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Columna
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El martillo y la magia

Santiago Segurola

Al tenaz modelo del Sparta, el Madrid respondió con una exquista puesta en escena. Alrededor del balón, por supuesto. El fútbol español, al menos en lo que corresponde a sus clubes, ha encontrado unas señas de identidad que le diferencian casi radicalmente del resto de Europa. Aquello que estaba en desuso y sometido a críticas feroces en el apogeo de la italianidad se ha convertido en un potentísimo foco de luz, apoyado por la fuerza de los resultados. Con el balón como árbitro de la excelencia, nadie puede oponerse a los equipos españoles. Eso no les hace invulnerables. Ningún modelo garantiza la victoria, ni éste ni el italiano, ni el alemán, ni el inglés. Pero en cuestiones de belleza pura no queda más remedio que saludar al Madrid de Praga, al Barça de Anfield o al Deportivo de Old Trafford. Como en todo, la belleza tolera mal los excesos. Si el Madrid padeció un defecto fue el del manierismo. No tumbó al Sparta cuando pudo y se abocó a una victoria con demasiado sufrimiento. Por lo demás jugó a la grande y sólo echó en falta a Figo, que no sale del agujero.

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