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Entrevista:ENRICO FENZI | EX MILITANTE DE LAS BRIGADAS ROJAS Y ESPECIALISTA EN LITERATURA CLÁSICA ITALIANA | GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

'La angustia y el miedo pueden erosionar la democracia'

Josep Ramoneda

De paso por España para hablar de Petrarca y Dante, Enrico Fenzi habla de la crisis actual y de su experiencia en la militancia clandestina.

Pregunta. ¿Cuál fue su primera reacción al ataque terrorista contra Estados Unidos?

Respuesta. Mi primera reacción fue constatar que hay demasiadas cosas que no sabemos. Tuve la sensación de que hay luchas y confrontaciones hasta la última gota de sangre de las que en general no hay información y que de pronto emergen, como ocurre con el cáncer. Para mí ha sido el descubrimiento de que hay una costra sutil debajo de la cual se esconde mucho más fuego del que imaginábamos.

P. En su libro, usted utiliza la palabra terrorismo...

R. Sí. Las Brigadas Rojas evidentemente lo rechazaban: terrorismo tiene una connotación negativa, decían; nosotros somos un partido de combate.

'La de las Brigadas Rojas era una batalla perdida, una batalla de minorías. Una ilusión final en el momento en que el universo comunista estaba a punto de hundirse'
'Creo que buena parte del miedo que se ha generado con el 11 de septiembre viene de la sensación de que es una historia que no ha hecho sino empezar'
'El misterio del 'caso Moro' no es tal. Los magistrados lo dejaron muy claro: a Moro le secuestraron y asesinaron las Brigadas Rojas'

P. ¿Qué es el terrorismo para usted? ¿Cuál sería su especificidad?

R. El terrorista expande el terror. Pero ésto es un componente, no creo que sea la dimensión única. El puro terrorismo dudo de que haya existido nunca.

P. ¿Ni siquiera en un acto tan radicalmente nihilista como el ataque del 11 de septiembre?

R. Es un acto de un componente terrorista muy fuerte. Pero hay otras cosas. Y se ha hablado muy poco de los objetivos y de las estrategias que hay detrás. Pienso, por ejemplo, en el papel de países como Arabia Saudí en el control del petróleo. Creo que hay un déficit de democracia en la información enormemente peligroso. Por un lado, se pide a Occidente que acepte una guerra clandestina, que significa predominio de los servicios secretos y de las operaciones clandestinas. Se nos pide, por tanto, un acto de confianza ciega en los gobernantes. Por otra parte, temo una cierta claudicación de la ciudadanía. De acuerdo, renunciamos a una cuota de democracia, haced lo que tengáis que hacer con tal de que sea para nuestro bienestar. Pero nosotros, opinión pública, de las cosas sucias preferimos no saber nada. Esta falta de democracia por parte del poder y de exigencia democrática por parte de la ciudadanía me parece, para Occidente, muy peligrosa.

P. ¿Una pérdida consentida de democracia?

R. Sí, aceptada por la ciudadanía por complejo de culpa, por instinto de autodefensa, por no querer asumir directamente las responsabilidades que nos conciernen, por miedo a perder los niveles de consumo y de bienestar.

P. La seguridad ha sido siempre un factor determinante, por ella se aceptó la sumisión al Estado.

R. Pero más allá de la seguridad está el miedo a perder el bienestar adquirido. Un miedo con el que los políticos saben especular perfectamente.

P. El bienestar ha hecho que nuestras sociedades sean muy hipocondríacas.

R. Bastante. El miedo, la culpa, la falta de información, el no querer saber, el no querer profundizar en los acontecimientos, todo esto hace muy difícil el trabajo de la izquierda. Por otra parte, una cosa que pienso con mucha convicción, aunque a veces me parece utópica, es que Europa debería hacer pesar muchísimo más su autoridad. Para evitar las típicas soluciones CIA, para decirlo de una forma simple, que sólo provocan desastres sobre desastres. No sabemos ahora con qué traficantes o con qué mercenarios están trabajando y quién sabe si financiando. Las soluciones CIA siempre empeoran las cosas. Europa no sabe o no quiere hacer este tipo de actuaciones, funciona de otra manera, con mayor vigilancia y control. Desde el momento en que Europa entra en la coalición antiterrorista, debería participar en las soluciones y en las propuestas, no sólo asumir el papel secundario de apoyo incondicional. Con el mundo musulmán, por ejemplo, Europa tiene mucho que hacer.

P. Para combatir el terrorismo, el trabajo de información en los subterráneos del sistema es imprescindible, más que la guerra.

R. Ciertamente. Yo creo que en este momento el debate entre pacifistas y no pacifistas tiene poco sentido. La guerra está ahí. Lo importante es que Europa participe activamente y haga valer sus relaciones históricas, por ejemplo, con los países árabes. No sé si a EE UU les gustaría la idea ni si los dirigentes europeos estarían dispuestos a salirse de los caminos trazados por Bush para abrir otras perspectivas. Berlusconi no parece dispuesto, desde luego.

P. Antes le preguntaba qué entiende usted por terrorismo. En el lenguaje común se llama terrorismo a las acciones de Al Qaeda, y se llama también terrorismo a las actuaciones de las Brigadas Rojas. ¿Qué tienen en común?

R. No creo que tengan mucho en común. La de las Brigadas Rojas era una batalla perdida, una batalla de minorías, una batalla final. Una ilusión final en el momento en que el universo comunista estaba a punto de hundirse. Tenía una fuerza más que nada de tipo nostálgico de reafirmación de los principios del comunismo. Se basaba mucho en sentimientos de resistencia incompleta, que tenía sus raíces en la decepción de los partisanos después de la guerra en Italia. La historia del Partido Comunista Italiano (PCI) no podía acabar sin trauma de una manera pacífica. Y yo pienso, como he contado en mi libro, que le hicimos un gran favor al PCI. Aquellas confrontaciones, aquellos desencuentros, a veces brutales, que nosotros asumimos, le permitieron presentarse a la hora de su transformación como si fuera ajeno a todo ello. Por el contrario, los acontecimientos del 11 de septiembre corresponden a una historia de otro tipo. Creo que buena parte del miedo que se ha generado viene de la sensación de que es una historia que no ha hecho sino empezar. Y frente a estos acontecimientos, el mundo se está preguntando qué son, qué comportan, a dónde nos llevan: que si los intereses del petróleo, que si el fundamentalismo, que si el choque de civilizaciones, que si los últimos coletazos del hundimiento del imperio otomano, que si la búsqueda de identidad de los pueblos musulmanes. Se oyen tantos argumentos que lo único que parece claro es la envergadura del enfrentamiento, en cualquier caso mucho más universal que la pequeña historia local de las Brigadas Rojas.

P. ¿Qué le hace pensar que el 11-S sólo es un principio?

R. Es una historia que ya había empezado hace tiempo, pero que se está acelerando. Tengo la impresión de que debajo de estos acontecimientos hay un enorme capital de energía contenida, no expresada, que son las energías de las masas de estos pueblos. Grandes masas que tienen sus ideales, que se mueven, que son manipuladas; son un fenómeno poderoso, que es lo que me hace pensar que estamos en el inicio de un proceso.

P. En su país, Berlusconi y Oriana Fallaci se han apuntado con entusiasmo al discurso del conflicto de civilizaciones.

R. Sí. Yo no conozco suficientemente la civilización islámica, y uno tiene siempre tendencia a recrearse en la propia civilización. Pero creo que hay una sola civilización posible, que es la civilización del diálogo. Nosotros pertenecemos a una tradición y a una cultura que habla de democracia y de libertad, y no siempre es fácil compartir estas ideas con los demás. No debemos caer en el relativismo absoluto, que es una idea tan simple como la de los que pretenden lo contrario: que sólo hay una verdad absoluta y la tienen ellos. Ciertamente, no es verdad que todo sea igual. Pero tenemos que buscar, aunque a veces no se sepa cómo, los caminos del diálogo y asegurarnos un equilibrio en medio de la peligrosidad de la situación. Es el peligro, el peligro común, -si todos somos conscientes de él- lo que puede salvarnos, lo que puede conducirnos a buscar entre todos vías de supervivencia.

P. ¿Existe Occidente o es una fantasía que nos hemos construido los occidentales?

R. Permítame que vuelva al tema del miedo. Hay un miedo material, un miedo psicológico y un miedo cultural. El miedo cultural es muy grave: perder la propia imagen es un drama. Los psicólogos dicen que la persona que pierde la autoestima está lista para morir. Cuando una persona no se ama a sí misma acaba anoréxica del espíritu. Occidente tiene que reflexionar sobre esto. A mí me impresiona mucho ver a jóvenes que tienen una verdadera ira contra Occidente, no es que tengan simpatía por los fundamentalistas, pero sienten una nostalgia de valores no materiales. Habermas habla de la secularización de Occidente y dice que si Occidente sigue por la vía de una secularización sin valores, no conseguirá resolver sus conflictos. Occidente tiene que entender la fuerza sugestiva que puede surgir de discursos que para nosotros pueden ser incluso inadmisibles, pero que prenden. Una visión totalmente secularizada carece de aura.

P. ¿Las Brigadas Rojas nacieron de la matriz católico-comunista?

R. Se ha dicho, pero yo creo que fundamentalmente nacieron de la matriz comunista. Si me permite una maldad: a los católicos les gusta, como decimos los italianos, meter los pies en todos los zapatos. Por eso no les disgusta que se diga que una parte mala de ellos estaba también en las Brigadas Rojas. Pero creo que es excesivo. Para mí, la raíz era comunista, lo cual no quita que pudiera haber católicos comprometidos entre nosotros. Pero no me parece un elemento determinante.

P. ¿Cómo se hace el paso a la lucha armada? ¿Cómo un profesor de Universidad, un investigador de la literatura clásica italiana, se convierte en militante de las Brigadas Rojas?

R. Es una pregunta muy personal, pero yo hice en aquel momento lo que pensaba que era justo hacer. En Italia había una determinada situación, desde 1968 se había entrado en grandes turbulencias. Yo entré en las Brigadas Rojas en 1975-1976, había hecho mucha actividad en el Partido Comunista entre 1968 y 1970, había hecho después actividad en el mundo obrero, estos años habían sido los de las bombas de extrema derecha, que habían provocado un elevado nivel de tensión y conflicto. La alternativa era desaparecer e irme a casa. Pero pensé que debía entrar y lo hice. Por el hecho de que era profesor se me ha adjudicado un papel directivo excesivo y que no he tenido nunca. He tenido relaciones personales, en algún caso muy estrechas, con algunos de los que eran dirigentes importantes, pero yo personalmente tomé esta opción para hacer aquello que creía que tenía que hacer, no para comandar o dar órdenes, como se me ha atribuido.

P. ¿Cuándo toma conciencia de que es una batalla perdida y final?

R. Todas las cosas tienen su canto del cisne. Pero hubo un momento de crisis muy fuerte cuando el caso Moro. Después hubo una aparente recuperación. Hubo algunos reclutamientos de personas y algunas acciones que hicieron pensar que había un relanzamiento de las Brigadas Rojas. En realidad, era el acto final. La idea del final vino por la derrota material. El número de detenciones en los años 1979-1980 fue impresionante: la organización se hundió como un castillo de naipes. En tres meses, 400 detenciones en el Veneto, 300 en Roma, 50 en Toscana, 200 en Piamonte, muchas, muchísimas. Desde este observatorio peculiar que es la cárcel, la realidad de las Brigadas Rojas se me impuso de modo indiscutible. Durante un año me mantuve irreductible como brigadista, pero era claro que el asunto había terminado. Pocos meses después de la detención me encontré con Mario Moretti, que era el verdadero comandante en jefe, y me dijo: 'Ha acabado todo. Nuestra historia ha terminado'. La agresividad, el malestar del final, hizo que aparecieran en la cárcel algunas historias sucias de relaciones con la mala vida, con la Mafia, que no hicieron sino acabar de embrutecerlo todo.

P. Pero desde fuera da la impresión que Italia supo integrar bastante bien a los brigadistas después de los años de plomo. ¿Es cierto?

R. Bastante. Italia ha sido muy discreta. Yo soy muy crítico con los Gobiernos de mi país, pero en este caso creo que el Estado ha sido bastante más benevolente que la opinión pública. Sin decirlo, porque si lo hubiera dicho lo hubiera estropeado, con procedimientos de tipo normal ha ido permitiendo que saliera el uno, que saliera el otro, y la situación se ha ido resolviendo de una manera ciertamente muy italiana.

P. ¿Y los arrepentidos?

R. La cuestión de los arrepentidos fue superada rápidamente y fue transferida a los procesos del campo de la Mafia. En realidad, para las Brigadas no eran necesarios, porque en los arrestos masivos hubo muchísima gente que habló: una especie de hundimiento en cadena.

P. El caso Moro, ¿es tan central para la historia de la Italia contemporánea como se dice?

R. Sí.

P. Usted es muy escéptico sobre el misterio del caso Moro.

R. El misterio no es tal. Los magistrados lo dejaron muy claro: a Moro le secuestraron y asesinaron las Brigadas Rojas. Simplemente, la lucha política en Italia se ha servido continuamente del caso Moro. Ha sido un tema recurrente en las peleas internas entre las corrientes de la democracia cristiana, entre los socialistas, etcétera. Y esto es lo que ha hecho confuso el caso.

P. En su libro, su reflexión sobre su experiencia de la violencia gira en torno dos temas: el derecho al silencio y el miedo a la autodestrucción.

R. Quizá es un discurso idealista. Yo soy un caso aparte, porque era un investigador de la literatura, y para decirlo así tenía una doble identidad, una identidad de reserva. A mí me gustaba estudiar, y siempre tenía este recurso porque lo hacía por placer y por convicción. Por eso creo que para mí todo ha sido más fácil que para otros. Pero para una persona que se ha identificado totalmente con la lucha armada, que ha hecho de la actividad clandestina un destino, perder el propio destino significa autodestruirse. Y comprendo que todavía ahora quedan algunos irreductibles, porque es difícil enfrentarse al hecho de que el propio destino ya no existe. La elección ha sido fuerte; la derrota, también.

P. ¿No hay el riesgo de convertir al verdugo en víctima? Éste es el desasosiego que sentí leyendo su análisis de la película La segunda vez, de Nani Moretti.

R. No responder a la pregunta 'por qué lo hiciste' me parece legítimo. ¿Qué puedes responder a esta pregunta? Lo he hecho porque el capitalismo me parecía injusto, por la opresión de los trabajadores, y todos estos argumentos conocidos. Y los periodistas que me habían planteado la cuestión me decían: '¡Ah!, entonces todavía está con ello'. Si uno tiene que explicar las razones que le motivaron, tiene que hacerlas creíbles. Los hechos han cambiado, las opciones de entonces son del pasado. Y basta. Hemos estado muchos años en la cárcel. Es la reparación que la sociedad nos ha impuesto y la hemos aceptado. Esto es lo socialmente exigible: el castigo de la cárcel. Otras cosas psicológicas o de personalidad ya pertenecen al terreno de lo privado.

P. ¿Se puede decir que las Brigadas Rojas es un caso cerrado en Italia?

R. Yo creo que sí. Fouché decía que si hay una cosa imposible en el mundo es liquidar para siempre un grupo terrorista. Tienen una vida subterránea que hace que siempre quede algún rincón marginal. Pero creo que está acabado. Italia es un país extraño. El terrorismo de las Brigadas Rojas visto con perspectiva histórica ha resultado ser lo que era: no estaba teledirigido, no estaba manipulado, no estaba infiltrado. El discurso de las relaciones entre los brigadistas y los servicios de inteligencia es pura fábula. En Italia el terrorismo ha servido para compactar las fuerzas políticas. El riesgo actual es que un pequeño hilo de terrorismo resulte cómodo para aquellos que gobiernan, para su cohesión, para obligar a la izquierda a seguirles. Algo de esto ocurrió en Génova. Esto es lo único que puede quedar.

P. ¿Por qué del 68 en Italia surge una corriente terrorista y en Francia no?

R. La naturaleza muy burocrática del Partido Comunista Francés hizo que la contestación surgiera ya desde el inicio completamente al margen del P C. Ha sido una gran revolución juvenil que una burguesía inteligente ha sabido recuperar, porque de hecho se presentaba como un gran movimiento de modernización y racionalización. Mientras que en Italia la contestación tuvo siempre un carácter ideológico y de reacción contra el sistema político. Y las fuerzas de Gobierno la han entendido siempre como un desafío político, de poder.

P. Hundido el comunismo y la utopía, ¿cuál es su deseo político?

R. Encontrar una vía de salida a este estado de angustia y de miedo que puede erosionar la democracia.

Enrico Fenzi, en Barcelona
Enrico Fenzi, en BarcelonaMARCEL.LI SÁENZ

Retrato de un profesor brigadista

ENRICO FENZI ES un especialista en Petrarca y Dante. Era profesor de literatura italiana en la Universidad de Génova cuando, en la primavera de 1979, ante la sorpresa de muchos de sus colegas, fue detenido por pertenecer a las Brigadas Rojas. El juicio tuvo lugar en el verano de 1980, y Fenzi, como los demás acusados, fue absuelto. Al salir de la cárcel, Fenzi pasó a la clandestinidad. En la primavera de 1981 volvió a ser detenido. Cumplió en total siete años de cárcel y tres de adscripción al Servicio Social. Después, a principios de los noventa, obtuvo una pensión de jubilación de la universidad. Y ha seguido en lo que él llama su segunda identidad: el trabajo de investigación en literatura. Asegura Fenzi que estas dos identidades -la de profesor y la de militante clandestino- sólo se encontraron ocasionalmente. En los primeros tiempos de militancia brigadista, dice, 'escribí algunos ensayos, especialmente sobre Dante y sobre Torcuato Tasso, con una clave interpretativa claramente sociológica y política'. Fenzi advierte que 'de algún modo, piensa volver a esta perspectiva, porque ha habido demasiado formalismo en los últimos años'. Pero en los tiempos de la clandestinidad y la violencia nunca sintió atracción por las figuras literarias del terrorismo. 'Nuestra lucha', dice, 'era muy leninista. No éramos en absoluto un grupo libertario, nihilista o anárquico. Por eso no siempre contábamos con la simpatía de los grupos de la llamada autonomía, la extrema izquierda italiana. Ellos eran un conjunto de almas diversas. Nosotros teníamos una sola alma, muy ortodoxa e incluso con simpatía por la Unión Soviética'. En 1987, Enrico Fenzi publicó Armi e bagagli, un libro testimonio en el que reflexionaba sobre su experiencia en las Brigadas Rojas. Fenzi nació en 1939, cerca de Verona. Y la guerra impactó fuertemente en su infancia. Su padre, militante antifascista, estuvo en prisión y después tuvo que cumplir una condena por destierro sin posibilidad de trabajo. Para Fenzi ésta fue una experiencia determinante en su vida.

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