fui a mi librería habitual a buscar novedades. Y mientras hojeaba el apetitoso libro de Sánchez-Cuenca sobre ETA, el patrón de la casa me invitó a tomar algo en el bar de la esquina, que utiliza como trastienda, donde cotilleamos a placer con otro par de colegas. En ésas estábamos cuando a nuestro anfitrión se le escapó la siguiente ocurrencia, que fue muy celebrada: ¿cómo puede ganar el PSOE las elecciones con un candidato forofo del Barça? Mas tarde reflexioné y comprendí la pertinencia de su observación. Las cosas son como son en España, y de igual modo que no se puede ganar sin seducir a las clases medias conquistando Madrid, tampoco se puede vencer siendo simpatizante culé. Cualquier otro equipo vale, aunque no sea centralista, como el Betis, el Depor o el Athletic. Pero de ninguna manera el Barça, por ser algo más que un club, pues representa la memoria histórica de la España vencida en la guerra civil. Y con un símbolo que identifica al bando vencido no se puede aspirar a vencer en ninguna contienda electoral. Al menos, mientras continúe abierta la herida autonómica.

Estos días se ha reabierto la cuestión al hilo del consentimiento que han prestado los barones territoriales del PSOE al modelo de federalismo asimétrico que Maragall le ha endosado a Zapatero, tras haber alcanzado un acuerdo de mínimos para reformar el Senado con la izquierda independentista catalana. Inmediatamente, aprovechando el día de la Constitución, todo el partido del Gobierno ha entrado a matar, con Aznar a la cabeza, descalificando a los socialistas en general y a Zapatero en particular, para descartar absolutamente cualquier posible reforma, por mínima que sea, del Senado.

Ahora ya sabemos, pues, por dónde va a ir la ponencia sobre el patriotismo constitucional que el PP se dispone a promulgar por aclamación en su próximo congreso. Se trata de vender el programa orteguiano de vertebración española que Aznar presidirá desde el holding de fundaciones que se ha cortado a la medida con cargo al contribuyente. Ese programa de españolismo orteguiano es, desde luego, legítimamente defendible, y lo comparten quizá la mayoría de los españoles. Pero no es el único programa propuesto para vertebrar España, pues hay otros, ciertamente minoritarios, pero que deben ser tenidos en cuenta para incluirlos en el común diseño integrador que plantea y exige la Constitución. Pues el peor defecto que tiene el programa orteguiano es que resulta inconstitucional.

Quien está proponiendo de facto una reforma de la Constitución no es Zapatero, sino Aznar, al negarse a convertir el Senado en cámara autonómica, lo que implica una desnaturalización centralista del Estado de las autonomías previsto por la Constitución. Hace un año, y por encargo precisamente del propio Senado y las comunidades autónomas, el Instituto de Derecho Público, que agrupa a nuestros mejores constitucionalistas, emitió un duro informe sobre la parálisis de todos aquellos preceptos constitucionales en materia autonómica cuyo desarrollo está bloqueado por el Gobierno. Y los preceptos que, según ese informe, precisan desarrollarse para lograr 'la vertebración del Estado' son precisamente los tres que siguen siendo objeto de discordia: la reforma del Senado, el modelo de financiación territorial y la participación autonómica en la Unión Europea.

Por desgracia, la estela del 11 de septiembre lo ha contaminado todo, rearmando la arbitrariedad de los patriotas dispuestos a saltar por encima de la propia legalidad constitucional. Es lo que, a ejemplo de Bush, parece dispuesto a hacer Aznar, cuando diseña leyes retroactivas que cuela en el Senado para recortar los derechos constitucionales que protegen incluso a Batasuna, o cuando se niega a reformar el Senado, incumpliendo el espíritu de la Constitución. Al parecer, en la guerra contra los terroristas o contra el nacionalismo periférico todo vale: incluso llamar a eso patriotismo constitucional.

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