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Nc = Rs x fp x n x fl x fi x fc x L

'Los habitantes de Mercurio son muy vivos, todos los de Saturno en cambio son muy lentos... Nuestra tierra, encontrándose justamente en medio de estos dos mundos, participa de todos los extremos'. La frase es de Bernard Le Bovier de Fontenelle en su libro Coloquios sobre la pluralidad de los mundos, una obra de divulgación astronómica que se hizo muy famosa a principios del siglo XVIII. Fontenelle estaba convencido de la existencia de vida extraterretre, hasta el extremo de permitirse especular -en función de la proximidad de los planetas al sol- sobre el carácter de cada pueblo. Fontenelle compaginaba su gusto por el teatro (según Racine, el público inventó los silbidos en una de sus obras) con su pasión por la ciencia; de este modo, aquel 'vulgarisateur de talent', que lo llama su biógrafo, divulgó en Francia, y en el mundo entero, la obra de Copérnico, Giordano Bruno, Descartes y Galileo.

Sin duda, Fontenelle esperaba que de un momento a otro apareciese una delegación de extraterrestres que confirmara sus predicciones. Si Bruno ya había sugerido la existencia de vida extraplanetaria y si Immanuel Kant, en su Apéndice sobre los habitantes de los cuerpos celestes, había afirmado que era absurdo negar la existencia de vida inteligente en otros planetas, la cosa debía de estar, como quien dice, al caer. Me lo imagino acompañado por una pomposa y elegante dama en uno de esos jardines parisinos, dirigiendo con cierto estremecimiento su telescopio hacia los planetas, ora hacia Mercurio, ora hacia Saturno. ¿A qué esperan? se preguntarían. ¿Por qué no nos visitan?

Estas mismas cuestiones se las planteó dos siglos después el físico Enrico Fermi, Premio Nobel de 1938 (y uno de los inventores de la bomba atómica), cuyo centenario se conmemora estos días. Como escribe Bruce Jakowsky en su apasionante libro La búsqueda de vida en otros planetas (Cambridge University Press), la línea argumental de Enrico Fermi se basaba en que la distancia entre civilizaciones inteligentes no debía de ser un auténtico impedimento para su contacto, y que si aún no existía la evidencia de vida inteligente era porque ésta en definitiva no se había producido. No obstante, unos años después, el radioastrónomo Frank Drake propuso una ecuación para el cálculo del número de civilizaciones posibles en la Galaxia. La llamada fórmula de Drake es la que da título a este artículo, donde Nc representa el número de civilizaciones existentes en nuestra galaxia y con las cuales podríamos comunicarnos, Rs indica el ritmo de formación de estrellas en la galaxia, fp equivale a la fracción de estrellas que poseen sistemas planetarios, n mide el número de promedio de planetas habitables en los cuales surge la vida, fl expresa la fracción de planetas con vida y en los cuales surge la vida, fi representa la fracción de planetas con vida y en los que llega a aparecer la inteligencia, fc indica la fracción de esas civilizaciones que están interesadas en comunicarse con otras y L mide la duración promedio de una civilización.

Evidentemente, la fórmula de Drake es tan sólo un pretexto retórico, con una muy difícil solución. No obstante, algunos científicos se han sentido capaces de resolver todas las incógnitas, y en el caso más pesimista se ha propuesto que habría 600 planetas con vida inteligente y en el más optimista... ¡5 billones! Entonces, si es tan alta la probabilidad de vida inteligente, y después del esfuerzo de comunicación realizado por programas como SETI (Search of Extra-Terrestial Intelligence), ¿por qué -como diría ansiosamente Fontenelle- no nos visitan?

Hace unos días, Josep Ramoneda publicaba un artículo en las páginas de opinión de este diario, titulado Sobre las causas de la violencia, en el que se preguntaba por qué cuesta tanto reconocer que la violencia no es nada ajeno a la naturaleza humana: 'Por qué, al pensar la guerra y el terrorismo -escribe Ramoneda-, el discurso políticamente correcto omite que la agresividad que conduce a la violencia -dominación, posesión, sumisión- forma parte del complejo sistema psicológico y relacional que configura la economía humana del placer?'. En realidad, la violencia es consubstancial no sólo a la naturaleza humana, sino a cualquier naturaleza, a cualquier naturaleza viva y que se reproduzca, bien se trate de un protoctista, de un hongo, de una planta o de un animal. Por decirlo algo diderotianamente: a la materia viva la violencia le es esencial. Por tanto, si por una de esas se cumpliesen los deseos del buen Fontenelle y por fin nos visitasen 'los muy despiertos habitantes de Mercurio' ¿qué esperaríamos encontrar? Porque si bien da la sensación de que el mito rousseauniano del buen salvaje se ha volatilizado ante la dolorosa evidencia de la amplitud de la maldad planetaria, en cambio aún perdura entre los científicos una altísima esperanza de encontrar al... ¡'buen extraterrestre'!... Algo así como un marciano bondadoso que nos descubra los secretos del universo y que de paso nos solucione nuestros problemas planetarios.

En fin, ya me entienden... En definitiva, ¿no será una irresponsabilidad figurar entre esas civilizaciones que integran el fc y que desean comunicarse con otras? Y aún más: ¿no será una prueba de la existencia de vida auténticamente inteligente su significativo e incomprensible silencio? Tal como se muestra este mundo ante el universo desde que el Homo sapiens lo gobierna, muy loco o muy tonto ha de ser el extraterrestre que se decida a visitarnos.

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Martí Domínguez es escritor.

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