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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Seattle y Doha: dos épocas distintas

Joaquín Estefanía

EL MAL LLAMADO movimiento antiglobalización tuvo hace cuatro años, en la asamblea de la Organización Mundial de Comercio (OMC) celebrada en Seattle (Estados Unidos), su puesta de largo. Entonces consiguió un clamoroso éxito: poner en evidencia la opacidad de la organización multilateral y congelar sine die el Acuerdo Multilateral de Inversiones, un documento que transformaba las reglas del juego del comercio, elaborado en la clandestinidad y sin debate alguno sobre sus contenidos.

En su libro Jaque a la globalización, Pepa Roma entrevista a un participante en las manifestaciones de Seattle, que explica lo siguiente: 'Nos decíamos: ¿es que no queda nadie ahí fuera para reaccionar a tanta injusticia, a tanta locura? Por eso fue un rayo de esperanza, un milagro que ya no creíamos que pudiera suceder... ¿Qué fue Seattle? ¿De dónde salían todas aquellas gentes tan diferentes, en las que nadie había reparado antes, protestando a la vez?... Les hemos dado demasiadas sorpresas en todo tiempo. El establishment está tan convencido de sus propias mentiras que todavía no se han recuperado... Si quisieron llevar la reunión de la OMC al lugar más apartado y tranquilo de EEUU, se equivocaron...'

Estos días se celebra en Doha (Qatar) una nueva asamblea de la OMC, pero muchas cosas han cambiado. Empezando por el lugar escogido. Elegido por estar fuera de los cirtuitos tradicionales de las reuniones públicas, por una trágica circunstancia -el conflicto posterior a los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington-, los focos de información se encienden sobre él con una intensidad poco común. Pero sobre todo se ha modificado la situación del planeta al comparecer sobre él uno de los efectos más nocivos de la interdependencia: el terrorismo global.

Ese terrorismo, que llega a todas partes y que ninguna causa, dios o ideología puede justificar, ha transformado el papel de los movimientos de protesta contra la globalización realmente existente -la globalización financiera- y, sobre todo, ha variado su agenda política. De repente, como una maldición, de ser actor principal de la escena el movimiento ha devenido en un mero comparsa de los acontecimientos. Como ha explicado Giddens, la posible mutación del movimiento antiglobalización en un movimiento a favor de la paz (intención de muchos de sus componentes) puede ser más bien el comienzo de una fragmentación por las nuevas contradicciones de los que participan en él, que de un renacimiento. Es posible que a partir de ahora veamos menos Seattle, menos Praga, menos Génova.

Pero la nueva coyuntura también ha sustituido unas prioridades por otras y ha dado el énfasis a aspectos diferentes de los que se discutían. Ahora el principal peligro son las mayores limitaciones al libre movimiento de las personas entre las lindes geográficas (la seguridad de las fronteras nacionales tenderá a endurecerse); el conservadurismo de muchas empresas que van a reducir sus inversiones y se van a quedar dentro de sus patrias de origen, con lo que ello supone de menores intercambios de bienes y mercancías; menores flujos de capitales que, además, se van a concentrar en las zonas de monedas más fuertes y van a marginar a los países emergentes.

Se pueden quedar entre nosotros los efectos más nocivos de la globalización y, al mismo tiempo, desaparecer lo que de positivo tenía la misma. La tendencia dominante puede pasar de la globalización desequilibrada e injusta, a la desglobalización (que también será más desigual y exclusiva), lo que haría un mundo más peligroso.

Y quedaría demostrado que el primer enemigo de una globalización alternativa son los terroristas, que nos quieren encerrar con nuestros propios miedos y que entienden que la misma representaría una intolerable secularización de las sociedades.

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