Mirada amenazante
Siete y media de la tarde, miércoles; aledaños del Santiago Bernabéu; hay fútbol. Salgo con mi coche de la oficina, sobrio y con el cinturón de seguridad abrochado. En la confluencia de la calle del Capitán Haya con la avenida de Brasil, como siempre aunque no haya partido, veo por todos lados coches encima de las aceras y una doble, incluso triple fila, interminable. La diferencia en día de partido es que, además, hay policías municipales por casi todas las esquinas. Policías que no sólo no llaman a la grúa para retirar el coche a tanto incivilizado, sino que ni siquiera se molestan en multar a los cientos de coches mal aparcados.
Enfrente de mí hay un agente con botas de vaquero que le llegan hasta la rodilla, gorra calada hasta las cejas, perilla y pinta de estar enfadado desde por la mañana. Decido bajar la ventanilla cuando llego a su altura y, aprovechando que no puedo moverme debido al enorme y habitual atasco, me dirijo a él: 'Agente, agente, buenas tardes. Oiga, pero ¿no es sancionable eso?', le digo señalando a los coches situados encima de la acera y estacionados en doble fila.
Se conoce que no me oye bien y se va acercando a mi coche. Le vuelvo a preguntar lo mismo, y añado: 'No, le decía que si eso no es sancionable. Es que estamos así todos los días, haya o no partido. Y para más recochineo, como usted sabrá, justo debajo de nosotros hay un depósito de la grúa municipal'.
Por esa mirada amenazante de policía neoyorquino en plena redada de traficantes de crack, y por el tuteo que en ningún momento le autoricé a darme, decidí callarme y dejar de ofenderle. Pero permítanme que les transcriba su respuesta porque no tiene desperdicio: 'Pues vete a vivir fuera de Madrid'.
Así que barajé dos opciones: bajarme del coche y pedirle información sobre pisos y dúplex en Navalmoral de la Mata, o subir la ventanilla e irme con cara de gilipollas. Me fui con cara de gilipollas. Es que con pistola al cincho y esa carita de bulldog enrabietado q0ue lucía el señor agente, habiendo yo quedado en la otra punta de Madrid y llegando ya tarde a la cita, opté por seguir, como si nada. Desaparecí de allí cual centella, a toda velocidad; o sea, a 18 kilómetros hora, la velocidad a la que en esta tranquila ciudad se conduce normalmente.
Voté al PP en las últimas municipales. Ya veré a quién voto en las siguientes, pero no les quepa duda de que a ustedes no.
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