Carambolas
Falta encender la cerilla. Pero la pólvora y la mecha están preparadas: el PP dará curso oficial, en el congreso que viene, a la fórmula 'patriotismo constitucional'. Los populares reúnen, para esta iniciativa terminológica, dos razones con denominación de origen: el País Vasco y Cataluña. El Gobierno precisa mantener en el País Vasco su alianza con el constitucionalismo de izquierdas, y estima que la palabra 'España' podría entorpecer esa relación. Prefiere, en vista de ello, esgrimir consignas menos polémicas. Y en Cataluña, ídem de ídem. El botín es allí el catalanismo, que se encogería en un gesto de recelo si le mientan a la bicha española. ¿Correcto? Por lo menos, no claramente incorrecto. Ahora, la de arena.
La defensa de España en su configuración actual ha integrado uno de los ejes ideológicos del PP. Este precedente entra en conflicto con la adopción de un lema que está pensado, precisamente, para eludir la cuestión nacional. Habermas tomó el término de Sternberger con el propósito de encontrar un remedio a la crisis de identidad alemana tras el desastre del Holocausto. Era difícil sentirse alemán con el Holocausto a las espaldas, y parecía conveniente indagar espacios en que pudieran concurrir los naturales de aquel país... haciendo abstracción de una parte de su pasado. La idea de una asociación inspirada en el respeto al derecho y la democracia, sin adjetivaciones ulteriores, persiguió colmar el vaso.
Es evidente que ni el PP ni la mayoría de quienes lo han votado aceptan la analogía alemana. La etiqueta patriótico-constitucional se usará, en consecuencia, de modo translaticio y vacilante. En último extremo servirá para referirse a España sin evocarla de modo explícito. ¿Es esto bueno o malo? A bote pronto es engañoso y, por tanto, no bueno. Pero la realidad es complicada, y de los males pueden surgir bienes. Uno de los beneficiarios podría ser el PSOE. Fueron los socialistas quienes, impulsados por perplejidades más genuinas que las del PP, introdujeron la etiqueta. ¿Qué harán ahora? ¿Desmarcarse de sus rivales por el procedimiento de abrazar otra más explícitamente antiespañola? No. No harán tal, aunque sólo sea por no perjudicarse electoralmente. O por coherencia implícita. El desvío de ciertos sectores socialistas respecto de la España histórica está indiciando a las generaciones que protagonizaron la Transición. Franco había confundido, metonímicamente, a España con el Régimen, y muchos españoles aceptaron la metonimia y resolvieron que combatir al Régimen exigía distanciarse de todo cuanto éste había pretendido simbolizar. Fue Franco, y no España, el elemento enajenante. Estos juegos de espejos, o de sombras, deben ser alojados en su contexto histórico. Un patriotismo constitucional aligerado de connotaciones polémicas tras su paso por los pagos populares ayudará a romper el sistema de oposiciones que todavía persiste un cuarto de siglo después de extinto el dictador.
Dicho esto, no puedo por menos de expresar un reparo abstracto, teórico, a la noción de patriotismo constitucional. Sobre el papel, el patriota constitucional se apunta voluntariamente a un orden político y jurídico dado, el cual se le antoja recomendable por sus genéricas virtudes cívicas o morales. Pero esto es una fantasía. Uno no elige su nación. Padece o disfruta la que le toca. Cuando los españoles votamos la Constitución, no fuimos libres de desvincularnos de lo que venturosamente determinó la mayoría. Esa mayoría, con sus virtudes, con sus manías, adquiridas al hilo de los siglos, selló nuestro destino. En otras porciones del globo había otras mayorías democráticas. Ahora bien, no nos obligaban, ya que decidían en ámbitos que diferían del nuestro, ya por su historia, ya por su localización espacial. Es posible, incluso respetable, discutir la dependencia heredada o querer forjarse otra. Sin embargo, no es realista ignorarla. Simular que no se es de ningún sitio en particular suscita una pregunta: la de por qué se ocupa uno del sitio en que está. El derecho constitucional ofrece una respuesta obviamente incompleta.
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