_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

España y la población europea

Emilio Lamo de Espinosa

Población y territorio son, según todos los clásicos, los elementos esenciales de un Estado y, por lo tanto, algo a cuidar. Todos consideraríamos un grave problema político la pérdida de parte del territorio. Sin embargo, no le damos la misma importancia a la pérdida de población, y, aunque ello pueda ser razonable, no lo es la casi total indiferencia que nos causa. Lo que viene a cuento de que Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea, acaba de publicar las principales tendencias demográficas de Europa durante el año 2000 y ciertamente merecen un comentario.

La primera noticia, buena sin duda, es que crece la longevidad de los europeos, cuya esperanza de vida es de 75 años para los hombres y de nada menos que seis años más, 81,2, para las mujeres, cifras que mejoran incluso para los españoles y, sobre todo, las españolas que, con 82,7 años de esperanza de vida, son las más longevas de la Unión, conjuntamente con las francesas. En algo debían ganar las mujeres, que, a menor calidad de vida, tienen sin embargo más cantidad.

La segunda buena noticia es que la tasa de fertilidad ha vuelto a crecer y es hoy la más alta en una década. Por el contrario, España, con 386.000 nacidos vivos, y a pesar de que ha crecido en relación con 1999, sigue siendo el farolillo rojo de la Unión, incluso por detrás de los demás países mediterráneos (Italia y Grecia). Al parecer, nuestra estrategia es la contraria a la de las mujeres, y seguimos comprando calidad de familia a costa de cantidad de familia.

Pues la tercera noticia, buena o mala según las preferencias valorativas del lector, es que en todas partes los matrimonios disminuyen (fueron 2,2 millones en 1980 y sólo 1,9 en 2000), al tiempo que los divorcios crecen (de 0,5 a 0,7 millones para las mismas fechas), lo que es causa y efecto de una generalizada tendencia a sustituir la natalidad matrimonial por la extramatrimonial. Si hace veinte años menos de uno de cada diez nacimientos era extramatrimonial, el año pasado había subido a casi uno de cada tres (el 27,2%), aunque, no por casualidad, las tasas más bajas de natalidad extramatrimonial se daban en España (14%), Italia (9%) y Grecia (4%). Pero en Francia, Suecia y Dinamarca es ya de uno de cada dos nacimientos, y en el Reino Unido, Irlanda, Austria y Finlandia es de uno de cada tres. Elija usted si prefiere hablar de 'nuevas formas familiares' o de 'crisis de la familia', pues la realidad es la misma: cambios drásticos en la composición de los hogares.

Finalmente, la noticia más importante, mala sin duda, es que el crecimiento de la población sigue siendo muy escaso. La población total de la Unión, nada menos que 377 millones, creció en sólo un millón de personas en el año 2000. Para contrastar esta cifra pensemos que, durante el mismo año, Estados Unidos, con una población inferior en 100 millones a la de Europa, creció en 2,5 millones. Y más importante es aún que dos tercios de ese escaso millón corresponden a emigración neta y sólo un tercio al crecimiento natural. En algunos países (como Italia o Alemania), el crecimiento natural fue negativo, compensado sin embargo con un saldo neto emigratorio. Para darse cuenta de lo escaso que es este crecimiento, basta comprobar que Europa contribuyó con sólo un 1,37% del total del crecimiento de la población del mundo el año 2000. Por contraste, China contribuyó al total del crecimiento mundial con un 15%, India con un 21% y los restantes países menos desarrollados contribuyeron con un apabullante 60%. De modo que, si la situación de desigualdad y pobreza mundial es ya grave, las tendencias demográficas la agravan más y hacen de la emigración un problema político de alcance global. Lo que es especialmente relevante para los españoles, geográficamente situados a la vanguardia de una de las dos grandes fronteras mundiales que separan países ricos y pobres, de baja y alta natalidad: la frontera sur de Estados Unidos y el Mediterráneo.

Y una última pregunta. ¿Le interesan estos datos a algún político? Pues si no le interesan, por favor, no le voten. Ya va siendo hora de que se tomen esto en serio, pues las consecuencias de estos datos, como son la emigración, la desfamiliarización de la sociedad o el envejecimiento y la creciente tasa de dependencia no son en absoluto temas triviales.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_