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Columna
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Génesis

1. En el principio era el caos. Bueno, tampoco hay que exagerar, se trataba de un caos muy distinto de aquel en que Dios creó los cielos y la tierra, porque ahora la tierra ya existía desde siempre y estaba peor que nunca, revuelta como es habitual, con bombas cayendo a diario sobre los malos, pero eso sí, dentro de un orden muy preciso, el nuevo orden mundial.

2. Era aún de noche y las tinieblas entoldaban esta zona del Mediterráneo, donde no llueve ni por casualidad y, cuando lo hace, inunda los campos con la gota fría y destroza las cosechas. Mi despacho estaba en penumbra y el ordenata dormía apagado encima de la mesa, de manera que hice la luz: pulsé un botón, se oyó el sonido de arranque y, en el centro mismo de la pantalla apareció el habitual dibujito del Macintosh, con ojos, boca y nariz: un ordenador dentro de otro ordenador, eso que los franceses bautizaron como mise en abîme.

3. Y vi que la luz era buena, de calidad, de 220 voltios como consta en el contrato de la compañía eléctrica Iberdrola. Ni por asomo se me ocurrió llamar día a aquella luz, como hizo Dios, porque un día es otra cosa. La luz informática simplemente siguió ronroneando y, al poco, iluminó toda la pantalla. Dirigí entonces el ratón al icono del Word y pinché. Entonces apareció el documento, vacío. Era una invitación a seguir creando.

4. Y dije yo: como todo necesita un nombre, démosle uno al documento. Y lo titulé 'Columna para EL PAÍS-Comunidad Valenciana', con lo cual ya tenía casi media creación completa. Pero, ay, pensé con miedo ante la página en blanco, ¿de qué escribir, Virgencita de los Desamparados, si aquí no pasa nada que merezca salir en el periódico, a menos que el déficit escondido, y los trapicheos, y los sobornos, y el nombramiento nunca explicado de Jaime Morey, y la ruina del parque temático de Benidorm, y la deriva de los sociatas, y algunas otras cosas que se me olvidan tengan algún interés para el lector? Y vi que todo aquello no era bueno, olía mal. Y dieron las seis de la mañana.

5. Y dije yo: escribiré un cuento, será más agradable. Pero un cuento sin criaturas es muy aburrido, así que hagamos al personaje, para que señoree en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en los solares edificables, y en los megaproyectos inmobiliarios, y para que reciba buenos porcentajes y pueda comprarse un coche deportivo de 16 válvulas y ser feliz.

6. Y creé un hombre virtual, y lo llamé Eduardo. Y me dije: no es bueno que Eduardo esté solo, porque todo cuento que se precie necesita el contrapeso de una presencia femenina, así que, sin pensármelo dos veces, con los dedos en el teclado, le birlé a Eduardo la billetera que, en un segundo, como por arte de magia, ya estaba repleta de comisiones millonarias junto a una de sus costillas, y con un billete negro creé una mujer azul, vestida de rojo, a la que llamé Rita. Y les dije luego a ambos: creced y multiplicaos, poblad el centro democrático y a vivir, que son tres días.

7. Y vi toda mi creación y me puse muy contento, pues la columna de hoy estaba casi acabada. Conté las palabras con el Word para ver si encajarían bien en el espacio estricto que ocupo aquí, junto al chiste de El Roto. ¡Sí! Miré el reloj: acababan de dar las siete de la mañana. Satisfecho, como un dios, descansé.

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