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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La noche americana

Dentro del paisaje de la literatura norteamericana, Charles Baxter (1947) es lo que para bien y para mal se conoce como un 'escritor de escritores'. Es decir: alguien admirado por sus colegas, ganador de premios de prestigio, habitual invitado a las mejores antologías y celebrado por la crítica; pero desconocido para el gran público lector de esa literatura de calidad que, de vez en cuando, se cuela en las listas de best sellers.

Charles, Charlie, Baxter es, también, el protagonista de El festín del amor: un escritor insomne y falto de inspiración que sale a caminar por las noches estrelladas de Ann Arbor, Michigan, en busca del consuelo del cansancio para acabar encontrando el mejor premio de todos: historias. El territorio que caminan los dos Baxters -se comprende enseguida- es el del suburbio americano. Un paisaje ya clásico a la hora del narrar en inglés y que ha sido favorecido tanto por los tres grandes Johns de la literatura de Estados Unidos (O'Hara, Cheever, Updike) como por los tres grandes Richards (Yates, Ford, Russo). En el suburbio norteamericano o en el pueblo chico a la sombra de la metrópoli, se sabe, es adonde llegan los fugitivos o se retiran los triunfadores o donde vuelve el hombre medio luego de su jornada de trabajo a una hora de tren y de estar dentro de rascacielos. El sitio exacto donde no pasa nada para que todo suceda mientras alguien se sirve un whisky y piensa tanto en los misterios del universo como en el trasero perfecto de una vecina. En las páginas de El festín del amor, Baxter presiona otra vez cada uno de estos botones -o lugares comunes del héroe común del suburbio-, pero dotándolos de una extraña y propia personalidad que lo ubica a él y nos desubica a nosotros en ese pueblo ubicado justo a mitad de camino entre el Bedford Falls de Frank Capra y el Twin Peaks de David Lynch. Un lugar entre angelical y siniestro por el que Baxter se pasea con paso más tradicional que innovador -lejos de las miradas más posmodernas y recientes de autores como Rick Moody (La tormenta de hielo), Donald Antrim (El verificacionista) y Jeffrey Eugeniades (Las vírgenes suicidas)- y más cerca de la escuela fundada por la revista The New Yorker.

EL FESTÍN DEL AMOR

Charles Baxter Traducción de Jaime Zulaika RBA. Barcelona, 2001 270 páginas. 2.950 pesetas

El libro también trata de la súbita felicidad de leer una novela como si la escucháramos

Porque si a alguien le debe el Baxter de El festín del amor -tercera novela dentro de su currículo que significó una suerte de redescubrimiento y una nominación al National Book Award- es al ya mencionado e insuperable John Cheever. Al igual que sus novelas -en realidad relatos perfectamente hilvanados alrededor del apellido Wapshot, el barrio de Bullet Park, la cárcel de Falconer o aquella laguna que parecía un paraíso-, El festín del amor opta también por este formato atómico en el que el protagonista narrador va cruzándose con diferentes personajes a los que interroga sobre el cuento de sus vidas para armar la novela de su insomnio. Así, Charlie encuentra al formidable Bradley W. Smith (quien le sugiere el título de El festín del amor para su próxima novela), a sus varias esposas, al ex adicto Oscar y a la camarera Chloe adicta al piercing, al matrimonio maduro del filósofo Harry y la bioquímica Esther sufriendo las llamadas telefónicas de un hijo con vocación de suicida sádico... Todos ellos entrando y saliendo de escena -configurando variaciones románticas alrededor de un aria en la que alguien ama, alguien sufre porque no es amado- con la shakespeareana elegancia de quien sueña despierto durante una larga noche de verano luego del más platónico de los simposios mientras al fondo suena una pequeña música nocturna.

Así, Baxter Personaje conversa con ellos para que Baxter Escritor los ponga por escrito (El festín del amor también puede leerse como un curioso, didáctico y sutil tractat sobre las maneras de organizar una trama a partir de una conversación) y así nosotros podamos unirnos a esta fiesta leyendo, también, con esa perturbadora sensación de quien se siente invitado a un milagro pequeño, pero a un milagro al fin. La palabra clave aquí -como, otra vez, en las ficciones de John Cheever- es, sí, epifanía. Y de eso trata El festín del amor: de la súbita felicidad de leer una novela como si la escucháramos y de redescubrir que, después de todo, no hay nada mejor que nos cuenten una buena historia hecha de varias buenas historias antes de irse a dormir o de no poder dormirse porque no se nos ocurre nada y, en ese caso, no hay nada mejor que seguir leyendo, escuchando lo que les ocurre a los otros.

Charles, Charlie, Baxter es también el protagonista de su nueva novela, 'El festín del amor'
Charles, Charlie, Baxter es también el protagonista de su nueva novela, 'El festín del amor'COVER/CORLORS

Insomnio y milagro

HAY UN PAR DE INSTANTES literal y genéricamente fantásticos en El festín del amor -similares a aquel de la lluvia de ranas en Magnolia, el filme coral de Paul Thomas Anderson que tiene más de un punto en común con la novela de Charles Baxter- donde se obliga al lector a conciliar a la magia con lo cotidiano con una pericia y elegancia que provocan el más agradecido de los asombros. El primero tiene lugar cerca del principio del libro cuando Kathryn -primera esposa del sufrido Bradley W. Smith- consigue callar a todos los perros de una perrera al descubrir sus nombres secretos y verdaderos. El segundo se alcanza casi al final cuando Chloe -quien acaba de ver a Jesucristo en una fiesta- se descubre a sí misma como encarnación de la diosa Venus y testigo privilegiada de la misma rueda de fuego que Ezequiel alguna vez contempló en los cielos de la Biblia. En uno de sus ensayos, Baxter se refiere a estas intromisiones de lo imposible en lo posible -o viceversa- como esos momentos que todo escritor que se precie de tal debe hacer que parezcan verosímiles al lector y define como 'la inflexión casi insomne del milagro', una sensación como de soñar despierto: 'Nabokov alguna vez dijo que el precio de ser escritor se pagaba con noches sin dormir. Pero Nabokov agregaba, travieso, que si el escritor no tenía noches sin pegar un ojo cómo podía esperar conseguir noches sin sueño en lectores entregados y dispuestos a creerle todo y a no dormirse hasta terminar el libro no importa la hora que sea. Ése es el efecto que busca y consigue El festín del amor, una novela donde el insomnio acaba siendo tanto la bendición del que quiere empezar a escribir y no puede como del que no puede dejar de leer y quiere que el libro siga para siempre.

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