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Navidad, Ramadán, gestos y mestizaje

Las luces navideñas que instala el Ayuntamiento de Barcelona no se encendieron la pasada semana en algunas de las calles más concurridas del Raval, al no haber sufragado los comerciantes paquistaníes y marroquíes la contribución especial que el consistorio exige para su instalación. Mientras la mayoría de barrios se iluminan, en el Raval, o al menos en ese sector del mismo en el que no hay inmigración latinoamericana, apodado ahora el 'Ravalistán', la vida toma estos días el reloj y los cambios de hábitos del Ramadán, que este año coincide con las semanas previas a la Navidad. La ausencia de las luces navideñas ha molestado a sectores de la población catalana o no musulmana, que asisten con preocupación a ciertos cambios demográficos que ha vivido este barrio barcelonés en los últimos tres años. Los comerciantes de toda la vida se quejan de que no pueden resistir la competencia de los comerciantes paquistaníes que, vulnerando la normativa vigente, abren hasta altas horas de la noche, hecho que acrecenta, según ellos, la conversión de las zonas cercanas a la Rambla del Raval en un gueto.

La multiculturalidad, que en ciudades como Nueva York, es un signo identitario, en Cataluña, al igual que ocurre en otros lugares de España y Europa, es percibida por amplios sectores de la ciudadanía como un peligro para la propia identidad. Sin ir más lejos el propio Jordi Pujol ha manifestado su disconformidad con una Cataluña que acabe siendo mestiza. En Vic ya existe la llamada Plataforma Vigatana que piensa presentarse a las elecciones municipales con la propuesta de frenar la llegada de musulmanes. Otros, como Heribert Barrera, han hecho propuestas para salvar la esencia y la identidad catalana de incentivar el retorno de la inmigración, fomentar que la recogida de la fruta la hagan los estudiantes catalanes, y destinar a la construcción a los parados de otros sectores. Medidas que podrían ser aplicables en la Albania de Enver Hoxa o en la España autárquica de l950, pero no en un país de la Unión Europea en la era de la globalización. Porque incluso a quienes se lamentan de que haya tantos inmigrantes, les sube el butano un paquistaní, comen verduras recogidas por un subsahariano, almuerzan en un restaurante en el que tal vez la mitad del personal es extranjero y, si buscan a alguien que les limpie la casa o la oficina, posiblemente acabarán contratando -o apalabrando a tanto a la hora y sin papeles- a una mujer magrebí o latinoamericana. Por ello es absurdo lamentarse de la llegada de extranjeros. Es un fenómeno imparable, y los poderes públicos deben desarrollar políticas para su integración, sabiendo que la sociedad del siglo XXI será en Barcelona, París, Londres o Nueva York más multicultural que nunca.

Evidentemente las ciudades o sociedades que se construyeron y crecían a medida que llegaba la inmigración no vivieron como vive hoy Barcelona o Vic el problema de que los barrios antiguos o más degradados se conviertan en guetos. En Nueva York todo el mundo en segunda o quinta generación es de fuera, y pese a que hay barrios étnicos, nadie se molesta por la vestimenta o la religión del otro y hay además un espacio social que admite el mestizaje: un chino de cuarta generación puede casarse con un americano de origen italiano, de la misma manera que un nieto o una nieta de musulmanes que llegaron a Estados Unidos hace unos 70 años puede unirse a alguien de abuelos irlandeses. El mestizaje se produce a partir de la segunda generación y, como relata la joven narradora británica, Zadie Smith, en su libro Dientes blancos, es entonces cuando uno se enfrenta con el rechazo del racismo de la sociedad de acogida y el racismo de los padres inmigrantes que no siempre ven con buenos ojos al musulmán o la musulmana que se integra en una sociedad laica. Pero en la tercera generación, en sociedades con una cultura de la aceptación de la diferencia consolidada, por lo general, quien rompe con la tradición de los abuelos no se arroja necesariamente al vacío.

Ni Cataluña ni España son hoy el Londres o el Nueva York multicultural, sencillamente porque los inmigrantes no llegaron hace 40 o 100 años. Llegan ahora, se instalan en los barrios con una vivienda más asequible y se aferran a sus tradiciones porque tienen todo el derecho de hacerlo, porque el rechazo de los demás no les anima mucho a abrirse, y porque es entre los suyos donde encuentran la ayuda para establecerse.

A los poderes públicos les corresponde la tarea de dotarles de los mismos derechos que al resto de los ciudadanos, no sólo porque tienen derecho a ello, sino porque el no hacerlo fomenta que se enquisten más en sí mismos. Será en segunda o tercera generación cuando surja el mestizaje, y ya nadie se extrañará de la vestimenta o las creencias de sus conciudadanos. Pero también es preciso que las administraciones impulsen políticas de mediación para evitar conflictos culturales entre vecinos, y apliquen las leyes y normativas para proteger los derechos de todos: perseguir, por ejemplo, el absentismo escolar de las niñas musulmanas, ser estrictos con la competencia desleal de comercios que sin pagar el sueldo estipulado a los paquistaníes que allí trabajan, ni tener la licencia oportuna, abren hasta altas horas de la noche, o hacer que la Guardia Urbana cumpla con sus funciones cuando un vecino denuncia que en el piso de arriba viven 20 personas y el jolgorio se prolonga hasta las tres de la madrugada. Gracias a la mediación municipal se ha conseguido, por ejemplo, que finalmente una parte de la calle de Sant Pau esta Navidad se ilumine.

Propuestas como la de la Fundación Raval, a la que hacía referencia EL PAÍS el pasado día 25, en la que se implicarán asociaciones muy diversas, incluidas algunas de inmigrantes, son una muestra del camino que se debe seguir. Tampoco estaría de más, por último, que los responsables políticos, que como presidentes lo son también de los ciudadanos llegados de fuera, realicen gestos de acercamiento. Bush y Blair, para dejar claro que la operación militar en Afganistán no significaba una hostilidad hacia el islam, se han reunido en diversas ocasiones con los representantes de estas comunidades, cosa que de momento no han hecho ni Aznar ni Pujol.

Xavier Rius-Sant es periodista.

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