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Aproximaciones
Columna
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Cincuenta planetas a la deriva

EL PREMIO PLANETA cumple medio siglo de existencia. No es el más antiguo de todos, pues el Nadal -que se fundó en 1944 y lo ganó por vez primera Carmen Laforet con Nada en la noche del día de Reyes del año siguiente- sigue todavía en la brecha, cosa rara entre los premios y concursos literarios, que, como los seres humanos, nacen, viven, crecen, se desarrollan, quizá se transforman y al final desaparecen, como todo en este mundo, aunque la pertinacia de algunos es notable. Pero, desde luego, el Planeta, con su actual longevidad y el peso de sus cien kilos de premio, se ha convertido hoy en el más grande y mayor de todos, en su paradigma, y su historia, plagada de luces y sombras, resume la de todos ellos durante la segunda mitad del siglo recién pasado.

Hoy está de moda decir lo obvio, que los premios no tienen nada que ver con la literatura, que no sirven para nada, y que en la actualidad sólo contribuyen a aumentar la confusión ya de por sí existente siempre en el mundillo literario. Pero en aquellos difíciles años de la primera posguerra resultaban ser algo bastante útil, en un país sumido en el dolor y la miseria, autárquico y aislado, sin apenas papel, con unas nuevas editoriales incipientes que empezaban a intentar renovar un mercado literario destruido por la guerra y con una buena mitad de sus escritores desaparecidos o en el exilio. Y fue entonces cuando un joven andaluz, José Manuel Lara Hernández, que había llegado a Barcelona como combatiente en el bando vencedor, tras intentar ser bailarín en la compañía de Celia Gámez, se había casado con una señora catalana -la compañera de su vida y su musa de siempre, María Teresa Bosch- y después de comprar una pequeña editorial, la transformó en la actual Planeta e irrumpió con fuerza en el negocio de la distribución y las ventas a plazos, con lo que creó las bases de su fortuna editorial. Al mismo tiempo, fascinado por el éxito del Premio Nadal (que había descubierto sucesivamente a Carmen Laforet, Miguel Delibes o José María Gironella, y hasta con cierta rentabilidad además) creó en 1952 el Premio Planeta, que se concedió por vez primera en Madrid, con una dotación de 40.000 pesetas, que ya por entonces era superior a las cantidades que se concedían en otros concursos similares.

Le costó imponerse algo más que a su rival, pues no alcanzó el verdadero reconocimiento literario hasta su tercera convocatoria en 1954, cuando resultó premiada Ana María Matute con Pequeño teatro y finalista Ignacio Aldecoa con su primera novela El fulgor y la sangre. Y a partir de entonces el Planeta descubrió a un joven Antonio Prieto con una novela de aventuras, Tres pisadas de hombre, recuperó a Mercedes Salisachs como finalista y luego galardonada, lo intentó con la estimable Carmen Kurtz antes de que se dedicara a la literatura juvenil, utilizó como narrador político a Emilio Romero, gran estrella del periodismo, al casi policiaco Tomás Salvador (policía de profesión y un incansable escritor y animador cultural), descubrió de rechazo al tangerino Ángel Vázquez (no pudo premiar aquel año a Concha Alós, aunque lo haría después) y osciló entre el correcto Andrés Bosch -líder de la novela intelectual, luego destinado a la traducción- y organizó el escándalo de no premiar a Torcuato Luca de Tena (lo haría después) enfrentado a Julio Manegat, en una tormentosa edición donde la lucha entre jurados madrileños y catalanes provocó que el galardón fuera a Bermúdez de Castro con Días sin huella, lo que no satisfizo a nadie.

El Premio Nadal se sumió en una supervivencia moderada, surgió el Biblioteca Breve que se llevó a los jóvenes de calle con Luis Goytisolo, García Hortelano, Vargas Llosa y Juan Marsé, por lo que el Planeta fue considerado entonces como un galardón más conservador, reaccionario o al menos el más 'burgués', por lo que se vio obligado a buscarse otras coartadas, premiando al realista Rodrigo Rubio, al republicano Ángel María de Lera, o al exiliado Ramón J. Sender, lo que ya parecía el colmo, un colmo que luego premiaría en la democracia a Jorge Semprún, Manuel Vázquez Montalbán o el mismísimo Juan Marsé por La muchacha de las bragas de oro. Fue entonces cuando, en mi crítica correspondiente, cometí un pecado de lesa majestad, al calificar al editor de 'Rey Midas al revés, pues convertía en bisutería todo lo que tocaba', dado que sin descubrir nada nuevo, cuando recuperaba autores más o menos ilustres, lo hacía con obras de menor envergadura, lo que no le sentó nada bien. En realidad, como buen profesional, el Premio Planeta no ha sido nunca ni de derechas ni de izquierdas, sino un concurso 'profesionalizado' (esto es, oportunista) y nada más, que al final, dentro de un nivel de calidad en apariencia digno, premia al libro (o al autor) que considera más comercial o 'vendible', sobre todo por su imagen 'mediática' (en la actualidad mujeres jóvenes y guapas) o por su penetración en los medios de comunicación como periodistas conocidos, sobre todo televisivos, como... bueno ustedes ya saben y Sánchez Dragó también. Hubo años en los que el buen libro era el finalista (Benet frente a Volaverunt) o estaba cantado, como Torrente Ballester, Vargas Llosa o Camilo José Cela, y sus resultados muchas veces eran acusados de plagio, pues ya se sabe que los escándalos venden, sean verdaderos o falsos. En resumidas cuentas, la editorial y el Premio Planeta han vencido, todos quieren ganar el premio o vencer en las listas de libros más vendidos. Como el propio Lara me dijo, cuando yo era periodista y viajaba a Barcelona para 'cubrir' la concesión del premio: 'Saber de literatura es malo para un editor, yo soy capaz de convertir un libro con las páginas en blanco en un auténtico éxito de ventas'.

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