Presupuestos con la euforia por bandera
Uno de los hitos políticos del año es la presentación del proyecto de Presupuestos de la Generalitat, en tanto que son un exponente expresivo del pulso económico del país, a juicio del Gobierno, así como del tono vital y alientos de éste para afrontar el futuro inmediato. En ambos sentidos, y al filo de las grandes cifras hilvanadas por el consejero de Economía, Vicente Rambla, para que sean debatidas por las Cortes, resulta obvio que el único riesgo que nos amenaza es morir de buena salud.
Por esos mundos de Dios resuena el fragor de la guerra, los telediarios nos abruman con ajustes de plantillas multitudinarios, los bancos centrales revisan a la baja las previsiones de crecimiento y las inversiones programadas se dispensan una pausa indeterminada hasta que el panorama se aclare. Cierto es que el sistema, vulgo capitalismo, no ha perdido la compostura ni se ha dejado atrapar por el nerviosismo, pero ningún augur es capaz de pronosticar que las bombas que arrasan Afganistán no arruinen nuestros bolsillos y expectativas. Con la agravante de que la borrasca que se cierne sobre el confort occidental no está diagnosticada en los libros y su terapia es tan aleatoria como el tratamiento del terrorismo.
En estas circunstancias, el presidente Eduardo Zaplana y su cohorte han alumbrado unos presupuestos para 2002 rebozados de euforia, de certidumbre en la prolongación de la bonanza y con visos electoralistas. Por lo mucho que nos conviene, los administrados hemos de hacer votos para que no se equivoquen y que se verifiquen sus previsiones. Esto es, que se materialice, como proponen, el aumento notable del gasto social y las inversiones en la renovación de nuestro tejido industrial, que son los vectores más destacados de esta iniciativa presupuestaria.
Otra cosa será que, una vez aprobado parlamentariamente el documento, por consenso o por ley del rodillo, se cumplan como es debido. La experiencia nos alecciona acerca de cuán sutil es este compromiso. Las partidas previstas cambian, menguan o se esfuman sin explicaciones. Con el trastrueque de recursos se va al garete la 'filosofía' u objetivos estratégicos del presupuesto sin dar o pedir razón del regate, por más de que se trate de un incumplimiento de la ley. Pero esto, dicho ahora, es una maldad, un juicio de intenciones cuando lo pertinente es glosar y ensalzar la buena intención y el arrojo de la propuesta que el PP formula. El gato está escaldado de tanta prestidigitación presupuestaria...
Al margen de tales consideraciones hemos de celebrar que esta innovación en la agenda política -digo del proyecto de presupuesto- avente de una vez por todas el enrocamiento de PP y PSPV en sus respectivas meteduras de pata, llámense caso Alaquàs y Morey. Es una trifulca agotada que, como bien dice el coordinador de EU, Joan Ribó, aburre a las mismas ovejas. Ya es hora de soslayar a letra menuda y avezarse en la política de altura, defendiendo las euforias propias o argumentando alternativas. Ya es hora de que la oposición nos diga qué haría con 1,4 billones que el Gobierno ha de administrar a su aire y lo diga con las dosis de realismo e imaginación que le incumben para que el debate no sea un trasunto del vicio solitario que los populares practican por gusto o por fuerza.
Algunas palabras hay que distraer para comentar los cambios orgánicos acaecidos en la composición del Consell, pero la verdad es que el reajuste apenas las merece, dada la tibieza política que comportan. No han relevado al consejero de Industria, pero le han renovado a fondo el departamento, acentuando la atención a las parcelas más desasistidas, poniendo el énfasis en la innovación. Bienestar Social, la parcela de Rafael Blasco, ensancha su área, lo que no es una buena noticia para la izquierda, que tendrá más dificultades en tomarle la delantera al PP en lo que era su predio más afín: el social. ¿Alguien pensó que el presidente se chupaba el dedo? Que la subsecretaría de Energía haya recaído en Miguel Navarro, ex director de Terra Mítica, estaba cantado. No así la esperpéntica designación de Enric Esteve como director general de Patrimonio. A quien Dios se la dé...
EL ORÁCULO DE ZAPLANA
Apretado de cuentas, tampoco en esta ocasión ha dejado claro el molt honorable si pugnará por un tercer mandato. Su compromiso de retirarse se fraguó en unas circunstancias que ahora no concurren, dijo. ¿Deja eso abierta la puerta a repetir el cartel? Es su oráculo, enigmático y propiciador de cualquier opción. Todo el mundo comprenderá que se quede, teniendo tan ganada la partida. Pero habrá malversado la oportunidad de sentar un precedente tan ético como necesario. Además, se aburrirá como una ostra, pues no tiene fuste para fosilizarse patéticamente en un cargo, como la alcaldesa Rita Barberá. Lo que sea sonará, pero nos tiene en vilo.
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