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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Qué es el pueblo vasco

José María Ridao

Después de un cuarto de siglo de reflexión acerca del nacionalismo vasco, Antonio Elorza recoge en Un pueblo escogido una docena de ensayos en los que perfila un panorama esclarecedor de sus orígenes y desarrollo a través de una ininterrumpida progresión cronológica y temática. En este sentido, y pese a tratarse de una recopilación de escritos ya publicados aunque difíciles de encontrar en la actualidad, la disposición de los capítulos así como los textos redactados para esta edición ofrecen una visión de conjunto en la que se aprecia, por un lado, la solidez del marco conceptual desde el que Elorza ha venido analizando el fenómeno nacionalista, y por otro, las grandes líneas ideológicas con las que Sabino Arana trenza lo que el autor de Un pueblo escogido ha llamado en diversas ocasiones su 'religión política'.

UN PUEBLO ESCOGIDO

Antonio Elorza Crítica. Barcelona, 2001 499 páginas. 4.900 pesetas

Ya desde las páginas iniciales, Elorza identifica el fuerismo como primer componente del nacionalismo sabiniano. Los trabajos de Larramendi, a finales del siglo XVIII, sentarán las bases sobre las que se erigirá uno de los mitos incontestables de la reclamación abertzale: el de que los fueros eran la expresión institucional de una originaria independencia vasca. Al ser suprimidos en el contexto de las guerras carlistas, el pueblo que se reconocía en ellos queda sometido por la fuerza al dominio de España, y de ahí el contencioso al que todavía hoy apela el nacionalismo. Como pone de manifiesto Elorza, si algo se desprende de los trabajos de Larramendi es, por el contrario, la ausencia de una personalidad política unitaria que englobase en el pasado al conjunto del País Vasco. Por otra parte, el fuerismo que reciclará Arana en su síntesis nacionalista no es el liberal y republicano que defiende Pi y Margall, sino el tradicionalista y conservador que aboga por 'el sistema electoral más restringido de la España posterior a 1837'. Un fuerismo, señala Elorza, que es una 'movilización frente a la monarquía liberal establecida en Madrid'.

El segundo componente del

nacionalismo sabiniano analizado en Un pueblo escogido es la literatura costumbrista. Para Elorza, 'el recurso a la leyenda' que se observa a partir de la mitad del siglo XIX y del que participan escritores como Navarro Villoslada, Moguel, Ortiz de Zárate, Araquistain, Campión o el poeta Arrese y Beitia -además de algún autor ultrapirenaico como Joseph-Augustin Chaho- obedece a 'la penuria de la tradición histórica'. La contribución de todos ellos a la forja del mito nacionalista se cifra en la idealización del mundo rural vasco, en el que encarna un abrumador cúmulo de virtudes y que constituye, en todo caso, el reverso de la degeneración castellana.

Arana, por su parte, dará forma política a esta imagen forjada en un largo ciclo de obras literarias, asociándola a una xenofobia obsesiva y en ocasiones ridícula, como cuando elabora doctrina a partir del baile 'agarrao' o la supuesta propensión de los españoles al adulterio. Tampoco falta en su obra algún argumento de rabiosa actualidad, en concreto el que responsabiliza a los maketos o a los vizcaínos españolizados del 95% de los crímenes cometidos en el País Vasco. El artículo en el que se contiene esta afirmación de algún modo intemporal se titula, significativamente, Nuestros moros. Como señala Elorza, la paradoja en que incurre la idealización del mundo rural desde la que se formulan estos y otros juicios radica en que se trata de un producto genuinamente urbano. Es más: la reivindicación del campo vasco nada tiene que ver con la cuestión agraria, a la que Elorza consagra un largo y documentado estudio.

El último componente de la síntesis sabiniana analizado en Un pueblo escogido es el 'historicismo protorromántico'. Solapándose en numerosas ocasiones con la literatura, el pasado del País Vasco se recrea siempre a partir de un esquema en el que los de fuera no tienen otro propósito que atentar contra su libertad y la pureza de sus costumbres. Y aunque como en toda historia nacionalista existan malos vascos -'compatriotas nuestros, traidores a su raza y a sus leyes', según los caracterizará Arturo Campión-, Euskadi siempre ha logrado salir victoriosa. En este sentido, los fueros no podían ser interpretados más que como voluntaria concesión de un pueblo que sabe resistir; al no haberse respetado el pacto por parte de España, el País Vasco deja de estar a su vez obligado. Formal e ideológicamente, señala Elorza refiriéndose a Bizkaya por su independencia, el libro histórico de Arana, 'el cuadro de enfrentamientos de las cuatro batallas sabinianas -Arrigorriaga, Munguía, Ochandiano y Gordejuela- estaba ya construido'.

Además de la identificación y crítica de las fuentes ideológicas de Sabino Arana, Elorza analiza otros aspectos que, en palabras de José Antonio Aguirre en 1935, han servido para convertir el nacionalismo en 'una completa civilización sobre la tierra vasca'. Resultan ilustrativos a este respecto capítulos como Ideologías y organización del primer nacionalismo vasco o Los sacerdotes propagandistas y la ideología solidaria en la Segunda República. Un pueblo escogido se cierra con un contundente ensayo, El uroboros vasco, en el que Elorza describe el círculo trazado por la ideología nacionalista desde las posiciones xenófobas de Arana hasta la doctrina etarra de la 'socialización del sufrimiento'. En el centro de ese círculo no se halla otra cosa que la larga, tenebrosa sombra de un totalitarismo que no duda en definir al pueblo vasco como sustracción. 'Es la sociedad vasca', resumirá Elorza, 'depurada de quienes no participan del proyecto de liberación'.

Larramendi y el destino manifiesto

EL JESUITA Manuel de Larramendi se refirió a la Guipúzcoa rural del siglo XVIII como a un 'pueblo escogido'. Sus convicciones contrarias a la Ilustración y sus valores -de los que surgiría el concepto de ciudadanía como opuesto al de identidad- le llevaron a repetir los esquemas y la terminología de quienes, ahora y en el pasado, creyeron en el destino manifiesto de los pueblos. A partir de la interpretación de los fueros que llevó a cabo Larramendi, el movimiento de los 'Euskaros' primero, y Sabino Arana después, elaborarían una imagen del País Vasco cargada de connotaciones xenófobas y racistas. Como señala Antonio Elorza, la derrota del nazismo obligó a 'repintar la fachada', tarea de la que se encargó Federico Krutwig con Vasconia, trasladando la discriminación al idioma. Mientras el elemento diferenciador en el que basa sus reivindicaciones el nacionalismo vasco ha ido cambiando a lo largo de su historia, la convicción de encarnar las aspiraciones de un pueblo siempre idéntico a sí mismo, de ese 'pueblo escogido' del que hablaba Manuel de Larramendi en el siglo XVIII, no parece haber abandonado jamás a sus ideólogos.

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