Y el alcalde cayó del guindo
¡Lástima no haber sabido que podía haber agujereado cualquier calle (la del domicilio del primer edil, por ejemplo), llenarla de zanjas adornadas con vallas amarillas, construir laberintos con pasadizos de chapa de hierro y todas esas maravillas de la ingeniería destructiva que tan bien conocemos los madrileños! Una especie de parque temático particular en el que poder seguir con la vista la azarosa trayectoria de la mamá con la sillita del niño, la del ama de casa con el carrito de la compra, la del anciano torciéndose un tobillo... Y todo eso sólo mío, a mi entero arbitrio en cuanto a plazos, en cuanto a diseño, complejidad y ornamentación.
Una vez más me entero con retraso de una oportunidad perdida. Desde ahora habrá que hacer un proyecto y contárselo a todos los que uno sepa que tienen gustos parecidos en cuanto a eso de las zanjas, para que no se les ocurra copiarte en la misma calle justo cuando tú decidas taparlo y marcharte con los agujeros a otra parte. El que quiera la misma calle que tú hayas elegido, que juegue contigo al mismo tiempo o que esperes tres años. Hasta ahora, las miles de obras callejeras no tenían nada que ver con el alcalde o el Ayuntamiento: quien sintiera deseos de abrir una zanja, la abría y a disfrutar. Menos mal que, aunque van a informar de las obras, todavía no serán planificadas ni controladas, este alcalde es muy mirado.
A pesar de haber perdido tan atractiva oportunidad, me consuela saber que el bien común está perfectamente salvaguardado por los munícipes, y, aunque pueda seguir jugando todo el mundo, deberá ser con cierto orden; para el próximo año ya se ha cuantificado esa oportunidad de juego en más de medio millar de kilómetros.-
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