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La ciudad anestesiada

Finales de 2001: Barcelona pasa por uno de sus peores momentos. En los últimos tiempos la ciudad nunca había estado en una situación aparentemente tan apática y conformista. Una ciudad pensada para ser visitada por los turistas. Una ciudad, también, hipócrita. Una ciudad que se desentiende de las implicaciones conceptuales y urbanas de su monumento más visitado, la Sagrada Familia, de Antoni Gaudí, cada día objeto de la mirada de miles de turistas que colman los alrededores. Un Ayuntamiento que escenifica la representación de eliminar tres plantas de su sede para parecer ecologista y mantiene la plaza de Sant Miquel como aparcamiento de coches y motos. Una ciudad que expulsa en agosto a los inmigrantes sin techo de la plaza de Catalunya para presentar en el mismo sitio, durante la Mercè, un multitudinario recital del magnífico Manu Chao, el que canta aquello de 'me llaman clandestino por no llevar papel'; un recital, por cierto, pésimamente organizado, sin visibilidad y con un sonido horrible.

En esta ciudad tan apática, el proyecto del Fòrum 2004 es el manifiesto del naufragio más estrepitoso. Cuando parece que ya ha tocado fondo, que peor no podría ir, resulta que sigue empeorando y se sigue perdiendo el tiempo y el dinero público. Bien claro ya lo insostenible de las prisas con las que se ha de hacer todo, terminar construcciones y pensar contenidos, no se entiende por qué el Fòrum no se convierte en un 2004+2, con un primer ensayo en 2004 de encuentro de movimientos alternativos, pacifistas, ecologistas y antiglobalización, y se da tiempo para pensarlo y construirlo mejor, de manera más razonable, participativa y sostenible para un Fòrum de 2006 o 2008. De momento es un fórum sobre la cultura, la paz y la sostenibilidad totalmente deslegitimado en una ciudad que ha asistido pasiva al inicio de una guerra, injusta y absurda como todas, llegando sólo a generar la protesta de unos millares de ciudadanos conscientes. Mientras en todos los países se alzan voces y se publican contundentes artículos contra la intervención militar norteamericana e inglesa en Afganistán, en nuestro país nadie formula nada más allá de contar chistes.

La reciente presentación del proyecto de hotel de lujo en Miramar demuestra, tan evidentemente y ante los ojos impávidos de los ciudadanos, que el Ayuntamiento reserva el mejor suelo público para los más poderosos operadores privados. Unos impávidos ciudadanos que se han de tragar los argumentos centralistas y los métodos represivos de una policía que nos recuerda los periodos más oscuros de la historia: la primera mitad del siglo XVIII, con el dominio borbónico, y la dictadura franquista. Estamos en los mejores tiempos para las inversiones, los negocios y las promociones inmobiliarias; pero en malos tiempos para la poesía, la cultura y la crítica.

Una ciudad en la que algunas de sus instituciones académicas pasan malos momentos. La Escuela de Diseño Elisava, que estaba alcanzando uno de sus puntos culminantes, con prestigio internacional, un profesorado excelente y unos proyectos vanguardistas y comprometidos socialmente, ha dado un giro drástico de escuela en la que prevalecen los intereses privados del puro negocio, cortando de golpe un futuro que parecía espléndido. En la Escuela de Arquitectura de Barcelona, inesperadamente, el director ha dimitido, desvelando los conflictos internos y evidenciando que se vive de una renta y un prestigio que se va a ir perdiendo si no se transforma el modelo de escuela, se actualiza el plan de estudios, se activa su vida cultural y se plantean unos objetivos adecuados para el siglo XXI. Y si la escuela que forma a los arquitectos va mal, ello podría anunciar malos tiempos para la arquitectura y el urbanismo de los próximos años.

Sin embargo, hay otra ciudad real que está viva y que no se corresponde con este panorama de aletargamiento: es la ciudad creativa que se agrupa en torno al CCCB -en encuentros como el eme3Density- o al Macba -consus exposiciones, actividades y grupos artísticos reivindicativos como las Agencias-; es la ciudad comprometida que está detrás de la nueva plataforma Motivados, una organización no gubernamental que propone la revolución divertida, una especie de derridiana deconstrucción de la política coordinada en el ciberespacio y que demuestra que, ante la paulatina pérdida de confianza en los planteamientos de los políticos convencionales, es posible cultivar una nueva crítica radical; es la ciudad que se convierte en festiva y reivindicativa con la primera edición del B-Parade; es la ciudad con iniciativa que podemos seguir por las rutas de la guía B-guided, que nos muestra la capacidad de los ciudadanos para crear locales alternativos -bares, restaurantes, tiendas de moda, diseño y artesanía, peluquerías, etcétera- y para consumir calidad fuera de las grandes cadenas y franquicias; son muchas las capas de la ciudad que siguen vivas y que están comprometidas con movimientos sociales. Todo ello sirve para evidenciar aún más la cada vez mayor separación entre los sectores activos, conscientes, comprometidos y creativos de la ciudad, y las instituciones que los deberían representar y tener en cuenta. Unos políticos que siguen con los mismos argumentos de hace más de 20 años -porque son los mismos que hace 20 años-, cuando en este tiempo la sociedad, los medios y los hábitos se han transformado completamente.

El estado de las cosas no se va a mantener así durante mucho tiempo. Tarde o temprano la nueva sociedad va a emerger completamente. Para bien y para mal, el mundo se va transformando bajo la dura cáscara de unas instituciones incapaces de reflejarlo. Y mientras tanto, la ciudad, anestesiada por sus gestores, duerme tranquila.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.

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