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Reportaje:

Nadie quiere vivir en El Aaiún

Los saharauis, empujados por la represión, y los marroquíes, por la pobreza, intentan emigrar a Canarias

En El Aaiún se prepara una expedición masiva de pateras para fin de año. Es un secreto a voces. La capital del Sáhara Occidental es un gran zoco en el que las mercancías más solicitadas son los pasajes en las lanchas que cruzan el Atlántico hasta Lanzarote y Fuerteventura y los contratos de trabajo en España, que se venden por 800.000 pesetas.

Tras la detención, hace dos años, de Azdin, el capo de las mafias de la inmigración irregular, y la huida, hace tres meses, de su compinche Mohamed Salem a bordo de una de sus propias embarcaciones, no existe en la ciudad una organización que controle el tráfico de inmigrantes hacia Canarias. El negocio está ahora mismo en manos de pescadores y de comerciantes que buscan redondear sus ingresos. La mayoría han llegado a la conclusión de que el próximo 31 de diciembre tanto los gendarmes marroquíes como las fuerzas de seguridad españolas relajarán la vigilancia de las costas. El precio de las plazas en las frágiles embarcaciones de madera para esa fecha se ha disparado ya hasta las 200.000 pesetas, el doble que hace dos años.

'Si España abriera sus fronteras, aquí no quedaría nadie', afirma Hamed, un comerciante de 50 años. La falta de expectativas entre la juventud, la presión marroquí sobre la cada vez más reducida población autóctona y el desencanto de los más de 150.000 colonos que Rabat instaló en el territorio para alterar el censo del referéndum de autodeterminación son algunos de los factores que favorecen el éxodo.

Esta situación aparece reflejada en el estudio Inmigración, extranjería e integración, financiado por el Gobierno de Canarias. En él se recuerda que los resultados económicos de Marruecos en el último período han sido los peores de su reciente historia, que la presión demográfica aumenta en el Magreb a un ritmo de tres millones de personas al año y que los menores de 25 años son ya el 65% de la población.

Si la mayoría de los magrebíes que cruzan el Estrecho de Gibraltar desde las playas de Tánger proceden de la deprimida zona de Beni Mellal, situada a los pies del Atlas, el grueso de los que llegan a Canarias desde las costas del Sáhara Occidental son de la provincia de Guelmin (18,8%), al sur de Marruecos, y de la ciudad santa de Smara (6,55%), al norte del Sáhara Occidental. De Guelmin proceden gran parte de los colonos que el Gobierno de Rabat inyectó en el Sáhara entre 1994 y 1995. Fueron alojados en los llamados Campamentos de la Unidad. En sólo cinco años, esas barriadas de adobe se han convertido en suburbios insalubres en los que impera la desesperación. Muchos de sus habitantes han aprendido el dialecto local (hassanía) y se hacen pasar por refugiados saharauis ante las autoridades españolas cuando son interceptados en Canarias.

Pero no sólo los más pobres se arriesgan a la travesía atlántica. Hamed es un empresario acomodado de El Aaiún. Una noche de hace tres meses, su hijo adolescente se retrasaba en volver a casa. Preocupado, salió en su busca. Uno de sus amigos le confesó: 'Se va esta noche en una patera. Creo que ya han zarpado'. Hamed cogió su coche y salió disparado hacia la playa.

Cualquier habitante de El Aaiún sabe que las embarcaciones clandestinas salen de la franja de costa que va desde la desembocadura de la Saguia El Hamra (el cauce seco que cruza el norte del Sáhara), muy cerca de la mansión del wali (gobernador), hasta la ciudad marroquí de Tantán. Hamed recorrió varios kilómetros hacia el norte, hasta que divisó la luz de una hoguera.

'Cuando vieron los faros, apagaron el fuego con arena, pero yo ya había localizado el lugar', dice. Allí, junto a otros desesperados, estaba su hijo. '¿Quieres morir?', le preguntó Hamed. El muchacho respondió que no estaba dispuesto a quedarse en el Sáhara, donde no tenía nada que hacer. Si no se iba ese día, partiría otro. 'No le faltaba dinero, pero se asfixiaba', dice su padre. Hamed prometió conseguirle un visado para España.

Mucha gente adinerada acude al consulado español en Agadir en busca de documentos para que sus hijos puedan estudiar o trabajar en España. Cuando fracasan, suelen ir a la vecina Mauritania. 'Los mauritanos tienen buena imagen en Canarias, les dan visados rápidamente', declara Alisalem, que trabaja en una pequeña tienda de ropa del antiguo barrio militar español de Colominas. 'Yo he viajado dos veces a Nuakchot para comprar papeles en el mercado negro. No es difícil. Mauritania es un cachondeo'. El caótico país del sur, que carece de tradición documental y donde la profesión de notario sólo ha sido creada en 1999, intenta sobreponerse con poca fortuna al caos administrativo y a la vigilancia de sus 3.600 kilómetros de frontera en el desierto.

En teoría, la frontera entre el Sáhara Occidental y Mauritania es inexpugnable. Está protegida por los muros, los radares y los campos de minas construidos por Marruecos para frenar las incursiones de los independentistas saharauis del Frente Polisario. En la práctica, es un paso de contrabandistas. Por allí cruzan, hacinados en camiones, los subsaharianos que embarcan en las pateras que zarpan desde El Aaiún, Tarfaya y Tantán. También el tabaco rubio, cuyo precio triplica su valor desde Mauritania hasta el Sáhara. Los contrabandistas suelen colocar una camella en celo en la zona controlada por Marruecos. En el lado mauritano, cargan a otros dromedarios con cartones de Marlboro. El jefe de la manada, guiado por el olor que desprende la hembra, lleva al grupo hasta el otro lado del muro. En todos estos negocios están implicados oficiales de las Fuerzas Armadas Reales, como recoge el ya mencionado informe del Gobierno canario.

Haciéndose pasar por mauritanos, los saharauis y los marroquíes intentan entrar con un visado de turista en Canarias. Si son rechazados, aún les queda la oportunidad de las pateras. En los últimos tres días han sido interceptados en Fuerteventura y Lanzarote 163 inmigrantes irregulares. La marea aumenta en la misma proporción que desciende la del Estrecho.

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