_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A trompicones

A los 12 años empecé a suspirar por un compañero de mi clase, haciendo caso omiso a lo que mi padre había dicho en cierta ocasión acerca de los peligros de enamorarse del Amor. ¿Cómo podía haber nada malo en lo que yo sentía? Y ¿cómo ese sentimiento podría dar lugar a algo de lo que hubiera de cuidarme? El chico en quien me había fijado era un ser maravilloso. Eso era evidente. Lo peor que podía sucederme es que él no se fijara en mí. Pero me bastaba con mirarle fugazmente durante una aburrida clase de mates, para que todo se volviese más interesante. Luego, a solas en mi cuarto, el amor me trasladaba a un mundo de ensueño habitado sólo por nosotros y me imaginaba arrastrada con él como por la suave corriente de un río.

'Compartir un enemigo une mucho. No es difícil ponerse de acuerdo contra otro. Debe ser alguna herencia que nos viene de lejos'

Pero ni él se fijó en mí, ni yo me atreví nunca a acercarme, por lo que no tardé en descubrir que amar también hace sufrir. Luego cambié de ciudad y de sueños. Así quedó atrás el primero de mis amores no correspondidos. Aunque no sería el último.

Aún no entiendo, y cada vez que lo pienso entiendo menos, cómo me enamoré de Joaquín y cómo pude llegar a casarme con él. Convencida de haber aprendido la lección, quería un ser real que me devolviese la mirada. Pero, sobre todo, buscaba alguien con quien mirar en la misma dirección. Era al final de los sesenta. Nos sentábamos en el suelo y nos cogíamos las manos, en una habitación envueltos por el humo y el sitar de Ravi Shankar; o en plena calle, rodeados por los guardias, mirábamos al futuro del Pueblo que, así unido, jamás sería vencido.

Después de todo, los pueblos, aunque unidos, también pueden acabar vencidos. Y ¿qué decir de las miradas en la misma dirección y a través del humo? La libertad que queríamos no era la misma para ambos. Pronto él cambió los valores revolucionarios por otros cotizados en Bolsa y a mí me cambió por otras mujeres de interés variable.

Supongo que el amor es un ser vivo que puede morir y corromperse. Cuando se pudre por falta de aire, por falta de decir 'te quiero' y por falta de oír que te lo dicen, se convierte en odio. Entonces, una sigue amando y odiando cada vez más hasta partirse en pedazos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Con Joaquín, amor y odio iban cogidos de la mano desde el comienzo. Es que compartir un enemigo une mucho. No es difícil ponerse de acuerdo contra otro. Debe ser alguna herencia que nos viene de lejos. Pues hasta al saludar a un amigo levantamos la mano en un esbozo de amenaza, como diciéndole: 'odio a alguien, pero no te preocupes, que no es a tí'.

Ahora desconfío de los amores que necesitan de un enemigo para alimentarse. Los norteamericanos se sienten muy unidos desde el 11 de septiembre porque temen y odian juntos. También los que entre nosotros creían el 13 de mayo que su patria vasca estaba amenazada por sus propios vecinos. Y los que hace años nos cogíamos las manos contra Franco. Pero aquel enemigo no nos hizo mejores. Fue otra ensoñación como la de mi amor adolescente.

No es que el amor sea ciego, como se ha dicho, sino que las personas nos ponemos ciegas y es el amor del otro lo que nos salva. Pero cuando no es así, vamos por la vida a trompicones y nos volvemos peligrosos para nosotros mismos y, a menudo, también para los demás. Patria o Dios no son sino otros nombres del Amor. Por eso, los 'amantes de la Patria' no aman ni siquiera a la patria. Su amor es fruto del despecho. Son amantes acomplejados que quieren hacer de Pigmalión perverso con su patria modelándola a su antojo. Van por ahí empujando a sus vecinos sin dejar de exigirles que se muevan y despejen el camino.

Ya he vuelto a meterme con 'lo vasco', saliéndome del tema, que trataba, por cierto, de los peligros de enamorarse. Pero finalmente, de lo único que hay que cuidarse es de querer a alguien que no te quiera de verdad, para lo cual no hay otro camino que estar dispuesta a correr riesgos, pero también decidida a dar el corte en cuanto ves que el otro está dejándose querer sin poner nada de su parte. Es por lo que yo no iría con Ibarretxe, ni a un referéndum.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_