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Otra vez la globalización

Si hay alimentos para todos, yo tengo hambre y tú comes hasta hartarte, ¿no es lógico pensar que te estás llevando lo mío?

Lamento cansar al lector, pero me parece que la globalización es un asunto importante, y de actualidad.

Como ya he dicho otras veces, me parece que los antiglobalizacionistas tienen cierta razón a la hora de criticar la globalización o el neoliberalismo -dos palabras que para ellos significan más o menos lo mismo-. Pero no han acertado en las razones de fondo. De alguna manera, repiten los errores de los que, en las décadas de 1960 y 1970, criticaban el capitalismo -y, claro, cuando los pro capitalistas les contestaban, se producía un diálogo de sordos, entonces también acompañado de pedradas.

Si el lector echa un vistazo al mundo, encontrará cosas que, probablemente, no le gustan: países muy pobres y otros muy ricos; gente que se muere de hambre y gente que no sabe qué hacer con su dinero; gente que va a morir de sida sin remedio y compañías farmacéuticas con elevados beneficios; empresarios corruptos, políticos corruptos y funcionarios corruptos... Y la lista sigue.

El lector habrá notado también que la tierra tiene recursos suficientes para alimentar decentemente a todos sus habitantes -y no sólo para alimentarlos, sino para darles educación, cuidados sanitarios y una notable calidad de vida. Y entonces se pregunta: ¿por qué esto no es posible? ¿Quizá porque algunos, los ricos, se lo llevan todo, explotando a los pobres? Si hay alimentos para todos, yo tengo hambre y tú comes hasta hartarte, ¿no es lógico pensar que tú te estás llevando lo mío?

Pero, ¿por qué tú no quieres compartir conmigo? Siempre ha habido egoístas, avaros y ladrones, pero, ¿por qué hay ahora tantos? ¿No estaremos asistiendo a un caso de contagio mundial? Ya nos acercamos al diagnóstico último: si la enfermedad del materialismo, del egoísmo y de la búsqueda del beneficio se extiende por todas partes, ¿no será porque tenemos un sistema económico que lo permite; más aún, que lo fomenta? Ya lo hemos encontrado: el sistema capitalista es el que fomenta el egoísmo, la lucha por el dinero, la injusticia mundial. Y la nueva forma del capitalismo es la globalización: la eliminación de todos los frenos al egoísmo de unos pocos para que puedan chupar impunemente la sangre de los otros.

No me negará el lector que el diagnóstico anterior es bastante atractivo -en el fondo, es una variante de la crítica marxista al capitalismo. Por supuesto, admite variantes. Por ejemplo, la de la conspiración: las multinacionales, el Pentágono y la élite financiera internacional se han puesto de acuerdo para arruinar a los pobres y quedarse con todo.

Es popular, desde luego: a todos nos gusta encontrar culpables cuando las cosas van mal. Pero no es tan atractiva porque la conspiración puede ser atajada cortando cabezas, mientras que la violencia del sistema sólo puede acabar cambiando el sistema. Y aquí es donde muchos de los críticos moderados se encuentran con los agresivos: a todos les hace tilín eso de arrojar por la borda el pérfido sistema capitalista -aunque luego no se ponen de acuerdo en cuál debe sustituirlo.

Lo malo de estos análisis que lo explican todo es que suelen partir de algún supuesto erróneo. Por ejemplo: el hombre es bueno, es el sistema el que lo estropea; cambiemos, pues, el sistema, y todo volverá a funcionar bien. Pero si esto no es verdad... el nuevo sistema nos volverá a llevar al gulag.

Déjeme el lector que le sugiera otra manera de analizar las cosas. Por un lado, tenemos la actividad económica: producir, comprar, vender, ganar y perder. Segundo: esa actividad se sustenta en un sistema de instituciones y leyes, que regulan, por ejemplo, quién tiene derecho a llevarse lo que se ha producido. Y, en un nivel superior, está lo que podríamos llamar el ámbito de la cultura.

Cuando oyen hablar de cultura, los antiglobalizacionistas arremeten contra la marca Coca-Cola o los establecimientos de comida rápida MacDonalds. Pero no es esto: se trata del sistema de valores, actitudes y creencias, que inspira todo lo demás.

Los pro globalizacionistas defienden unas instituciones, leyes y reglas del juego que han mostrado su eficiencia a la hora de regular la producción de riqueza, pero no saben qué hacer con el nivel superior, ese que he llamado cultural.

Los antiglobalizacionistas, en cambio, suelen arremeter contra ese tercer nivel, pero echan la culpa a los dos de abajo: a las reglas de producción de las multinacionales, a los movimientos de capital o a la falta de progresividad de los impuestos. Y se equivocan.

Al final, todos corremos el riesgo de repetir los planteamientos erróneos de hace 30 o 40 años: unos piden más impuestos, más protección comercial, más Estado de bienestar...

Ya lo probamos: no funciona. Otros proponen lo contrario. También lo probamos: es más eficiente, pero los problemas humanos siguen estando ahí, probablemente aumentados. ¿Seremos capaces de ofrecer un diagnóstico mejor?

Antonio Argandoña es profesor de Economía del IESE.

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