Día triste
El 7 de noviembre fue un día especialmente triste, marcado por dos trágicas muertes, que ponen de manifiesto dos grandes sietes, roturas por las que se ve la pobreza y hasta las vergüenzas de nuestra democracia. Una fue la muerte en atentado de ETA de un juez del País Vasco, a menos de veinticuatro horas de que una bomba de los mismos terroristas hiciera más de cien víctimas heridas en Madrid.
La otra fue la muerte, nada sorpresiva, tras una larga confabulación de muchos conspiradores contra la libertad, del que llegó a ser uno de los primeros y más democráticos periódicos del país, Diario 16. 'No opino como tú, pero defenderé al máximo tu derecho a decirlo', repiten hipócritamente tristes en su entierro no pocos, alegres en el fondo de que se acalle hasta liquidarlos a quienes piensan de otro modo, o aliviados por lo menos de que esta vez no les haya tocado aún a ellos. Fue lo mismo que sintieron en su día en el entierro de Liberación, La Tarde, El Independiente, Ya y El Sol, para limitarnos sólo a la prensa diaria, a Madrid y a épocas recientes. Tocqueville creía que una prensa libre era más necesaria para el funcionamiento de la democracia que un Parlamento, y que para que fuera libre debería ser realmente plural, múltiple.
Madrid, con un millón de habitantes en la Segunda República, tenía muchos más diarios que hoy. La concentración en pocas cabeceras hace que esos medios sean muy poderosos, con mucho que perder, muy conservadores y muy vulnerables a las presiones del poder. El amplio cementerio de prensa liquidada, como el de víctimas de ETA, es en realidad el de nuestras libertades.-
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