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LA CRÓNICA
Columna
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Satélites BCN

Suele ocurrir. Estás en casa, viendo tranquilamente el final de un partido del Barça, cuando de pronto suena el teléfono. Un viejo amigo salido de la zona más ignota de tu pasado, y que vive en el extranjero, te comunica que está en la ciudad. '¿Tomamos una copa?', dice. '¿Cuándo?', preguntas. 'Ahora', responde. Primero te resistes, pero al final sucumbes a su poder de persuasión, te vistes y, a la salud de los viejos tiempos, sales en busca de ese bar cuya existencia desconocías y que resulta ser guarida de noctámbulos pertenecientes a la nutrida población flotante de estudiantes, au-pairs, profesores de idiomas o canguros germanófilas. Allí, tras los abrazos de rigor, descubres que tu amigo está más chiflado que nunca. Ha cambiado de peinado, de color de ojos y de tendencia sexual. Aunque lleva años viviendo en Londres, conoce Barcelona mejor que tú, así que le sigues dócilmente por un periplo de clubes en los que, a pesar de que ambos tenéis la misma edad, él parece tu hijo y tú su abuelo. Procuras no beber casi nada, hablas de asuntos tan candentes como la victoria del Barça contra el Liverpool o de los efectos de la ketamina sobre nuestra percepción de la realidad. La primera hora pasa volando, entre risas y anécdotas. 'Tiempo muerto', pide él, y se aleja a bailar a la pista. Le ves bailar, rodeado de humanoides tan flexibles como los del anuncio de Levi's. Para distraerte, escuchas atentamente la música: un agradable oleaje de ritmos suaves. Te gusta.

Te llama un amigo que vive en el extranjero, al que hace tiempo que no veías. Y es él quien acaba llevándote de marcha por la ciudad

Estimulado por el reencuentro con tu amigo, que sigue bailando, te acercas a la cabina del DJ y le preguntas qué es lo que está sonando. El DJ, parco en palabras como todos los de su especie, te enseña un compacto titulado Barcelona Satélite Lounge (editado por Satélite K, con domicilio social en la calle de Grassot, observas). Indagas, preguntas, arrancas unas cuantas respuestas y, finalmente, averiguas que se trata de una selección de música electrónica europea agrupada bajo las siglas BSL (Barcelona Satélite Lounge), de la que son responsables Javier Verdes, de Verdes Records; Guille de Juan, periodista y DJ, y un tal Tito, promotor y, como casi todo el mundo a partir de las dos de la madrugada en esta ciudad, también DJ. Los adjetivos aplicables a la música electrónica son limitados: envolvente, cálida, relajante, seductora, hipnótica. Pues eso. No hay ninguna referencia musical a la ciudad, sólo algunas fotografías en la caja del CD en las que, sobre un fondo azul, pueden verse, entre otras cosas, nuestras torres gemelas, el funicular del puerto, las greñas de hierro de la azotea de la Fundació Tàpies y la bicromática estela de un taxi en movimiento. No hay castañuelas, ni acordes de rumba, ni una triste tenora que llevarse al oído. Te enteras de que Barcelona es, además de una ciudad, una marca, un nombre capital en el recorrido de la música electrónica europea. Te lo dice tu amigo, y entonces reparas en que su manera de hablar catalán te recuerda el acento de Matthew Three, ese barniz anglosajón casi tan envolvente como el tema Café de Flore, de Doctor Rockit, que sugiere paisajes atómicos, anónimas relaciones en un hotel robótico, música de ascensores futuristas que llevan a una azotea galáctica desde la que dos cyborgs descatalogados buscan en el firmamento un asteroide al que agarrarse.

Los conceptos Barcelona, satélite y lounge (que, según tienes entendido, significa 'salón') bailan en tu cabeza. Por las fotografías, deduces que la Barcelona de BSL es la misma que estás recorriendo en esta extraña noche de banda sonora dub y down tempo. En La Rambla, unos hinchas del Liverpool celebran la derrota con carcajadas y birras. Tu amigo no parece cansado. Te habla con entusiasmo del BSL y te propone un negocio: contribuir a una aventura discográfica extensible a todas las Barcelona del mundo. 'Tampoco hay tantas', le dices para zanjar lo que te hueles que podría constituir otro de sus torrenciales delirios. Tu amigo sonríe y, como siempre, te deslumbra con un viaje interplanetario por diferentes y te temes que inventados lugares que llevan el nombre de Barcelona: tres pueblos norteamericanos (en Westfield, Nueva York; en Clayton, Luisiana; en Uniontown, Arkansas), dos en Occitania, un barrio en el municipio mexicano de Tiahualillo de Zaragoza, una ciudad en Sicilia (segregada de Pozzo di Gotto), un pueblo en una isla filipina, un grupo de Cottages en Cornualles, Inglaterra; una posesión del municipio venezolano de Torondoy, y así por todo el planeta hasta llegar a una urbanización en Australia (en la costa del mar del Coral, entre Ayr y Townsville). Y cuando parece que el viaje ha terminado, tu amigo te remata diciéndote que también existe un asteroide, el número 945 del catálogo, descubierto en el año 1921 por Josep Comas Solà, uno de nuestros astrónomos más insignes y que, por cierto, vivía a cinco minutos de tu casa, en una torre de Sant Gervasi llamada Villa Urania desde la que, en noches como ésta, salía a observar los fugaces movimientos de luces del firmamento, muy parecidos a los que, en el momento de despediros, atraviesan las dilatadas pupilas de tu amigo.

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