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DON DE GENTES
Columna
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Bálsamo Bebé

Elvira Lindo

LO DENUNCIO públicamente: mi traductor (santo) está hecho un frívolo. Ha dejado sus libros sobre el Gulag y los campos de exterminio nazis. América me lo está cambiando. Se ha puesto a leer un libro sobre el matrimonio Rosenberg. Tampoco es que la historia de los Rosenberg sea para tirar cohetes de alegría, a los pobres les mandaron a la silla eléctrica en 1953, acusados de espiar para los rusos. Y en el libro que acaba de salir y que mi traductor devora se cuenta que a los pobres los delató el cuñado. Cada vez que decimos la palabra cuñao nos da la risa. No por los Rosenberg, sino porque nos acordamos de un tío mellao que saca Jesús Quintero en su programa y que responde al nombre de Peíto y que es cuñao de Risitas, uno que cuenta chistes. Es bastante patético, a qué negarlo, venirse a Nueva York durante una época para acabar acordándose de Peíto, pero es que cuando estuvieron aquí los niños, en septiembre, nos bajaron las actuaciones de Peíto y Risitas de Internet, y ahora a veces las bajamos para acordarnos de los niños. También pensamos que tal vez deberíamos mandarlos a colegios de pago en el extranjero, como hacen los intelectuales de izquierdas, y no a institutos públicos. Pero es que, además de creer en la enseñanza estatal, nos encanta no pagar un duro por su educación y gastárnoslo nosotros en el extranjero.

Mi traductor quiso abundar en el tema Rosenberg y me dijo que fuéramos a ver una exposición que había sobre ellos. Yo dije: 'Seamos sensatos: en estos momentos, más que una pareja sentimental, somos un equipo de corresponsales. Me encantaría ir, pero hemos de dar una imagen amplia de lo que es la vida en la Gran Manzana. Por más que nos cueste, diversifiquémosnos'. Total, que mientras él se fue al planazo Rosenberg, yo fui a un lugar que me recomendó por correo electrónico el otro día Paco Mir, uno de los del Tricicle: el Osaka Center. Un centro de masajes japonés, me dijo. No sé qué tal le caigo yo a Paco Mir, pero paso a contarles lo que me hicieron y ustedes juzgan: una japonesa me ordenó expeditivamente que me quedara en bolas; luego, que me duchara. Le dije que iba duchada de casa, pero le dio igual. Luego me introdujo en una sauna achicharrante. Poco me faltó para salir de allí con quemaduras en la zona posterior. No es la primera vez que me quemo el culo, conste. La primera fue en Granada, en casa de Miguel Ríos, que nos dio la llave y nos dijo: 'Es vuestro hogar, usad las instalaciones a vuestro libre albedrío'. No nos conoce a nosotros Miguel Ríos. A nosotros nos dejas una casa con más de tres botones y acabamos como Peter Sellers en El guateque. Yo vi su sauna: 'Cómo mola'. Mi traductor me advirtió: 'Deja la sauna, que igual la estropeas y se la tenemos que pagar'. Yo, pasando. Le di a los interruptores y cuando me senté, me salió hasta humillo de la zona del asentamiento. Mi traductor fue a por Bálsamo Bebé a una farmacia de guardia. Y desde aquí lo digo por si algún lector/a se ve en la misma tesitura: me alivió. Y otra cosa, Miguel: quitando ese incidente, gracias por la casa. Te lo digo después de seis años. Un poco tarde, dirás, pero es que cuando una está escocida se te quitan las ganas de todo. Y mucha suerte con tu disco. Cuando vaya a España me lo compro, a no ser que tengas la delicadeza de regalármelo (sería lo mínimo, después de quemarme el culo). Pero ahí no quedó la cosa de Osaka Center: me meten en la sala de masajes, me tumban boca abajo, y de pronto veo que una japonesa gorda como un luchador de sumo se sube a unas lianas que había en el techo y va la tía y se deja caer con todo su peso sobre mi espalda. Se pasó saltando encima de mí, como si fuera una colchoneta, lo menos una hora. Al fin se cansó y se fue jadeante a comer tofu. Cuando se me quitó la gorda de encima me sentí levitar.

Por la tarde mi traductor quería ir a ver Turandot en el Metropolitan Opera. Yo le dije: 'Me gustaría, cariño, pero es que me ha pedido Paco Mir, el del Tricicle, que vaya a ver el espectáculo de Los penes, porque no sabe si producirlo en España'. Y mi traductor me suelta: 'A ver si ahora Paco Mir me va a condicionar a mí la vida'. Me tuve que ir sola a ver a dos tíos en bolas cuya gracia consistía en que se retorcían el miembro y los escrotos y hacían figuras con ellos: una hamburguesa, un pavo, un canguro en su bolsa marsupial. Un asco, te digo. Los que hemos tenido niños los hemos visto manipulársela y se nos caía la baba cuando decían con su media lengua: '¿A que parece un cohete?'. Pero claro, esa afición con cuarenta años, en un escenario y con una pantalla que amplia los pelillos, las rugosidades... Salí de allí pensando en salir del armario.

Todo eso fue el domingo. El martes me levanté dolorida por la paliza de la gorda iracunda. Salía a la calle andando como una anciana, y mi portero, Johny Paulino, dominicano, me contó el suceso: 'Oh, mire, todos de mi país, era mi vuelo de siempre, y ese abuelo abrazado al niño ahí quemadito, mire la piel cómo se me pone.' Las lágrimas de Johny se nos contagiaron. Decía: 'Oh, yo me pregunto, ¿qué le pasa al mundo?'.

Ethel y Julius Rosenberg, tras conocer el veredicto de culpabilidad, en marzo de 1951. Fueron ejecutados en 1953.
Ethel y Julius Rosenberg, tras conocer el veredicto de culpabilidad, en marzo de 1951. Fueron ejecutados en 1953.REUTERS

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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