Ecotasa, sí gracias
El Gobierno de las Islas Baleares viene mostrando, desde hace años, una preocupación y una actitud coherente por mantener competitivo su modelo turístico, el cual ha contribuido fértilmente al desarrollo económico de las Islas. Ese mismo Gobierno ya fue pionero en establecer moratorias a la construcción indiscriminada de inmuebles turísticos, con objeto de no dañar más los atractivos que previamente ejercían de reclamo de su expansión turística. De igual modo saltó Baleares al escenario turístico con una nueva muestra arriesgada desde el estricto plano político, pues exigió y amparó una modernización de su planta hotelera, altamente obsoleta hasta entonces, que le permitiera mantener el listón a la altura señalada por las tendencias de la demanda de los turistas más exigentes.
Más recientemente las autoridades turísticas de Baleares han vuelto a mostrar una sensibilidad singular con la problemática que acompaña a toda expansión turística y su indefectible y consecuente impacto medioambiental, al proponer la ecotasa. La ecotasa constituye una figura fiscal cuyo objetivo es generar ingresos que coadyuven, junto a otras inversiones, a lograr un auténtico desarrollo sostenible de la actividad turística. Esa ecotasa balear que tanto ha irritado al Gobierno español, que le ha llevado incluso a recurrirla, logrando que en la actualidad se encuentre en suspenso, pretendía generar legítimamente ingresos a partir del pago de un euro diario por parte de los turistas hospedados en establecimientos de alojamiento turístico.
Cabe preguntarse si la ecotasa es una medida acertada o no, más allá de meros y en ocasiones espurios intereses políticos. Sin ninguna duda la motivación que subyace a la propuesta de instaurar una ecotasa en un destino turístico es correcta en principio, puesto que lo que pretende es garantizar la supervivencia de la economía turística allí donde haya alcanzado un grado de desarrollo elevado, lo cual es incontestable en Baleares, y no menos cierto en la Comunidad Valenciana. A su vez la ecotasa, tal como se ha planteado en Baleares, representa una cantidad razonable, pese al ajustado precio que imponen los touroperadores en los paquetes turísticos, sabido que para una estancia media de siete días el importe de la ecotasa asciende a menos de 1.200 pesetas. Canon que es entendido por amplios segmentos de la actual demanda turística de principios de un siglo que hará del turismo un bien de primera necesidad, pero que además y de manera paulatina y creciente viene reclamando un medioambiente atractivo y respetado en los destinos que elige para el disfrute de sus vacaciones. La ecotasa entronca pues con lo que sugieren los turistas que valoran los atributos y la defensa de los recursos naturales, fundamentos que subyacen y explican el posicionamiento turístico de numerosos destinos muy conocidos. Ante lo cual, quién mejor que el gobierno más próximo a un espacio sometido a la presión del turismo para dictaminar medidas e incorporar legislativamente lo que le trasladan sus turistas y lo que se deriva del escenario turístico internacional y competitivo, donde se desenvuelve, por ejemplo, el turismo de las Islas Baleares.
Y sin embargo, en dónde radica la principal debilidad de la ecotasa propuesta en Baleares. Sinceramente el problema estriba en que no sea satisfecha por todos los usuarios de los diferentes negocios implicados en el alojamiento turístico. Cuando se sabe que en las islas Baleares, y aún más agudizado en la Comunidad Valenciana, la inmensa mayoría del alojamiento turístico se encuentra en apartamentos y en viviendas secundarias de potencial uso turístico, que al margen de los circuitos legales de la comercialización, y de forma ampliamente sumergida, dan respuesta a las estancias de numerosos turistas sin contribuir bajo ninguna figura fiscal a la restitución del daño medioambiental causado y sin aportar soluciones paliativas en defensa de la actividad turística en su conjunto. Si la ecotasa hubiera incidido sobre todos los negocios que resultan ser potenciales generadores de impactos en el territorio y espacio turístico, probablemente habría sido aceptada en mayor grado e incluso podría haberse impulsado una ecotasa más reducida, zanjando así las dudas que abre en modelos con un precio muy ajustado de las estancias, como los que dependen en gran proporción de los paquetes turísticos canalizados por touroperadores.
En Baleares al igual que en la Comunidad Valenciana y en tantas otras zonas turísticas, cabe proceder antes al afloramiento de la oferta turística real, entendido que sólo desde ese planteamiento riguroso podrán tener eco iniciativas turísticas de cualquier índole, que persigan la defensa competitiva de los entramados económico-turísticos. Es el caso de Baleares, comunidad que compite con la valenciana en segmentos de mercado y de producto, y que nos lleva una notable ventaja en iniciativas dirigidas a la modernización hotelera, a racionalizar el consumo del territorio y que ha estado a punto de reorientar, a través de la ecotasa, los impactos medioambientales provocados por el turismo.
Por su parte la Comunidad Valenciana entroniza las aperturas de nuevos hoteles, pero olvida la situación, condiciones y edad media de la planta de alojamiento más vinculada a los destinos turísticos; dilapida y explota sin medidas reparadoras el territorio en un aberrante y difícilmente recuperable proceso de especulación inmobiliaria con supuestos usos turísticos; y no se dispone, mientras tanto, de opinión oficial conocida respecto a la política de regeneración turística de los espacios.
Finalmente, y dentro del capítulo de los disparates, conviene subrayar la intencionada manipulación realizada alrededor de los resultados de la campaña turística de 2001 en Baleares, cuyo balance, al parecer negativo, se imputa a la ecotasa, pero en el turismo de Baleares, como en el de la Comunidad Valenciana, con fuerte presencia de turistas canalizados por touroperadores, las campañas se contratan con gran antelación, incluso mucho antes de que se lanzase la ecotasa, y ello se demuestra porque en la Comunidad Valenciana, sin ecotasa, tampoco se ha registrado una campaña veraniega en 2001 que mejorase los resultados de la precedente. Ciertamente un repaso a los ciclos que condicionan a toda economía explicaría la evolución de la temporada estival 2001 y la de próximas campañas, mucho mejor que una forzada culpabilidad a la abortada iniciativa de la ecotasa.
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