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Columna
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Tortilla de denuncias

Para un político, la denuncia, es, por su profusión, como los premios de consolación de una lotería. Un servidor calcula que todos los días se rifan en Andalucía una docena de denuncias que caen desde las alturas como las lenguas de fuego sobre los apóstoles. Llueven denuncias nuevas a diario, haga sol o esté nublado, pero muy pocas traspasan el grado de amenaza y prácticamente ninguna prospera en los páramos de los juzgados. Pero este hecho negativo lejos de disuadir a los denunciantes afila su inclinación querelladora y los anima a prescribir nuevas denuncias.

En realidad, los auténticos receptores de tales denuncias, y quienes han de juzgar su conveniencia o su incorrección, son los periodistas, pues en la mayoría de los casos su efecto penal es meramente publicitario. En las comparecencias informativas, después de una atronadora intervención de un político, siempre hay una voz de un informador que rompe el silencio y pregunta '¿pero presentará usted una denuncia?'.

En política, hay varios tipos de denuncia. La más leve es en realidad una enunciación de amenaza y debería ser transcrita como 'fulano enuncia'. A continuación, siguiendo la graduación de menos a más, viene la denuncia ante fiscal, no ante el juez, y equivale a trasladar una psicosis personal y momentánea a un tipo oscuro que administra una árida sección del peculiar sistema judicial. En tercer lugar está la denuncia que es rechazada por inconsistente por el juez o que, en su defecto, origina un divertido juego de entradas y salidas de testigos que no aclara nada. Y por último está la denuncia que supera los trámites intermedios y luego el tribunal considera en el mejor de los casos nimia.

He aquí unos ejemplos sacados de una jornada tan apática como la de un lunes, el de ayer. El PP, como se sabe, inventó una trama de espionaje a la cabeza de la cual puso a Manuel Chaves y como víctima al presidente de la caja de San Fernando. Para el papel de Perry Mason ideó un detective con apellido de cristiano viejo: el agente Castellanos. A partir de ahí comenzaron las denuncias. Javier Arenas prometió denuncias contra el presunto jefe de los espías, al mismo tiempo que la Junta presentaba la suya contra el agente Castellanos y los guardaspaldas del presidente de la caja. Ayer Gaspar Zarrías bautizó a Arenas como querelléitor porque de las quince últimas que anunció sólo presentó una y la perdió.

En Jaén el concejal de Urbanismo, Miguel Segovia, declaró ante el juez por una denuncia y, tras testificar, dijo que está convencido de que el juez condenará al denunciante por denuncia falsa. Y en Sevilla, en fin, la Audiencia confirmó la absolución del alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, por la denuncia que interpuso contra él Alejandro Rojas-Marcos.

Uno siente vértigo ante tanta denuncia y al mismo tiempo un asomo melancólico por carecer de denuncias en su currículo. En casi 20 años de periodismo sólo he tenido dos denuncias, ambas nebulosas. La primera, mi preferida, hasta da vergüenza contarla: la presentó una monja llamada hermana Dulce porque imaginé en su nombre un sueño erótico.

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