Respuesta de Mikel Buesa
Máximo, en sus precisiones a mi carta sobre su dibujo del 29 de octubre (EL PAÍS, 3 de noviembre), hace una lectura de éste que me parece reconfortante y que puedo perfectamente compartir. Pienso ahora, por ello, que tal vez he sido injusto con Máximo al interpretar su obra, aunque nunca le he atribuido, como él señala, 'una indiferencia, o disculpa del terrorismo'. No obstante, admito que mi carta tal vez pueda ser entendida en tal sentido y, por tal motivo, le pido disculpas.
Dando por sentado esto, me parece que conviene aclarar que cualquier texto o dibujo admite múltiples lecturas. Y la mía del dibujo de Máximo estaba sin duda influida por el hecho de que, en las últimas semanas, han proliferado los ejercicios de equidistancia con respecto al problema del terrorismo, las opiniones ambiguas que, incluso sin negar el dolor de las víctimas, ven alguna razón o motivo, por remoto que sea, para la actuación de sus victimarios.
Para quienes hemos vivido las inmediatas consecuencias del terrorismo, esas equidistancias, esas ambigüedades son lacerantes. Y lo son porque, más allá de la pérdida de un ser querido, el acto terrorista nos pone ante la evidencia de que hemos sido desgajados de la humanidad, de que se nos ha roto el vínculo esencial que nos permitía esperar, siempre y en todo caso, el respeto y la ayuda de los demás, de que hemos perdido la confianza en los otros, de que, en suma, hemos quedado desamparados. Pero debo añadir también que, por los mismos motivos, agradecemos hasta el infinito las expresiones de solidaridad, como la que el propio Máximo publicó en EL PAÍS el 15 de septiembre tras el atentado de las Torres Gemelas, pues en ellas encontramos un hilo de esperanza que nos reconcilia con la humanidad.
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