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Columna
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Aznar

El presidente Aznar parece empeñado, sin conseguirlo, en parecerse cada día menos al shakespeariano Aznar que le han construido en el Guiñol de Canal Plus, uno de los mayores aciertos de la mediática española posmoderna. A medida que el guiñol se va haciendo freudiano-metafísico, Aznar trata de parecerse a caricaturas alternativas más bastas y exagera ceño, falsetes y repeticiones para volver a aquel trasnochado modelo Aznar del año 1996, tan superado con la ayuda de sus caricaturistas. En general, los protagonistas sociales mejoran gracias a sus asesores de imagen, pero en la España posfranquista los políticos o enloquecen o mejoran gracias a sus caricaturizadores.

El caricaturizado puede padecer el síndrome de imitar al caricaturizador, como si se sintiera a gusto en el secuestro de su personalidad. O bien, al contrario, soberbio o ensimismado, el personaje odia a quienes le caricaturizan como si se tratara de etarras fracción jíbara de achicadores de cabezas. Tan a gusto está consigo mismo que cualquier transgresión contra su imagen la interioriza como un atentado terrorista y así ha vivido Aznar el vía crucis del agigantamiento de sus guiñoles. Sorprende que los asesores de imagen del presidente no le hayan suministrado un antídoto contra tamaña conjura desestabilizadora.

Y es que el propio Aznar parece escoger la vulnerabilidad que esperan los humoristas, como cuando se autoinvita para no ser recibido por Yeltsin, o se va a pacificar Oriente Próximo de una vez por todas aprovechando un fin de semana libre, o a conquistar Afganistán con la ayuda de la legión y de Celia Gámez, o no va a un funeral en Euskadi porque no le toca la primera fila, o entra por la puerta trasera en la cena de Downing Street en compañía de Berlusconi, cada vez con más maneras de conquistador de Abisinia. Pero si Berlusconi puede presumir de los soldados, tanques y barcos de guerra que el Imperio le ha aceptado para destruir al Dr. No, Aznar no ha conseguido hasta ahora que Bush le acepte ni la cabra mascota de la Legión. Piqué tampoco le ha ayudado demasiado, a pesar de que sonríe incluso más que Solana cuando aparece en las fotos globalizadas, también él empeñado en aportar coartadas argumentales a sus jíbaros más propensos.

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