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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Novela y literatura

Bien, ya está aquí calentito el quincuagésimo Premio Planeta de nuestra historia, el primer cienmillonario de todos los de su galaxia, que, sin embargo, y pese al gigantesco incremento de su dotación -miserable, por otra parte, frente a los 15.000 millones desaparecidos en Gescartera- no ha dado lugar a un aumento paralelo del número de ejemplares editados en su primera edición, se conoce que la empresa patrocinadora va a medir si podrá hacerlo en el futuro. La supongo que feliz ganadora, nacida como novelista casi al filo de sus 60 años en 1991, con varias interesantes vidas entonces ya por detrás, iniciaba su nueva carrera con una rara e intensa narración, Memoria de Almator, que sorprendió por su densa complejidad y su poderío literario y que recuerdo con bastante cariño, pues, pese a no obtener demasiado eco, mostraba unas muy correctas maneras dignas de una juventud creadora que se imponía poderosamente a las modas de su tiempo, y que hasta ahora mismo, 10 años después, cuando Rosa Regàs regresa a aquel mismo ámbito con sus armas expresivas ya más afinadas, constituía a mis ojos la mejor de sus novelas. Es evidente que con La canción de Dorotea Rosa Regàs ha vuelto sus ojos a Almator y sus escenarios y a uno de sus temas principales -la dificultad del hombre (o la mujer) actual por integrarse en el mundo rural- para prefabricar una fábula ya más concreta y profunda y así explorar un tema bastante prodigioso -el de la fascinación por el mal- que, aunque quizá le desborde, supera con mucho las cotas alcanzadas entonces. Ni Azul (1994, quincuagésimo Premio Nadal), ni Luna lunera (1999, Premio Ciudad de Barcelona) superaron en su día el nivel artístico alcanzado por Memoria de Almator, cosa que sin embargo sí ha conseguido con La canción de Dorotea, que es por el momento, independientemente del explosivo premio conseguido -los premios nada tiene que ver con la literatura- su mejor novela, cuya lectura desde luego recomiendo, pues resulta bastante provechosa pese a las debilidades que encierra.

LA CANCIÓN DE DOROTEA

Rosa Regàs Planeta. Barcelona, 2001 302 páginas. 2.950 pesetas

No quisiera que estas líneas pusieran en tela de juicio la honradez o la justicia del galardón conseguido en este caso por Rosa Regàs, pues hace ya algún tiempo considero y vengo diciendo que el mundo de los premios -que cada vez me interesa menos- va por su lado y se rige por sus propios intereses, y la literatura por el suyo, y sólo quiero añadir que cien kilos para todo escritor mínimamente preocupado por los temas artísticos me parece en todo caso poco, pues resulta ser una coartada más bien barata para que la sociedad y el mundo editorial restañen sus heridas y calmen su mala conciencia mientras siguen haciendo negocio, por cierto, aunque algo arriesguen en ello, y espero que en este caso de La canción de Dorotea no les fallen los balances, pues resulta, al menos en sus buenas intenciones, bastante paradigmático para mí y voy a explicar ahora por qué:

Desde su primer libro, como

he dicho, y en mayor o menor medida en todos los que hasta hoy le han seguido, la ambición de Rosa Regàs ha sido la de devolver al arte de la novela la dignidad literaria que en estos difíciles tiempos parece estar perdiendo. Quizá esta sensación -que se observa en las distintas ofertas que se presentan en 'las grandes superficies' separando la sección 'novela' (o sus subgéneros como best seller, thrillers, históricas, de aventuras o libros de viajes) de la literatura propiamente dicha- es la que alimenta y renueva el viejo debate sobre 'la muerte de la novela', que tan nerviosos pone a muchos de nuestros mejores narradores, que no se resignan a perder el poderío social que antes aureolaba a la novela y a los novelistas, trasladado hoy a cineastas, músicos, comunicadores televisivos, artistas del corazón y el resto de esa poderosa gentecilla de nuestro submundo cultural. Lo 'novelesco' actual poco tiene que ver con el arte literario, lo que hace que muchos de nuestros novelistas compitan con sectores y figuras supuestamente 'artísticos', con todas las de perder, claro está, pues la novela, bien que cree belleza a través de las palabras -y dé por consiguiente placer- lo hace para hacernos conocer y conocernos más, sentir y vivir mejor en resumidas cuentas, que es mucho más de lo que se nos suele ofrecer hoy bajo ese apelativo que, literariamente hablando, es más una máscara tramposa (una coartada) que otra cosa.

Pues bien, Rosa Regàs, quizá por haberse 'rozado' durante tantos años con la literatura propiamente dicha y con algunos de sus mejores exponentes -Carlos Barral, Gil de Biedma, Juan Benet, Juan García Hortelano, Ángel González- haber sido ejecutiva editorial, editora y fundadora de revistas, y traductora después, se ha impregnado de lo específicamente literario, cosa que se trasluce con claridad en su tan tardíamente iniciada obra escrita, pues la literatura se contagia muy sencillamente entre los letraheridos, cuyos productos, por inesperados o tardíos que sean, rezuman en mayor o menor medida ese inigualable perfume de realidad estética que los libros de Rosa Regàs también exhalan y en cierta manera nos conceden. Si a ellos se añade el coraje, empuje y valentía de la escritora y el riesgo que siempre asume en sus compromisos éticos, no cabe duda que su envergadura supera con mucho sus posibles fragilidades artísticas, que sin duda también conllevan, aunque en este caso de La canción de Dorotea en bastante menor medida que en sus obras anteriores.

Esta historia del enfrentamiento entre dos personajes, Aurelia y Adelita -una madura profesora de universidad, viuda todavía de buen ver y sin hijos, y la 'guardesa' de su casa de campo, una madre de familia rural, fascinante aunque deforme-, que no es otra cosa que una nueva y original versión de la dialéctica hegeliana del siervo y el señor, se decanta en una lucha de clases, una intriga más kafkiana que policiaca, una fantasmagórica incursión en territorios de descenso a los infiernos, de fascinación por el mal, quizá más oníricos que reales, y que siempre bordean también más la abstracción de lo que sería deseable. No voy a hablar de sus defectos textuales, que su catalanidad justifica, como ese 'loísmo' tan molesto por su pertinacia, o su preferencia por la expresión 'guarda' en lugar de la menos ambigua de 'guardesa', reflejo quizá de su legítimo feminismo, aunque sí de la falta de ligazón entre lo real y lo imaginado, de la brusquedad de algunas de sus transiciones o de los desequilibrios entre sueños y realidades, la falta de ritmo entre diversas secuencias, o -finalmente- de la inverosimilitud de algunas de ellas, casi siempre sobre todo en las que se refieren a la zona que podríamos llamar 'realista'.

Hay cierto desequilibrio en

tre la inverosimilitud de las zonas 'realistas' -tratadas a lo 'Kafka'- y los desbordamientos expresivos de las oníricas y fantásticas, que no encajan, ni se integran del todo bien unas en otras, así como de un excesivo esquematismo en los personajes masculinos, frente a la complejidad de los femeninos de sus dos protagonistas. El argumento -desencadenado por el robo de una joya de familia- podría haber dado lugar a un melodrama o folletín sin más, pero la impregnación literaria lo enriquece para abordar un gran tema muy frecuente sobre todo entre las mujeres creadoras de nuestro tiempo, el de la fascinación por el mal, por la bajada a los infiernos (donde tantas veces se despeñan, sobre todo en la literatura erótica), por el mundo de la perversión, que Rosa Regàs controla mejor, con mayor elegancia y equilibrio a la vez, gracias a su lirismo onírico y a su temple literario. A costa, sin embargo, de un final tan abierto que desemboca en lo ideal, más que en otra cosa. Hay que notar también que la visión del mundo rural de su protagonista (ya presente en su primera novela) viene de la noción sadiana de la naturaleza, siempre cruel por indiferente, pues le fascina de lejos, pero que al final la expulsa de su seno: 'Al paisaje todo le da igual'. Y así, sólo en el sueño -o las pesadillas- podrá permanecer en él, pues, como decía Gide, de lejos todos los paisajes son hermosos.

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