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Columna
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La guerra publicitaria

¿Qué película ponen esta noche? ¿La caída del Imperio Romano? ¿Miedo a volar? ¿Alí Babá y los cuarenta ladrones? Los programadores tienen un sentido del humor que no se les había supuesto hasta el día de hoy. Este es el momento de reponer El coloso en llamas, Aterriza como puedas, Aeropuerto 79, y toda la serie de películas más o menos relacionadas con la actualidad -humorísticas o no- que se hayan rodado hasta el momento, porque la verdad es que a los programadores se les nota cierta sutileza perversa a la hora de decidir. Tamaños aciertos de la televisión, tal vez tiznados de cierta carbonilla macabra -o sádica- que no les desmerece, son muy loables, pero también es necesario recalcar que los citados programadores no aprovechan la oportunidad para emitir alguna película antibélica, como Johnny cogió su fusil, que serviría de contrapunto para tanta buena onda, pero que seguramente nos dejaría el ánimo por los suelos. En estas condiciones en las que vivimos, mejor es meter los sentimientos en un envoltorio de plástico, a prueba de emociones, e intentar distanciarse de los malos rollos como buenamente se pueda. Por eso parece ser conveniente censurar películas como Johnny cogió su fusil, que ni siquiera en tiempos de paz son agradables. Además, es que está antigua y en blanco y negro, que dirían algunos.

En otro orden de cosas, las hazañas bélicas que nos ofrece la televisión no tienen la calidad suficiente como para ser efectivas desde un punto de vista documental. Uno ve un puntito verde en la noche, pero no evoca del todo que en ese puntito verde han explotado por los aires unos cuantos afganos, contando tal vez mujeres y niños. Las bombas iluminan la noche en un plano de casuchas entre nervaduras del paisaje, arrasan un bonito recuadro que parece muy digital, y luego hay más puntitos verdes en el cielo protector, como efímeras luciérnagas bioluminiscentes. Demasiado pobre para ser pura psicodelia, demasiado lejano para impactar en las conciencias. En otras imágenes, apenas se ve a unos soldados caminar por el desierto. La guerra del futuro es bastante inexpresiva, a no ser por algunas rotundas imágenes de heridos, niños por añadidura, que nos recuerdan que en el conflicto hay gente que sufre. Pero respecto a las cifras de muertos, uno no sabe demasiado bien a qué atenerse, como de costumbre. La trampa de este sistema informativo es creer que la guerra puede ser algo limpio. La cámara parece no estar presente allí donde el horror se manifiesta en toda su crudeza, y sólo en pocas ocasiones emite imágenes que puedan herir la sensibilidad del espectador. ¿Es esta guerra un episodio del Equipo A, donde nadie muere? No es que los espectadores estén impacientes por contemplar los cuerpos despedazados, pero se supone que nuestra visión de la guerra está anestesiada por la ausencia de documentos respecto a sus atrocidades. ¿Es necesario censurar las imágenes de guerra por ética, o por cuestiones publicitarias? Hablando de ética, si por este gusto correcto fuera, no conoceríamos la violencia en la televisión. Desgraciadamente, quien más quien menos recuerda las imágenes de alguna guerra que fue televisada con menos sentido del decoro.

La cuestión es si deben emitirse imágenes fuertes de la guerra, o limitarse a anunciar el número de heridos y de muertos. ¿Responde esto a una mera cuestión estratégica? A medida que se desarrolle este conflicto sabremos si la anestesia es necesaria hasta tal punto que las imágenes de guerra sean sustituidas por películas y telefilmes donde se sublime sin ambages la violencia, donde se concentre toda la agresividad que no ha llegado a los informativos. Esta sustitución de la realidad por la ficción responde tal vez a un anhelo del público por comparar el cine con la vida, y también por ver sangre de ketchup norteamericano. De tal forma, parece que la violencia que no aparece en las noticias televisadas es representada por sucedáneos cinematográficos, y la verdadera tragedia humana de la guerra pierde trascendencia dramática para diluirse en números y estadísticas. No deja de ser comprensible que esto suceda tras la guerra del Vietnam, cuyas imágenes documentales cambiaron la opinión pública, hasta el punto de conseguir parar la guerra.

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