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Columna
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Cultos y loas

Los creyentes musulmanes de por aquí acababan, el pasado sábado, de cruzar el ecuador del piadoso mes del Ramadán; un mes dedicado al culto a Dios, al ayuno durante el brillo del sol y a la recitación de las aleyas del Corán. El sábado primero de diciembre, festividad de San Próculo y San Evasio, tropieza con el domingo primero del Adviento cristiano; ese Adviento que son cuatro semanas durante las cuales los devotos practicantes se preparan para rendir culto a los dogmas que giran en torno a la Navidad. Respetar esos cultos no es tan sólo un deber constitucional, sino también el deber de todo demócrata que por tal se tenga.

Otros cultos no religiosos merecen una consideración distinta. Por ejemplo, el culto terrenal que le dieron algunos de sus seguidores al fundador del Opus Dei en vida. Culto a la personalidad que el escritor Luis Carandell en su Vida y milagros de monseñor Escrivà de Balaguer, publicada a mediados de los setenta, calificaba de estalinista. Y Stalin -de ello tiene conocimiento cualquier vecino medianamente informado-, fue zar de todas las rusias, y teocrático padre de todas las uniones soviéticas; esas uniones que se disolvieron como azucarillo en agua con la rapidez con que se desploma un castillo de naipes. Claro que casi siempre hay nada o muy poco detrás del culto a la personalidad; detrás de la exaltación pública de la imagen de un líder, hecha con servilismo y siguiendo directrices. El culto a la personalidad pertenece al ámbito de los dictadores de cualquier calaña y al mundo de los oligarcas de cualquier índole, y los hay por la derecha y por la izquierda convencional. Para exaltar al líder disponen, por lo general, de los conocidos ministerios o departamentos oficiales de agitación y propaganda.

Que sepamos los valencianos, ni nuestra radio autonómica ni Canal 9 televisión se crearon para exaltar a guías de creyentes o para rendir culto a personalidad pública alguna. Sin embargo, el sábado de San Próculo y San Evasio y en las noticias del mediodía, la televisión autonómica nos trasladó, durante unos minutos, al totalitarismo de la loa y la alabanza de gobernantes carismáticos que la divina providencia regala con acierto a la ciudadanía. En un aparte de Notícies 9, entre novedades relativas al precio de la naranja, talibanes destrozados y entrevista al vecindario de la última víctima de la crónica negra, apareció el comentario, culto, alabanza o pleitesía preceptiva en el medio al carismático líder del supuesto centro político, a Eduardo Zaplana. Con engomadas y rotundas palabras, la comentarista madrileña de Canal 9 exaltaba la figura del dirigente del PP, basándose en la cohorte de ministros y directores generales que la presencia del ex alcalde de Benidorm atrajo en Madrid; atracción que fue como la antesala a la entronización de Zaplana a la gloria de los santos, es decir, al Comité de Regiones, institución consultiva de la Unión Europea.

Flaco favor le prestan esas loas religiosas y esos cultos maoístas a nuestro presidente autonómico. Flaco favor prestan a la democracia, al liberalismo y a ese movedizo centro político que reclaman donde el PP. El culto, la adulación y la loa provocan, por un lado, risa, hilaridad y algaraza; pero, por el otro, nos remiten al capítulo cuarto del cuarto libro de La Política de Aristóteles, donde se señala que la adulación y la demagogia suelen corromper y depravar las democracias.

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