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Manifestación para periodistas

Los que ayer estaban dispuestos a luchar en Afganistán no quisieron enfrentarse a la policía en Quetta

Francisco Peregil

La policía y el ejército enfriaron el ambiente de una de las poblaciones más integristas de Pakistán. Quetta parecía ayer desconocida para sus propios vecinos. En una ciudad de un millón y medio de habitantes, a tres horas en coche de Afganistán, una ciudad donde tras anunciar Pakistán su colaboración con EE UU se quemaron tres bancos, el cuartel de la policía y el Cinema Paradise, que aún sigue cerrado, la llamada de ayer a la desobediencia civil se esperaba turbulenta. Más de 20 grupos islámicos habían convocado una manifestación que la policía había prohibido.

La policía había subido medio metro las paredes del hotel Serena, donde se encuentran alojados periodistas de casi todo el mundo menos de India, a los cuales Pakistán les ha negado el visado. El Gobierno ordenó situar una tanqueta frente a la puerta del hotel y policías con fusiles recorrían los pasillos de las habitaciones. Pero lo que resultó verdaderamente disuasorio fue el despliegue que las fuerzas armadas del general Pervez Musharraf mostraron en la calle, un despliegue nunca visto de 14.000 agentes que recorrían en jeeps con metralletas, en moto, a caballo -con funda para la escopeta y los palos- y a pie cada esquina y, por supuesto, el entorno de cada mezquita. Además, 94 integristas habían sido puestos previamente, según la policía, unos 200, según otras fuentes, bajo arresto domiciliario en la ciudad.

Aun así, la huelga fue un éxito. Todas las tiendas y el transporte público, salvo aviones y ferrocarriles, siguieron el paro. El bullicio de gente que ofrece la ciudad cualquier día, ayer se había convertido en silencio y expectación. Sólo se escuchaban las alocuciones de los mulás con sus micrófonos en las mezquitas. En la mezquita principal no cabía la gente rezando y se postraron en la calle en dirección a La Meca.

Said Aqbal, de 21 años, atendía su quiosco frente a la mezquita. Desde hace tres semanas ha vendido 150 carteles de Osama Bin Landen al precio de 30 pesetas cada uno, hasta agotarlos todos. También vende un libro en lengua urdu por 210 pesetas ilustrado con el rostro de Bin Laden y la frase: 'De cada gota de mi sangre saldrán cientos de Osamas'. Aqbal está convencido de que los talibanes ganarán la guerra. 'Y me iré a luchar con ellos en cuanto haga falta', decía.

Abdul Rashif, de 22 años, jugaba al críquet en una calle aledaña. 'Lo único que estamos esperando muchos para irnos con nuestros hermanos los talibanes es que entren la tropas de tierra en Afganistán'. Sin embargo, muchos de los que aseguraban estar dispuestos a luchar en Afganistán no quisieron enfrentarse ayer a la policía en Quetta. Cuando terminaron los rezos en las mezquitas, sólo unos 1.500 pro talibanes intentaron manifestarse, aunque sólo eran unos cien los que coreaban cánticos, gritaban y reían buscando las cámaras. Los otros, simplemente los observaban desde las aceras, temerosos de la policía. 'Estamos preparados para cualquier clase de lucha en Afganistán', cantaban los más decididos mientras llamaban a los otros, con las manos, sin conseguir apenas resultados. A los dos minutos de cánticos, cada uno gritaba una cosa y nadie conseguía que le coreasen la suya. Uno gritaba 'Alá es grande', y cuando el resto debía repetir la misma frase, otro se arrancaba diciendo 'Musharraf es un perro'. Tras cinco minutos de diálogo con el jefe de los policías, uno de los líderes religiosos se dirigió al resto: 'Hemos conseguido nuestro propósito. No nos han dejado manifestarnos, pero el mundo entero nos ha visto. Ya podemos irnos a casa'.

En las aceras, los comerciantes lo observaban todo delante de sus tiendas cerradas. 'Mírelos', comentaba el vendedor de seguros Abdul Lrazaq Jan, señalando a los tenderos, 'más que pensar en los americanos o en Bin Laden están pensando en ellos mismos. Se han puesto delante de sus negocios para protegerlos en caso de que haya golpes'.

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Algún manifestante intentó hacer un poco más digna la retida. 'Nos vamos, no porque nos eche la policía, sino porque nuestros mulás consideran que ya hemos transmitido nuestro mensaje', dijo el único de los pro talibanes que hablaba inglés. Como todos los días, con manifestación o sin ella, las únicas mujeres que se veían en las calles eran las periodistas y las mendigas.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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