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Columna
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Que estudien ellos

Un estudiante decide ir a la manifestación contra la Ley de Universidades a mediados de la próxima semana, por ejemplo. Este fin de semana, en lugar de ir a espabilar un poco las hormonas por la noche valenciana, extiende las setenta páginas de la ley en su mesa de trabajo, se sirve una taza de café bien cargado y ¡hala!, a disfrutar de las excelencias de la prosa legal. Subraya, resume, analiza, comenta con sus compañeros de piso las sutilezas del legislador y pasea por el cuarto recitando en voz alta artículos y apartados. Después de varios días de estudio y de pocas horas de sueño, considera que ya puede participar en la manifestación. El día señalado se acerca al lugar de concentración y le para uno de los organizadores. Artículo 105, párrafo segundo, le dice. El estudiante mira al cielo, pone los ojos en blanco y recita: 'La dedicación a tiempo completo del profesorado universitario será requisito necesario para el desempeño de órganos unipersonales de gobierno que, en ningún caso, podrán ejercerse simultáneamente'. Adelante, ya eres un manifestante acreditado.

Las protestas estudiantiles de 1968 movilizaron a miles de estudiantes y profesores a lo largo y ancho de California, Alemania, Italia, Francia, Méjico, entre otras, y hasta la España de la época. ¿Alguien pone en duda que todos conocían a fondo los estatutos de sus universidades, constituciones, leyes culturales y demás normativa sobre manifestaciones y orden público? ¡Hasta ahí podíamos llegar!

No hay nada más desagradable que un ministerio haga bueno al anterior, o que uno termine defendiendo una ley que no le gusta por la torpeza y mediocridad de la nueva que se intenta imponer. En el ministerio actual hay muchos sociólogos y hasta conozco alguno con buena cabeza y experiencia. Sin embargo, parece que cuando entran en sus despachos olvidan todo lo que saben, practican una especie de racionalismo ingenuo y pretenden gobernar aplicando regla y cartabón. Saben que la política, y especialmente la democracia, es una complicada mezcla de razón y motivos espontáneos, de normas y sentimientos, pero lo reprimen hasta el punto de perder la razón. El socialismo siempre ha entendido mejor esta dinámica, mientras que los populares adoran la geometría.

La nueva ley llega tarde, está mal presentada y sólo pretende ir un poco más allá de la anterior. Si la LRU permitió bajo cuerda que los partidos políticos construyeran universidades tuteladas, ahora se introducen legalmente dentro de las instituciones con la disculpa de la participación social. Si la LRU potenció la endogamia y la prevaricación en los tribunales, ahora se pretende legalizar con la única precaución de una prueba genética prenatal -llamada habilitación- para evitar el riesgo de idiocia total como producto de las relaciones incestuosas. Una nueva ley no puede ser otra vuelta de tuerca más sobre lo mismo, algo que resulta insultante hasta para los autores y defensores de la antigua.

Y, encima, nos acusan de no estudiar, de ignorar los entresijos de la ley y de actuar por motivos ocultos. ¿Y qué pensaban, qué la política es una partida de ajedrez? Bien parece que son ellos los que han olvidado todo lo que estudiaron.

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