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Columna
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Los chotos y el andalucismo

Jesús Valenzuela, secretario del recién nacido Partido Socialista de Andalucía, ha hecho su carrera a fuerza de sacrificar chotos. No es concebible un éxito de Valenzuela sin la muerte de un choto. Su conciencia está tapizada de cuartos de choto refritos en aceite con ajos y pimientos choriceros. El sábado, la víspera de su elección, sacrificó el chivo ritual y convidó a los periodistas a la comunión subsiguiente. El domingo, Valenzuela celebró su elección como el día de su boda o el de la primera comunión y reunió en torno a él a siete antiguos seminaristas de su pueblo, Alquife; al señor cura párroco; a su maestro de escuela, don Camilo Camús, y al cohetero de la localidad que hizo una exhibición pirotécnica junto al palacio de congresos de Granada.

No deja de ser curioso que, en pleno descrédito intelectual de los nacionalismos, tres mil personas hayan decidido formar su propio partido y contrarrestar el nacionalismo obtuso del PA. Un servidor rechaza los nacionalismos simplemente porque ha concluido que la patria es una abstracción en la que sólo se puede creer con la gracia de la fe. Como en Dios. Y soy demasiado irónico como para comprender tales misterios con la necesaria circunspección. En cambio, sí creo en las ideologías y en consecuencia me parece muy clarificador que nazca un partido andalucista que no solape la dirección de su pensamiento. Si algo ha enturbiado la imagen del PA ha sido precisamente su ambigüedad ideológica, su capacidad para convivir con cualquier vecino según qué circunstancias, y su sospechosa negativa a clarificar de lado de quién está y cuáles son sus intereses.

En política, la tibieza genera desconfianza y en un territorio vejado y discriminado secularmente no puede bastar con la patria.

Valenzuela, rodeado de coheteros y antiguos aspirantes a misacantanos, de maestros de escuelas y curas, parece que está fundando un nacionalismo basado más en geografías sentimentales que en vagas ocurrencias históricas. Alguien escribió que la patria verdadera es la infancia y Valenzuela, con su apego al sacrificio de los chotos y su respeto por las autoridades del pueblo (faltó el médico) quizá esté sugiriendo un significado semejante. Y además no oculta sus creencias socialdemócratas.

Jesús Valenzuela, como concejal de Cultura de Granada, ha tenido una gestión deficiente, pintoresca y sin rumbo. Ahora, sin embargo, ha surgido el ideólogo, un ideólogo muy peculiar bajo la sombra todopoderosa del padre del desconcierto: Pedro Pacheco. Ambos son las cabezas visibles de un partido que quiere representar al nacionalismo de izquierdas. Es posible que se estrellen, que se peleen de aquí a unos pocos meses, que se arruinen o que triunfen, es decir, que rasquen algún beneficio, aunque sea en Alquife. Pero a uno le queda cierta sensación de simpatía.

A Valenzuela sus compañeros lo llaman 'la perla de Granada', como si lo hubieran descubierto dentro de una ostra. Tengan ojo cómo lo dicen, pues basta cambiar el género del artículo para trocar la alabanza en broma: el perla de Granada y la perla del Jerez. O al revés, quién sabe.

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