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Columna
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Universidad

Todo movimiento de reforma reducido a corregir los chabacanos abusos que se comentan en nuestra Universidad llevará indefectiblemente a una reforma también chabacana. Estas palabras no son mías, sino de Ortega y Gasset; y aunque pronunciadas en 1930, resultan perfectamente aplicables a la Ley de Ordenación Universitaria del PP y en general a todas las reformas universitarias emprendidas en los últimos años.

Se habla estos días de representación y autonomía, pero pocos se han referido a la misión de la Universidad, a lo que debe enseñarse en las aulas y al tipo de ser humano que debe formarse en ellas. Misión de la Universidad se titula precisamente la conferencia de Ortega de donde he extraído las palabras que abren esta columna. Ahora que las universidades andaluzas están en pie de guerra contra la reforma universitaria del PP, la lectura de este ensayo resulta recomendable para constatar por un lado que los problemas de nuestra Universidad vienen de lejos, y para captar por otro el tono que deberían tener nuestras discusiones sobre el particular.

Según Ortega, el origen de la catástrofe universitaria en Europa es haber añadido a la enseñanza profesional (a la tarea de formar ingenieros, abogados o profesores de literatura) la obligación de hacer ciencia e investigación en detrimento de lo que debería ser el objetivo principal de la Universidad: la transmisión de la Cultura, con mayúscula, la enseñanza de las ideas con las que cada época trata de entender el mundo que le toca vivir. La Universidad, dice Ortega, debería formar jueces y veterinarios, pero sobre todo debería formar personas cultas, es decir, sujetos con un conocimiento profundo, que no científico, de las grandes disciplinas culturales: la Física, la Biología, la Historia, la Sociología y la Filosofía.

La reforma que propone Ortega está, como vemos, muy lejos de la nueva ley diseñada por Pilar del Castillo. No es obligatorio estar de acuerdo con el filósofo, pero sí es imprescindible haber reflexionado y discutido sobre este asunto antes de abordar una reforma universitaria. No niego que los porcentajes de representación, la composición de los órganos de gobierno, la creación de exámenes, o la elección del rector sean asuntos de mucha enjundia. Digo que la disputa sobre el reglamento universitario, que es en lo que se ha convertido nuestro debate sobre la reforma universitaria, no debería sustituir a la discusión sobre el tipo de universidad que queremos. Digo también que aunque se aceptaran las enmiendas de quienes se oponen a la ley, aunque se acabara con la precariedad del profesorado interino, se aumentaran las becas y se respetara a ultranza (salvo en el caso de la financiación, claro) la autonomía de la Universidad, ésta seguiría siendo la institución chabacana que ya denunciaba Ortega en su conferencia de 1930, una desesperante prolongación de la degradada enseñanza secundaria, una factoría de nuevos bárbaros, que en los mejores casos han adquirido un especializado conocimiento profesional, pero que ignoran, como la mayoría de los profesores que les hemos dado clase, casi todo lo demás.

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