La belleza fructifica
Resulta hermosa la admirativa pasión que siente el otrora marchante de arte francés Paul Haim por el pintor chileno Roberto Matta Echaurren (1911). Esa admiración se ha hecho visible en un libro, fabricado a través de múltiples conversaciones. La verbosidad volcánica de Matta se alza tronante por entre esas páginas habladas, hasta el punto de acumular demasiados excesos megalómanos en su haber. No obstante, Paul Haim, con exquisito tacto -quiere decir, con toda la admirabilia imaginable-, hace lo indecible para que esos excesos den la impresión de ser simples y llanas verdades. Lo que Matta, para justificarse, no dudaría en llamar 'verdades como caballos'.
Por otra parte, en determinados momentos el preguntador extrae del artista aquellas fases en las que el propio Matta se siente náufrago ante el mundo, un ser desvalido, un mero marginado. Ahí es donde el Matta megalómano se dulcifica de cara a los lectores. Y consigue hacer reír cuando asegura que en algunos momentos no ha sido otra cosa que una especie de María Antonieta ejerciendo de portera.
Al margen del valor testimonial del libro Matta (agitar el ojo ante de mirar), así su título, debemos a Paul Haim la difusión de la calidad que atesora el artista chileno. Al final de todo, por encima de egos vanidosos y palinodias versallescas, emerge el atinado juicio que Paul Haim tiene sobre la obra de Matta. Conmueve y convence cuanto opina al respecto. Y no se trata de un cualquier aficionado. Hablamos de alguien que tuvo tratos amistosos y profesionales con artistas que figuran en la nómina del mejor arte contemporáneo. Como por ejemplo, Soulages, Léger, Joan Miró, Richard Serra, entre otros...
En tanto recomendamos la lectura de este singular libro, alentamos la aventura de llegar a conocer más en profundidad a Paul Haim. Si el chileno nació para soltar los frenos del cielo, según su propia expresión, el marchante francés nació para que fructifique el amor por la belleza.
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