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Columna
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En el museo de Bilbao

Después de su remodelación el Museo de Bilbao tiene nuevamente las puertas abiertas al público. La multitud de personas que acudió el día de la reinauguración y los dos siguientes, en que la entrada fue gratuita, puso de manifiesto el cariño e interés que despierta nuestra pinacoteca entre una gran multitud de vizcaínos. Además de la colección permanente, dispuesta con pequeños sobresaltos generados por el contraste intencionado entre obras de diferentes épocas, se presenta como novedad una exposición temporal bajo el título Gaur, Hemen, Orain. Son 22 artistas vascos, llenos de juventud y en plena actividad creadora, los que muestran sus variopintas creaciones. Entre ellas están las fotografías de Mikel Eskauriaza (Bilbao, 1969).

La calma de su caserío en Berango está en el origen de la mayor parte de sus trabajos. Le conocí cuando se peleaba para resolver unas originales copias de cibachrome. Sobre el papel plasmaba líneas de colores, estelas que tapizaban el soporte de manera abstracta. Un conjunto enigmático, con impacto visual envolvente, que encontraba semblanza con el revoltijo de hilos policromados en el costurero de una bordadora. Hilos de oro, de sangre y del azul del mar que, según se entrelazaban, hacían surgir curiosas figuras. Ahora, en el Museo, ha dejado aparcados estos ensayos y ha recurrido hacia otra vertiente de trabajo paisajes urbanos marcados por la huella del hombre contemporáneo que colaboran a mejor comprender su identidad.

Mikel Eskauriaza forma parte de una generación de jóvenes artistas que han salido de las aulas de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco. Lleva en lo más hondo de su alma el impulso creativo. Se especializó en pintura y procesos de fotografía y audiovisuales. No contento, hizo un master en Arte Contemporáneo. Este año disfruta de una beca de la Diputación de Vizcaya para la creación artística y ha pasado por el International Center of Photography de Nueva York, donde vuelve a reincorporarse. Compagina distintas disciplinas, pero se ha decantado claramente por la formula fotográfica. Fue el verano de segundo de carrera cuando palpó holgadamente este territorio. Una colaboración en un periódico local le abrió perspectivas hasta entonces no descubiertas. Siguiendo ese camino llegaron exposiciones, montajes multimedia, una colectiva en Basilea (Suiza), otra en la ciudad de los rascacielos y ahora en Bilbao. Después de todo este recorrido no puede olvidar a su profesor Patxi Cobo, que con sus virtudes docentes le supo trasvasar un interés apasionado por la cámara oscura.

Aunque en la actualidad haya adoptado grandes formatos (9x12), su herramienta de referencia es una vieja Leica que antes que él naciese, en los años cincuenta, como si de una premonición se tratase, llevó a su casa un tío abuelo marino. Busca nuevas formulas de trabajo con constancia y serenidad. Lo suyo es una reflexión fotográfica que interpreta distintos aspectos de la tradición paisajística -heredada de la pintura- aplicada al mundo actual. Sistematiza con formas armoniosas su pensamiento y plasma en imagen sus emociones. Se aproxima a la interpretación urbanística y arquitectónica con sosiego y resuelve con eficacia. Añade ironías muy sutiles que abren nuevos puntos de interés al objeto de sus tomas. Así, en su panorámica Un estilo de vida, movimientos de tierra en un paisaje rodeado de arboles, ofrece un futuro de hormigón y asfalto ordenado para nuevas formas de convivencia. No lo condena, no lo aplaude, sencillamente lo constata y hace evidente ciertos choques visuales. La imagen habla del pasado y de un presente inminente, como signos de identidad diferenciada. Pensamientos que con la misma envergadura se repiten en Brooklyn, Nueva York o en Cape Cod, Massachusetts, colgados en el Museo. Todo con el sello de un estilo muy personal que también se encuentra en sus documentos sobre el Bilbao metropolitano y, por supuesto, en su proyecto de una nueva ronda americana.

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