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Columna
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El mundo es nuestro

Cuando Asterix y sus huestes conquistaron por fin Roma, Vascoterix se resintió del relajo, y decidió ponerse en forma segando hierba en una campa que halló delante del Coliseo. Indiferente a la mole pétrea, y de espaldas a ella, se sintió como en las campas de Salburua y exclamó para sí: de nuevo en casa. Queda testimonio gráfico de ese momento sublime, en el que Roma y Vasconia se fundieron y la guadaña asombró a los miles de espectadores que salían en aquel momento del anfiteatro de Vespasiano. Lo pueden ustedes contemplar en el calendario que acaba de editar la Kutxa para el año 2002, y sólo echarán de menos una pequeña nota que explique cómo a partir de aquel momento la guadaña se utilizó en todo el mundo para segar. Se apuntó hasta La Muerte. La instantánea, les aseguro, es excelsa.

'Nuestra cultura, entre lo mejor del mundo', afirma el texto del calendario en plena cogorza globalizada

Y no es la única instantánea inolvidable. A mí me ha impactado especialmente, cosas del corazón, esa otra en la que se ve a la Telmo Deun, la trainera de mi national country -ya saben, Zumaia- bogando bajo el puente de Rialto en Venecia city. Me imagino a mis paisanos, férvidos de emoción, al comprobar el asombro del Dux ante invención tan suprema, superior no ya a cualquier vaporetto sino al mismísimo Bucentauro, la galera ducal, tan pesadamente hermosa ella, pero incapaz de hacer el Gran Canal en tres minutos y dieciocho segundos con ciaboga incluida. Olvídense ustedes de la grácil musicalidad metafísica de la góndola. Venecia se derrite como un flan en cuanto la Telmo Deun la mira cara a cara, de igual a igual, y le dice: entre San Marcos y San Telmo no hay diferencia, ambos santos.

Corre incluso la voz de que el consistorio veneciano contempla la posibilidad de sustituir los cuatro caballos de bronce de la galería de la basílica por una trainera, acontecimiento para el que mis paisanos se apresuran ya a recaudar fondos. ¿O la pagará la Kutxa?

¿Y qué me dicen de la pareja de bueyes arrastrando piedras en plena tarea de construcción de la muralla china? Ahí la historia nos desvela sus misterios, y hételos, hételos dónde asoman los creadores del milagro. ¡Aida, aida!, y la inmensa construcción desinfla su suntuoso silencio ante las bostas que dejan las bestias a su paso. ¿Y la Arantzazuko Isis? Soberbia la réplica de la nuestra basílica en tierras faraónicas como testimonio de nuestra modernidad milenaria, si bien ese cambio de guardia en Buckingham Palace, no al ritmo de las notas de Elgar o de Mozart, sino, ¡pesadilla de mis pesadillas!, de los cencerros de siempre, supera a todo lo que Freud pudo decir sobre el malestar de la cultura.

Aseguran que, desde ya, la Reina de Inglaterra ha sustituido sus modelitos pastel de siempre por esa indumentaria, y que vaga por las noches así vestida por los pasillos de palacio, aunque el enloquecimiento general del servicio la primera noche la ha llevado a colgarse de la espalda, en lugar de cencerros, cajitas de música.

Mas no todo es balido en este inolvidable calendario. Hay también lugar para la instantánea sensible y solidaria, como la de ese exiliado que llega a remos de su bote a Nueva York, bote que perdura, mientras que las torres del World Trade Center que lo contemplan, ¡ay vanidad frente a la chipironera!, no prevalecieron. Y la perla de las perlas, la que lo dice todo sobre el asombro que producimos en el mundo. Ante el Partenón, una masa de gente contempla maravillada. ¿Es la joya griega la que les asombra? No. Una joya más chichorrona, superior al parecer a la joya griega, a la que dan la espalda, los tiene ensimismados: un harrijasotzaile en faena. Fuste a fuste estaría dispuesto a levantar a cachos ese material de derribo. Y es aquí donde el calendario expande su luz y alcanza su esplendor.

'Nuestra cultura, entre lo mejor del mundo', afirma el texto del calendario en plena cogorza globalizada. Y entre lo mejor del mundo, nuestra cultura se queda en subcultura y éxtasis. En subcultura, porque el botero con boina convierte las torres neoyorquinas en una alucinación imposible, la pesadilla de un talibán. En éxtasis, porque hace falta mucha píldora patriótica para olvidarse de toda la Acrópolis y mirar al levantapedruscos, en lugar de buscar el sombrero donde arrojarle una moneda por hacer el indio. Hasta los garfios de Chillida en el Machu Pichu parecen más una agresión a la cultura universal que el exudado de ombligo que pretenden ser. ¡Qué Dios nos ampare!

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