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Crítica:JAZZ LATINO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tira y afloja

¿Ha visto alguien rascacielos en La Habana? Michel Camilo, sí... y fuentes de colores en el desierto, y bañistas tomando el sol en Siberia. El dominicano es la sublimación del optimismo exaltado y del frenesí enardecido. Se gusta una barbaridad, y a su público le encanta comprobar cómo se gusta cada vez más. La vida le sonríe: posee una técnica colosal y su creciente club de seguidores agota las entradas allí donde va; para colmo de dichas, le aplauden con más entusiasmo cuanto menos le exige la música. El día -no muy lejano- que consiga desconectar las manos del corazón y del cerebro para tocar como una máquina es muy posible que su público quede irreversiblemente enamorado.

En el concierto de Michel Camilo, muy bien sonorizado y quizá el mejor que ha dado en Madrid en los últimos años, hubo un entretenido tira y afloja. Y tirando como un percherón de la mejor raza inició su concierto madrileño con aquel añejo calypso de Sonny Rollins, St. Thomas. Aflojó después en un tiempo medio para ascender nuevamente a cumbres borrascosas con A night in Tunisia. Fue una noche tunecina movidita, con un cataclismo como prólogo y un alud de teclas como remate. Camilo atravesaba, febril, esa fase de pianismo rodillo que bien podría ser objeto de estudio para vulcanólogos curiosos.

Michel Camilo Trío

Michel Camilo (piano), James Genus (contrabajo y guitarra baja) y Horacio El Negro Hernández (batería). Teatro Albéniz. Madrid, 1 de noviembre.

Pero si alguna pieza definió con precisión el talante artístico de Camilo fue el Bésame mucho que interpretó en solitario. El pianista desveló en el bolero su gusto por la pompa sin circunstancia, por los cortinajes pesados y las alfombras gordas. Como ahí no gozó del estupendo apoyo del sobrio contrabajista James Genus ni del batallador batería Horacio El Negro Hernández, se le vio prisionero solitario de su propio virtuosismo. Por supuesto, el piano de Camilo sonó rutilante en todas las circunstancias, pero las ideas parecieron a menudo simples plumas volanderas. Lástima que una técnica tan excelsa terminase por desembocar en una expresividad tan mediocre.

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