Enemigos en las aulas
En lo que llamaríamos 'mis tiempos' -la realidad es que 'míos' son éstos- reinaba en el aula la tiranía de los profesores. Desde los de la palmeta, y el cuarto oscuro, que llenaba de pavor a los pequeños; los acreditados, a veces morbosos, 'pellizcos de monja'. Los más brutales eran los del clero. El cura don Manuel golpeaba duramente: yo pensaba que me tocaría a mí, y que entonces tiraría el tintero (aquellos de porcelana, como el gorro de Felipe II, en un hueco del pupitre) al malvado sacerdote. Lo hizo, lo tiré, le entinté, me encerró, llamó a mi padre, le explicó que me dio con la palmeta... y mi padre no le dejó terminar: 'Tenía razón mi hijo. Démelo, que me lo llevo'.
Los laicos en la República no pegaban, pero eran irónicos, sardónicos. El diputado socialista Amós Sabrás me suspendió en matemáticas por un problema de fondos públicos que no llegó a enunciar. Empezó diciendo: 'Si usted va a la Bolsa a negociar unos valores... Pero ¿usted sabe dónde está la Bolsa?'. 'No', le dijo el niño de 11 años. Don Amós se volvió hacia el público -los exámenes orales eran públicos- y colocó un largo discurso: 'Señores, ¿dónde va la República si los ciudadanos ignoran dónde está la Bolsa?'. La República fue a mal, pero no por mi ignorancia en materia de edificios. Una catedrática me dijo: 'Usted no será nunca nada en literatura'. Tenía razón, como es visible para quien me lee, pero me hizo un daño insoportable, aún hoy.
Recuerdo estas experiencias (y las que me contaban amigos y amigas en peor situación que yo, porque repercutía en la brutalidad del páter familias y de la máter, y en castigos domésticos desmedidos) cuando me cuentan cómo han cambiado las tornas y ahora los mártires son profesores y catedráticos. No me alegro de la revancha, al contrario: querría que las clases fueran inteligentes y pacíficas. Tendría que pasar que las doctrinas que se enseñan fueran reales, que los libros no fueran tendenciosos, que el enseñante no tuviera contradicciones entre lo que cree y lo que tiene que decir; que los jóvenes no estuvieran asilvestrados. El tema empieza mal en los ministerios, termina peor en las aulas. Es de la sociedad. Pero ya soy solidario de los profesores. Entonces no podía: eran el enemigo.
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