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Tribuna:RELIGIÓN
Tribuna
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Iglesia y medios de comunicación: ¿un pleito irresoluble?

El autor cree que la Iglesia debe reconocer la fuerza positiva de los medios, y éstos, que ella es fuente fiable de noticias.

Este 2001, que aún colea, parece llamado a dejar a la Iglesia católica, en España, un mal sabor. Amargor de desencuentros con la sociedad, aspereza de polémicas encadenadas, acidez de críticas acerbas. ¿Año infausto? El portavoz episcopal lo ha calificado ya de 'duro y horrible'. Y no se ha quedado solo en su lamentación.

Pero cabe advertir que todas las refriegas han tenido su cancha en los medios de comunicación. Algunos platos fuertes han salido directamente de las cocinas de los medios de comunicación social (MCS). Otros venían aliñados con salsa mediática. En cualquier caso, la Iglesia este año se ha topado largamente con eso que algunos llaman su asignatura pendiente: la comunicación. Incluso alguna encuesta ha señalado sus tardanzas y su falta de una estrategia de comunicación. ¿Conflicto ocasional o habrá que hablar de un pleito irresoluble?

'La Iglesia española se apresta a reconsiderar su dinámica informativa'

Personalmente creo que las relaciones Iglesia-MCS son manifiestamente mejorables y que, por consiguiente, han de ser abiertamente mejoradas. Hhabrá que pasar de las lamentaciones a la reflexión y de ésta a las rectificaciones. Por una y otra parte.

Pudiera ayudar en esta labor tener conciencia de cuáles son no ya los motivos ocasionales del conflicto, sino más bien las causas permanentes, reiteradas, del pleito ya crónico.

En las funciones que he desempañado en el mundo de la comunicación me ha tocado muchas veces escuchar y canalizar los cargos o las quejas cruzadas entre uno y otro sector. ¿Por qué no ponerlos lealmente al servicio de una reflexión también cruzada? Lo intentaré.

Los argumentos de los medios. Los MCS suelen reprochar a la Iglesia falta de transparencia informativa. Es decir, una tendencia natural al secretismo y a la opacidad. Acusación un tanto genérica que, a veces, se concreta más hablando de reticencia en el trato habitual con los medios, de dificultad crónica para encajar con ellos y para admitir la dinámica de la comunicación. Y aquí entran la repentización y la concisión a que los medios obligan y que tanto cuestan de ordinario a los personajes y portavoces de la Iglesia, más ligados a una cultura verbal y discursiva que a la icónica y lineal. Otro cargo sería el ordinario rechazo de la Iglesia a la crítica que se haga de sus procedimientos o de sus cosas, su tendencia a considerar hostil lo que no le es favorable simplemente. Eso que los medios perciben como una pretensión larvada de disfrutar de un estatuto privilegiado, cosa que les es incongruente en la hermenéutica de una sociedad abierta y secularizada.

De éstas y de otras consideraciones, como de la escasa disposición a comparecer en citas y programas mediáticos, los medios pueden deducir una mala comprensión global del fenómeno comunicativo. La Iglesia, suelen decir, produce una doctrina válida y respetuosa sobre la comunicación, pero su comportamiento práctico deja mucho que desear. La Iglesia preferiría que los medios catequizaran más y opinaran menos. Y ahí parece esperar de los medios ajenos lo que no exige a los propios. ¿Cree realmente la Iglesia en esa autonomía de los medios que predica?

Las razones de la Iglesia. Las quejas habituales de la Iglesia sobre los medios tampoco son grano de anís. Una es la tendencia permanente de éstos a simplificar sus procesos y al recurso que hacen al cliché civil, equiparando necesariamente sus estructuras a las categorías políticas. Esta perspectiva, poco atenida a la naturaleza de la Iglesia, genera permanentes distorsiones y equívocos en la opinión pública. De ahí y de otras actitudes frecuentes deriva la Iglesia una censura a la profesionalidad de los informadores entendiendo esa profesionalidad como competencia comprobada en aquello sobre lo que informan y respeto a las peculiaridades de cada institución. ¿No será la incompetencia, dicen, una forma de desdén? Otra fricción suele ser la querencia de los medios hacia lo marginal, pintoresco o heterodoxo y la indiferencia hacia lo que es oficial, cotidiano y común. O el relieve que se presta a ocasionales discrepancias o tensiones eclesiales convirtiéndolas en argumentos de erosión institucional. La ley de la actualidad por encima de todo no es siempre del agrado de la Iglesia, aunque sea el abc de la dinámica de los medios. Tampoco se lleva muy bien en los ambientes eclesiásticos lo que se interpreta como prepotencia de los medios. Esa sensación de que son los que fijan el terreno e imponen las reglas. Los que se reservan, en suma, la última palabra.

El arte de reducir las diferencias. Los argumentos de ambas partes no son simples fruslerías. Casi todos tienen cuajo y densidad notables. Pero ¿son explicables desavenencias entre dos mundos diversificados o alcanzan el calibre de pleito irresoluble? La Iglesia y los MCS, como tantas otras realidades e instancias que conviven en la sociedad, están llamados a entenderse y a reducir sus diferencias en beneficio de los valores a los que ambos, desde ópticas e inspiraciones tan distintas, dicen y quieren servir. En ese afán de comprensión la Iglesia hará bien en aceptar en la práctica que los medios son una fuerza básicamente positiva y socialmente insoslayable. Algo así como el sistema nervioso de la comunidad humana mundial y globalizada. Por su parte, los medios no dejarán de reconocer que la Iglesia en su complejidad también global es fuente de infinitas noticias de todo género, que es instancia moral y espiritual sustancialmente fiable tras muchos siglos de historia, que es testimonio, y no sólo doctrina, de los mejores valores. Hasta el punto de poder presentarse al mundo moderno como 'experta en humanidad', como la definió Pablo VI, en 1965, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Me consta, por añadidura, que la Iglesia española se apresta a una reconsideración seria de su dinámica informativa. Ojalá que de apagar apresuradamente los incendios que se produzcan en sus predios pase a contar con un aparato profesionalizado de diseño y desarrollo de su comunicación institucional.Este 2001, que aún colea, parece llamado a dejar a la Iglesia católica, en España, un mal sabor. Amargor de desencuentros con la sociedad, aspereza de polémicas encadenadas, acidez de críticas acerbas. ¿Año infausto? El portavoz episcopal lo ha calificado ya de 'duro y horrible'. Y no se ha quedado solo en su lamentación.

Pero cabe advertir que todas las refriegas han tenido su cancha en los medios de comunicación. Algunos platos fuertes han salido directamente de las cocinas de los medios de comunicación social (MCS). Otros venían aliñados con salsa mediática. En cualquier caso, la Iglesia este año se ha topado largamente con eso que algunos llaman su asignatura pendiente: la comunicación. Incluso alguna encuesta ha señalado sus tardanzas y su falta de una estrategia de comunicación. ¿Conflicto ocasional o habrá que hablar de un pleito irresoluble?

Personalmente creo que las relaciones Iglesia-MCS son manifiestamente mejorables y que, por consiguiente, han de ser abiertamente mejoradas. Hhabrá que pasar de las lamentaciones a la reflexión y de ésta a las rectificaciones. Por una y otra parte.

Pudiera ayudar en esta labor tener conciencia de cuáles son no ya los motivos ocasionales del conflicto, sino más bien las causas permanentes, reiteradas, del pleito ya crónico.

En las funciones que he desempañado en el mundo de la comunicación me ha tocado muchas veces escuchar y canalizar los cargos o las quejas cruzadas entre uno y otro sector. ¿Por qué no ponerlos lealmente al servicio de una reflexión también cruzada? Lo intentaré.

Los argumentos de los medios. Los MCS suelen reprochar a la Iglesia falta de transparencia informativa. Es decir, una tendencia natural al secretismo y a la opacidad. Acusación un tanto genérica que, a veces, se concreta más hablando de reticencia en el trato habitual con los medios, de dificultad crónica para encajar con ellos y para admitir la dinámica de la comunicación. Y aquí entran la repentización y la concisión a que los medios obligan y que tanto cuestan de ordinario a los personajes y portavoces de la Iglesia, más ligados a una cultura verbal y discursiva que a la icónica y lineal. Otro cargo sería el ordinario rechazo de la Iglesia a la crítica que se haga de sus procedimientos o de sus cosas, su tendencia a considerar hostil lo que no le es favorable simplemente. Eso que los medios perciben como una pretensión larvada de disfrutar de un estatuto privilegiado, cosa que les es incongruente en la hermenéutica de una sociedad abierta y secularizada.

De éstas y de otras consideraciones, como de la escasa disposición a comparecer en citas y programas mediáticos, los medios pueden deducir una mala comprensión global del fenómeno comunicativo. La Iglesia, suelen decir, produce una doctrina válida y respetuosa sobre la comunicación, pero su comportamiento práctico deja mucho que desear. La Iglesia preferiría que los medios catequizaran más y opinaran menos. Y ahí parece esperar de los medios ajenos lo que no exige a los propios. ¿Cree realmente la Iglesia en esa autonomía de los medios que predica?

Las razones de la Iglesia. Las quejas habituales de la Iglesia sobre los medios tampoco son grano de anís. Una es la tendencia permanente de éstos a simplificar sus procesos y al recurso que hacen al cliché civil, equiparando necesariamente sus estructuras a las categorías políticas. Esta perspectiva, poco atenida a la naturaleza de la Iglesia, genera permanentes distorsiones y equívocos en la opinión pública. De ahí y de otras actitudes frecuentes deriva la Iglesia una censura a la profesionalidad de los informadores entendiendo esa profesionalidad como competencia comprobada en aquello sobre lo que informan y respeto a las peculiaridades de cada institución. ¿No será la incompetencia, dicen, una forma de desdén? Otra fricción suele ser la querencia de los medios hacia lo marginal, pintoresco o heterodoxo y la indiferencia hacia lo que es oficial, cotidiano y común. O el relieve que se presta a ocasionales discrepancias o tensiones eclesiales convirtiéndolas en argumentos de erosión institucional. La ley de la actualidad por encima de todo no es siempre del agrado de la Iglesia, aunque sea el abc de la dinámica de los medios. Tampoco se lleva muy bien en los ambientes eclesiásticos lo que se interpreta como prepotencia de los medios. Esa sensación de que son los que fijan el terreno e imponen las reglas. Los que se reservan, en suma, la última palabra.

El arte de reducir las diferencias. Los argumentos de ambas partes no son simples fruslerías. Casi todos tienen cuajo y densidad notables. Pero ¿son explicables desavenencias entre dos mundos diversificados o alcanzan el calibre de pleito irresoluble? La Iglesia y los MCS, como tantas otras realidades e instancias que conviven en la sociedad, están llamados a entenderse y a reducir sus diferencias en beneficio de los valores a los que ambos, desde ópticas e inspiraciones tan distintas, dicen y quieren servir. En ese afán de comprensión la Iglesia hará bien en aceptar en la práctica que los medios son una fuerza básicamente positiva y socialmente insoslayable. Algo así como el sistema nervioso de la comunidad humana mundial y globalizada. Por su parte, los medios no dejarán de reconocer que la Iglesia en su complejidad también global es fuente de infinitas noticias de todo género, que es instancia moral y espiritual sustancialmente fiable tras muchos siglos de historia, que es testimonio, y no sólo doctrina, de los mejores valores. Hasta el punto de poder presentarse al mundo moderno como 'experta en humanidad', como la definió Pablo VI, en 1965, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Me consta, por añadidura, que la Iglesia española se apresta a una reconsideración seria de su dinámica informativa. Ojalá que de apagar apresuradamente los incendios que se produzcan en sus predios pase a contar con un aparato profesionalizado de diseño y desarrollo de su comunicación institucional.

Joaquín L. Ortega es director de la Biblioteca de Autores Cristianos.

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