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Columna
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Repensar el conflicto

'Las complementariedades sistémicas -afirma Edgar Morin- son indisociables de los antagonismos. El antagonismo y la complementariedad son dos polos de una misma realidad compleja. El antagonismo, más allá de ciertos umbrales y procesos, se convierte en desorganización; pero, incluso convertido en desorganización, puede constituir la condición para las reorganizaciones transformadoras'. No puede concebirse una organización compleja sin la existencia de antagonismos. Es cierto que el antagonismo puede ser organizativo (creador) o antiorganizativo (destructor), pero esto no depende tanto del conflicto en sí, de su objetividad, cuanto de la perspectiva que sobre el mismo desarrollen las personas o colectivos implicados.

Así pues, tal vez debamos definir de nuevo el conflicto. Una definición clásica de conflicto social es la ofrecida por Lewis Coser: 'Lucha por los valores y por el status, el poder o los recursos escasos, en el curso de la cual los oponentes desean neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales'. Se trata de una caracterización sumamente dura: se habla de causar daño o incluso de eliminar a los rivales. Se trata de una definición que, en la práctica, lleva en su seno una afirmación no sólo sobre lo que es la situación de conflicto, sino sobre la forma en que inevitablemente acabará resolviéndose: mediante la neutralización o la eliminación del contrario. Tal vez sea la definición que mejor se adecua al modo en que, normalmente, vivimos o pensamos el conflicto: como una situación penosa, en la que el enfrentamiento es inevitable, donde nos jugamos la victoria o la derrota.

No es, sin embargo, la única definición de conflicto que podemos encontrar en la literatura sociológica. Otra definición no menos clásica es la de Max Weber, quien caracteriza el conflicto como aquella acción 'intencionalmente orientada a la realización de la voluntad del actor en contra de la resistencia de la otra parte o de las otras partes'. Sin modificar sustancialmente el fondo de la primera definición -dos o más partes enfrentadas- se trata de una caracterización que no prejuzga sobre el resultado del conflicto y que por ello resulta más suave, si bien cabe suponer que en la mayoría de las ocasiones será imposible realizar pacíficamente la voluntad de una de las partes sobre la otra o las otras. Veamos una definición más. Anthony Giddens, autor de un voluminoso manual de sociología, ofrece la siguiente definición de conflicto: 'Antagonismo entre individuos o grupos en la sociedad'. A primera vista puede parecer una simple tautología, una definición autoreferencial que, por lo mismo, no define nada. Al fin y al cabo, si acudimos a un diccionario de sinónimos comprobaremos que esos dos términos, 'conflicto' y 'antagonismo', lo son. Sin embargo, es esa misma simplicidad la que, en mi opinión, confiere interés a la definición propuesta por Giddens. Hay conflicto cuando y porque existe antagonismo en el seno de un sistema. Y, como hemos visto más arriba, el antagonismo es una dimensión inherente a la realidad, a toda realidad.

Así pues, lo importante no es la existencia del conflicto, pues este está siempre presente en la realidad social, sino su definición, la perspectiva que sobre el mismo desarrollamos, la aproximación que hacemos al mismo. Hay miradas que matan: esta es la característica de las visiones totalitarias, sean de derechas o de izquierdas. Hay definiciones de la realidad que sólo pueden llevar a la violencia. Hay formas de mirar que simplifican la realidad.

Si concebimos las situaciones de conflicto como intromisiones en la estabilidad, como rupturas de la normalidad o amenazas al orden, nuestra reacción será la de negarlas, ocultarlas o eliminarlas. Identificaremos conflicto con agresión. Buscaremos causas y, sobre todo, causantes de esos conflictos, causantes que siempre serán los otros. Y entonces sí buscaremos neutralizar, dañar o eliminar a nuestros rivales, a los que descalificaremos como enemigos cuando no son otra cosa que antagonistas, compañeros de historia, convecinos habitantes de una misma realidad compleja.

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