Fisuras
Nuestra vida está llena de fisuras, igual que la dudosa realidad que pisamos. Las personas no somos -salvo algunas feroces excepciones- monolíticos bloques de hormigón o piedra berroqueña. Esa querencia vasca por la piedra da buenos resultados escultóricos, pero como metáfora social puede engendrar sus riesgos. Los hombres y mujeres de una pieza son gente peligrosa de la que es conveniente escapar. Sus fes inquebrantables son lo más parecido a una apisonadora. Los demás componemos, en cambio, mecanismos más o menos sutiles que pueden desmontarse (las ideas se pueden desmontar y uno puede apearse de ellas) porque estamos construidos con diferentes piezas, trozos de aquí y de allá, tiempo y memoria: ése es nuestro secreto, nuestra debilidad y nuestra fuerza. Nuestras fisuras son la señal inequívoca de que seguimos vivos.
En las listas de libros más vendidos se detectan también las fisuras. Una novela que ni siquiera es una novela y que narra un oscuro episodio protagonizado por un escritor fascista del que nadie se acuerda lleva meses vendiéndose a modo. El libro se titula Soldados de Salamina y el nombre de su autor es Javier Cercas (quien, por cierto, escribe en la edición catalana de este diario). La historia que relata es la de un fusilamiento frustrado, la de la víctima que salvó la vida y la del victimario que se negó a cumplir la ejecución. Es la historia, por tanto, de algo que no se hizo, de una grave omisión.
Por lo común, las historias que más nos interesan son aquellas que describen acciones, cuanto más trepidantes, mejor. Y ésta es una excepción. Una fisura. Alguien que, simplemente, decide no apretar el gatillo de su arma de la misma manera que Bartleby, el escribiente de Melville, decide no escribir. El cristianismo, que convierte la omisión en pecado, quizás tenga que ver con este asunto, con la falta absoluta de prestigio de la no acción. Y sin embargo el héroe de este libro (cuyo tema secreto es el del heroísmo en tiempos de miseria) es alguien que no mata cuando podía hacerlo impunemente. Alguien que deja que la luz del dolor entre por una grieta, por alguna fisura de su alma o su conciencia.
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